Pregonó Bassani (Bolonia, 1916-2000) las virtudes de El gatopardo de Lampedusa desde su cargo de director de la colección Biblioteca di Letteratura de Feltrinelli, a finales de los cincuenta, de modo que bien podría uno pensar que respaldando una novela tan tradicional, tan cercana a l’ancien régime narrativo, daba a entender que seguía con gusto las consignas del realismo a la vieja usanza, y a vista de pájaro las obras reunidas en La novela de Ferrara, cuya edición príncipe publicó Mondadori en 1974, reeditándola con ultimísima revisión del autor en 1980 –volumen que Lumen publica ahora en castellano con magnífica traducción de Carlos Manzano– no parecen distanciarse del canon decimonónico. Proust y su complejo sistema de reminiscencias y evocaciones a través de la memoria inducida por los signos, no obstante, no había pasado en balde, ni el psicologismo cargado de poesía o la desautomatización trascendente del léxico aportados por Virginia Woolf cayeron en saco roto, y esas lecturas de Bassani enriquecieron su prosa distinguiéndola del realismo más acendrado. De otro lado, cuando arranca la década de los sesenta el neorrealismo de Pavese o Vittorini (que dicho sea en passant, importaron modos y maneras narrativas de Faulkner y sus incursiones en la consciencia), Pratolini, Carlo Levi o Moravia ha perdido ya su hegemonía estética, Elsa Morante abre de par en par las puertas del intimismo y de la creación de atmósferas embriagadas de un algodonoso lirismo, desligándose desde Menzogna e sortilegio (1948) del compromiso estrictamente socio-político que se arrogó el movimiento neorrealista y, por encima de todo, por los años en que Bassani redacta los primeros relatos más tarde reunidos en La novela de Ferrara, la publicación de El zafarrancho aquel de Vía Merulana (1958) de Carlo Emilio Gadda, con sus audacias formales, La ragazza di Bube (1959), de Carlo Cassola, y su narrativa impresionista y subliminal o El día de la lechuza de Sciascia (1961) y su empleo novedoso de la novela policíaca para denunciar la omertà, supone un notable golpe de timón en el panorama narrativo italiano, que a partir de ahora se hace heterogéneo porque habrán de convivir los neorrealistas rezagados, los experimentales del Grupo 63, con Manganelli y Balestrini marcando el rumbo, y aquellos que, como Italo Calvino en Cosmicómicas (1965), cultivan una novela-de-laboratorio o de ingeniería, cercana ya a la ciencia en tanto que fuente literaria. Es claro, en cualquier caso, que la narrativa de Bassani pertenece ya a un nuevo horizonte que deja atrás el realismo positivista heredado del XIX, no sólo porque escoge puntos de vista laterales, alejados de la omnisciencia, o porque se deja caer en ocasiones en la tentación de seguir las descripciones minuciosas de l’école du regard del objetivismo francés, sino porque sus narradores implicados y en primera persona ensalzan la consciencia del yo y la reflexión moral desde una introspección cercana al monólogo, una técnica que descubrió en Proust pero asimismo en uno de sus novelistas favoritos, el impagable Italo Svevo.
La novela de Ferrara reúne en un solo volumen las obras narrativas que el propio Bassani eligió de entre su entera producción mirando a la posteridad, e incluye las Cinque storie ferraresi aparecidas en 1956 (Libro Primero, Intramuros); Los lentes de oro (Libro Segundo), de 1958; su obra maestra indicutible, El jardín de los Finzi-Contini (Libro Tercero, del que existen ediciones independientes en Tusquets y Espasa-Calpe), de 1962; Detrás de la puerta (Libro Cuarto), de 1964; La garza (Libro Quinto, del que hay una edición independiente en Cátedra), de 1968 y, finalmente, El olor del heno (Libro Sexto), que vio la luz por vez primera en 1972. Centradas en la ciudad de Ferrara, las narraciones que forman el volumen, cuentos, nouvelles y novelas, configuran un universo sentimental de represión, y de felicidad ensombrecida preludiando la tragedia, en torno al mundo cerrado de la burguesía judía y ferraresa antes del advenimiento del fascismo, en el surgimiento de las leyes raciales de Mussolini y durante los primeros años de la Segunda Guerra Mundial, marcados por el antisemitismo nazi, las complicidades de la resistencia, de la que Bassani formó parte, y la deportación inevitable. El conjunto constituye un fresco narrativo de primerísima magnitud que, elegíaco, refleja la nostalgia de un mundo que se desvanecía y reflexiona en torno a la marginación, la resignación y la soledad, atendiendo a las consecuencias individuales y emocionales de unas decisiones políticas que arruinaron para siempre el bienestar de tantos inocentes y convulsionaron el mundo volviéndolo doloroso y absurdo: la idílica amistad entre la hermosa Micòl de ojos claros y el narrador de El jardín de los Finzi-Contini truncada por la persecución racial, el médico Fatigati, que protagoniza Los lentes de oro, empujado al suicidio en Ferrara por la insufrible marginación al que le conduce su condición de homosexual y Edgardo Limentani, vacío, angustiado antihéroe de La garza, esperando pacientemente su previsible suicidio.
La sutileza de Bassani logra dotar a sus textos de un halo de trascendencia moral y afectiva que hace que veamos la realidad evocada por sus palabras a través del cristal de la vitrina en la que se diría que se encuentra encerrada. Sus palabras, como los objetos de las naturalezas muertas de Giorgio Morandi, su coetáneo y boloñés como él, aparecen trascendidas, atravesadas por una quietud y una emoción sumamente intensas que nacen en el reposado trasiego de la memoria ficcional y en la primorosa elección de esas mismas palabras, escogidas con la meticulosidad de un tipógrafo, no en vano, desde Cinque storie ferraresi en su edición de Einaudi de 1956 a la última edición en Mondadori de Il romanzo di Ferrara en 1980, el autor depuró, supervisó y revisó con cuidado extremo los distintos relatos que formarían el volumen que nos ocupa.
El tratamiento lingüístico del dolor existencial y de la soledad por medio de la memoria afectiva y un discreto simbolismo genera en la narración una intensidad emocional fuera de lo común, y Bassani hace que Ferrara se despliegue en sus páginas como un espacio metafísico escindido de la pittura metafisica de De Chirico, imbuido de soledad, de inquietud y de esa desasosegante melancolía que impregna la narrativa de Bassani y que emana de su maestría en el arte de la evocación, aprendido en sus provechosas lecturas de Proust y Mann: “¿cuántos años han pasado desde aquella remota tarde de junio? Más de treinta. Y, sin embargo, si cierro los ojos, Micòl Finzi-Contini sigue ahí, asomada al muro de su jardín”, p. 362. Exquisito en su trato con las palabras, Bassani consigue que cumplan todas y a pies juntillas con su misión evocadora de un mundo que nos envuelve, consigue que también nosotros recordemos haber montado en bicicleta con Micòl, haber estado del lado de la civilización libresca frente a la barbarie política, y haberle escuchado decir al narrador de El jardín de los Finzi-Contini, frente a un plato de zucarìn de pastaflora, conversando sobre Emily Dickinson o la Guerra Civil española y pensando en sus amores imposibles en simbólicos jardines, que “ya no había en realidad ninguna esperanza”. Si acaso, la de las mágicas palabras de Bassani perpetuando en el tiempo una historia entre imaginación y memoria. ~
(Barcelona, 1964) es crítico literario y profesor de la Universidad Pompeu Fabra.