“La vida que se va” de Vicente Leñero

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Encrucijadas del destino
Vicente Leñero, La vida que se va, Alfaguara, México, 1999, 329 pp.

La estética narrativa de Vicente Leñero parte de un realismo puro, estrictamente vivencial. En Los albañiles, Premio Biblioteca Breve de 1962, recrea sus años como ingeniero civil y las infrahumanas condiciones de vida de los peones y albañiles en las obras de la Ciudad de México; en Los periodistas cuenta, en clave de verdad, el golpe de Luis Echeverría al Excélsior de Julio Scherer, del que fue testigo privilegiado. Reportero de la vida, Leñero construye su obra temprana con las armas del periodista sagaz, inquisidor, curioso. Ya en Asesinato, la novela que sigue paso a paso el caso Flores Alavez, desde el crimen hasta las turbias aguas del proceso judicial que desemboca en la cárcel, el realismo se enturbia un poco, en sintonía con el Nuevo Periodismo norteamericano y La canción del verdugo de Norman Mailer, que el propio Leñero ha señalado como modelo. Parte de ello está en la descomposición del punto de vista del narrador omnisciente, empachado con los papeles, fojas y legajos del juicio, que inundan con su glosario anacrónico la narración de los hechos. Frente al reproche de la crítica que ha señalado la incapacidad del primer Leñero para crear mundos imaginarios, convendría regresar a la Verdad de las mentiras de Mario Vargas Llosa para entender que "la verdad en la literatura es sólo un problema técnico". Es decir, que la verosimilitud no está sustentada en los hechos, sino en la manera de narrarlos.
     Con Estudio Q, sin embargo, Leñero se arriesgó a probar, quizá con poca fortuna, los modelos experimentales del Nouveau roman de Claude Simon y Alain Robbe-Grillet, en donde el punto de vista del narrador queda circunscrito a lo que alcance a cubrir con sus sentidos, limitado de tal forma que acaba por asfixiar la trama.
     La vida que se va, que representa el regreso de Leñero a la novela, después de años de olvidar el género en favor de la dramaturgia y el reportaje, reúne de manera sutil lo mejor de ambas vertientes. ¿Qué quiero, decir con esto? Me explico.
     La vida que se va tiene como escenografía a la realidad: una casa en la colonia Roma, un reportero mal pagado que quiere ser escritor, una ciudad que se llama México, unos hechos históricos y unas fechas comprobables, concretas, reales. Y como puesta en escena, a la fantasía: Norma, la protagonista, vive varias vidas simultáneas (con aliteración incluida) y responde a la frase más terrible de la vejez: si hubiera…
     En realidad, la novela es una encrucijada de los posibles destinos de la protagonista: vivir en México con su padre o aceptar la mudanza con su familia a Guanajuato tras la muerte de la madre es la primera de muchas alternativas que se le presentan a Norma en su vida… y la novela las cuenta todas. Claro que el reto de la novela no estaba en contar distintos destinos para distintas decisiones, sino en transmitir sutilmente la sensación de que pese a las vicisitudes de sus distintas vidas, la protagonista conserva características inalterables. Un ejemplo en el caso de Norma sería su prodigiosa capacidad innata para jugar ajedrez. Y no es gratuita la elección del ajedrez como la constante en las vidas de Norma, ya que este juego se parece a la estructura de la propia novela: sus reglas están cinceladas en la realidad, son concretas y claras, pero en cambio las jugadas que se pueden hacer con ese reglamento relativamente sencillo son infinitas y algunas de ellas alcanzan la calidad de lo artístico, de lo epifánico. (En una célebre partida, el Gran Maestro mexicano Carlos Torre obligó al rey enemigo a suicidarse en la quinta columna, atraído por el imán de su propia fatalidad.)
     Otro acierto literario de la novela sucede en casa de Norma, cuando el periodista que la visita semanalmente, intentando armar el rompecabezas de las distintas vidas que la anciana le cuenta que ha vivido (y construir con ello una novela, que al final será La vida que se va), descubre objetos emblemáticos de cada uno de sus destinos posibles, reforzando la verosimilitud interna de las historias. Ahí están el piano de su matrimonio con el primo de Guanajuato y los recuerdos de su estancia en Europa, y los utensilios médicos de su matrimonio con el doctor Jiménez. Pero La vida que se va es también un debate sobre el libre albedrío. Conviene recordar en este punto que Leñero es un autor católico que siempre ha indagado en la relación entre la libertad personal y la obligación católica. ¿Con las decisiones que tomamos construimos nuestra historia o sólo la cumplimos?
     Novela de la vejez y del recuento de la vida, La vida que se va demuestra la vigencia de un autor que ha construido a lo largo de su trayectoria una sólida carrera de escritor, fiel al oficio de la palabra y versátil en los géneros y en el manejo de los registros y tonos narrativos. –

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(ciudad de México, 1969) ensayista.


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