Mansiones verdes, de W.H. Hudson

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Mansiones verdes (1904) estรก en medio del arco que trazan las dos grandes obras de William Henry Hudson (Guillermo Enrique Hudson para su ubicaciรณn al mismo tiempo lateral e imprescindible en la literatura argentina): The Purple Land (La tierra purpรบrea, 1895; publicada por El Acantilado en 2005) y Far away and Long Ago (Allรก lejos y tiempo atrรกs, 1917, 2003). La tierra purpรบrea, una suma de estampas de una viveza difรญcil de igualar, narra el progresivo acriollarse de un joven inglรฉs en la Banda Oriental, el actual Uruguay, hacia mediados del siglo XIX. De ella escribiรณ Borges que โ€œes de los muy pocos libros felices que hay en la tierraโ€ y que su fรณrmula es tan antigua que se remontaba a la Odisea: la del โ€œhรฉroe que se echa a andar y le salen al paso sus aventurasโ€. Lo mismo vale para Mansiones verdes, sรณlo que en รฉsta el paisaje, el tono, la intenciรณn son del todo distintas. Mientras La tierra pupรบrea es en buena medida autobiogrรกfica y tiene un desarrollo verosรญmil โ€“aunque las aventuras que le acontecen al Richard Lamb de Hudson no son menos vรญvidas y coloridas que las del Kim de Kiplingโ€“, Abel, el protagonista de Mansiones verdes, emprende un viaje sobrenatural, curiosamente de una sobrenaturaleza producida por su vehemencia en el adentrarse en la naturaleza hasta confundirse con ella.

Hudson naciรณ en una hacienda de Quilmes โ€“actualmente un suburbio de Buenos Airesโ€“ en agosto de 1841, descendiente de norteamericanos, cuando Argentina estaba bajo la dictadura de Juan Manuel de Rosas. Su infancia y adolescencia las pasรณ en un idilio perpetuo con el paisaje y la fauna pampeana; el gran ensayista argentino Ezequiel Martรญnez Estrada, en El mundo maravilloso de Guillermo Enrique Hudson (1951), se refiere a โ€œsu connibium con la naturalezaโ€; Joseph Conrad, que fue su amigo y admirador, habรญa dicho que Hudson โ€œescribe como crece la hierbaโ€. En 1874, a sus 36 aรฑos, Hudson se afincรณ en Londres, donde viviรณ el resto de su vida (muriรณ en 1922) y donde escribiรณ la prolรญfica obra que evocรณ, ensalzรณ y, mรกs tarde, fijรณ en la memoria de varias generaciones de lectores los paisajes rioplatenses como un paraรญso perdido. En รฉl se juntaban el espanto y la maravilla de quien habรญa descubierto allรญ algo que es anterior o exterior a la cultura y a la civilizaciรณn: no el paisaje sino la naturaleza y los seres que la habitan (โ€œHudson vio y sintiรณ lo que un hijo de la Banda Oriental nacido y criado en ella no habrรญa visto ni sentidoโ€, observรณ con lucidez Unamuno en un epรญlogo a La tierra purpรบrea). Hudson llegรณ a ser uno de los mรกs importantes ornitรณlogos de su tiempo; sus descripciones de las especies autรณctonas de Argentina y Uruguay son obras clรกsicas en la materia. La impresionante finura de su observaciรณn y su talento descriptivo suplieron su completa carencia de toda formaciรณn cientรญfica acadรฉmica.

En Mansiones verdes (en la ediciรณn que acaba de aparecer ha desaparecido el subtรญtulo que siempre la acompaรฑรณ: โ€œA Romance of the Tropical Forestโ€), Abel, hijo de la aristocracia venezolana, obligado a huir de Caracas para salvar la vida tras tomar parte en un conato de revoluciรณn, relata su larga convivencia con los indios de la Guayana. Y, en particular, su alucinado amor por Rima, la mujer pรกjaro, una joven huรฉrfana que ha crecido en el bosque hasta convertirse en una semidiosa a la que obedecen las serpientes y las corrientes de los rรญos. Martรญnez Estrada afirma que Rima โ€œes un personaje absolutamente nuevo, sin precedentes en la literatura [โ€ฆ] Hudson ha sabido dotarla de una levedad y gracia aรฉreas sin reducirla a condiciรณn espectral. Integrando el paisaje forestal en que vive, aparece y desaparece de escena de modo tan extraรฑo que se dirรญa un duendeโ€ฆโ€ Nunca como en Mansiones verdes Hudson estuvo tan cerca de El corazรณn de las tinieblas de Conrad (publicada cuatro aรฑos antes) o, tambiรฉn, de Las Encantadas (1856), el relato impresionante de Melville sobre su viaje a las Galรกpagos. Conrad ve en la selva y sus habitantes la encarnaciรณn de fuerzas diabรณlicas que el horror del imperialismo europeo desata y desborda; Melville habรญa visto en Ecuador una tierra lรบgubre y apocalรญptica. En Mansiones verdes, en cambio, la selva es el sรญmbolo de una civilizaciรณn capaz de vivir en armonรญa con la naturaleza, de una cultura en la que al hombre le resulta inconcebible la idea de atacar a cualquier ser vivo. El movimiento, sin embargo, es semejante en Hudosn y en Conrad: la civilizaciรณn occidental corrompe lo que pisa, y esa marcha no tiene vuelta atrรกs.

Junto con La era de cristal (1887), Mansiones verdes forma parte de la adhesiรณn de Hudson al movimiento tardorromรกntico de la Inglaterra eduardiana, la que veรญa el progreso de la civilizaciรณn โ€“la industria, la ya hipertrofiada vida urbanaโ€“ como un alejamiento creciente de las verdadera fuente de la felicidad y la inocencia, como ya lo habรญan anunciado Rousseau o Shelley. Todo lo cual carecerรญa de interรฉs para un lector de hoy si no fuera por la prosa sublime de Hudson, por su capacidad irrepetible para hacer brotar en la pรกgina impresa la selva, los pรกjaros, los rรญos. Marta Pesarrodona sabe captar esas modulaciones y llevarlas a su traducciรณn. Mansiones verdes es acaso una obra menor, pero el genio de Hudson es tal que aรบn asรญ esta novela sigue irradiando una luz muy pura, que no ha perdido un รกpice de su fresca novedad. ~

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