Para descongelar la Revolución mexicana

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Renata Keller

Mexico’s Cold War. Cuba, the United States, and the legacy of the Mexican Revolution

Cambridge, Cambridge University Press, 2015, 274 pp.

A más de dos décadas de la caída del Muro de Berlín y de la desintegración de la urss, la Guerra Fría se instala como uno de los grandes temas de la nueva historia hemisférica. En su The Cold War. A new history (2005), John Lewis Gaddis observaba que si algo compartía ese conflicto con las dos guerras mundiales del siglo XX, especialmente con la segunda, era su dimensión planetaria. América Latina y, sobre todo, México, vivieron la Guerra Fría con una intensidad poco reconocida en los estudios históricos más aferrados a la estrecha perspectiva nacional.

La historiadora Renata Keller, graduada de la Universidad de Austin y profesora en la de Boston, se propuso reinterpretar el México de la Guerra Fría a través de uno de sus ángulos más notables: el impacto de la Revolución cubana y su radicalización comunista durante los sesenta y setenta. Aquellos fueron los años de mayores vaivenes en la política económica y en la estrategia geopolítica del gobierno revolucionario de la isla, pero también los de mayor radicalidad ideológica, no solo por medio de la alianza con la urss y la asunción doctrinal del marxismo- leninismo, sino de la agresiva promoción de la vía socialista cubana entre las izquierdas latinoamericanas.

Una sólida tradición de estudios sobre las relaciones entre México y Cuba en esas décadas (Mario Ojeda, Olga Pellicer, Ana Covarrubias) ha sostenido que en México, a diferencia de la mayoría de los países latinoamericanos, el gobierno cubano limitó su activismo ideológico y político, a cambio de la preservación de las relaciones diplomáticas, rotas con casi toda la región tras el giro al comunismo entre 1960 y 1962. El estudio de Keller revisa ese consenso historiográfico a través de un detallado inventario de las diversas formas que adoptó la defensa y proyección del socialismo cubano en el México de los sesenta y de los apoyos y rechazos que el mismo provocó dentro de la sociedad y el Estado mexicanos.

El relato de Keller arranca el 18 de abril de 1961, cuando el expresidente Lázaro Cárdenas, por órdenes de Adolfo López Mateos, es bajado a la fuerza de un avión, en el que se dirigía a Cuba a sumarse a la resistencia contra la invasión de Bahía de Cochinos. El incidente, así como la posterior manifestación multitudinaria que Cárdenas encabezó en el Zócalo, en solidaridad con Cuba, se describen como capítulos del surgimiento de una nueva asociación política, el Movimiento de Liberación Nacional (mln), que, en alianza con el Partido Popular Socialista y el Partido Comunista, se perfilaba como una plataforma que presionaría al pri por la izquierda con el fin de mover al nacionalismo revolucionario mexicano hacia el socialismo.

El mln surgió luego de que las primeras redes de apoyo a la Revolución cubana en México, que incluyeron desde el líder ferrocarrilero Demetrio Vallejo hasta el dirigente campesino Rubén Jaramillo, se reunieran, bajo el liderazgo de Lázaro Cárdenas y Vicente Lombardo Toledano, en la Conferencia Latinoamericana por la Soberanía Nacional, la Emancipación Económica y la Paz, en la ciudad de México, en la primavera de 1961. La conferencia montó un foro a favor del socialismo cubano, que alentó la apuesta mediática de la agencia oficial cubana Prensa Latina, que operaba en México desde el año anterior, de la revista quincenal Política, dirigida por Manuel Marcué Pardiñas y Jorge Carrión, y otras publicaciones afines, como La Prensa, El Popular, El Diario de México o Siempre!, así como de un grupo de intelectuales de izquierda (Fernando Benítez, Carlos Fuentes, Víctor Flores Olea, Pablo González Casanova), que veían en la influencia de Cuba una manera de descongelar la Revolución mexicana.

A través de despachos consulares y documentos desclasificados de la cia, del Ministerio de Relaciones Exteriores de la isla y de los aparatos de seguridad del gobierno de López Mateos, Keller reconstruye la oposición que el radicalismo procubano generó en sectores moderados del pri. Periódicos como Excélsior, Ovaciones, Novedades, El Nacional y El Universal trataron con frialdad o reserva al mln y a la Conferencia Latinoamericana, mientras el pan, la Iglesia católica, la Unión Nacional Sinarquista o el viejo Partido Revolucionario Anticomunista, fundado por Manuel Pérez Treviño, alertaban sobre la amenaza de una deriva marxista-leninista en México por la ascendencia cubana. Cuando, a partir de 1962, el mln intentó reconstruir las bases del pri con nuevas organizaciones como la Central Campesina Independiente o la Central Nacional de Estudiantes Democráticos, algunos partidarios iniciales del mln como Lombardo Toledano, el viejo constitucionalista de Querétaro Heriberto Jara, además del expresidente Abelardo L. Rodríguez e hijos de Emiliano Zapata y Venustiano Carranza, rechazaron la cubanización de la izquierda en México porque desvirtuaba la ideología originaria de la Revolución mexicana.

Para mediados de la década, tras la creación del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, la isla representaba una alternativa marxista-leninista al nacionalismo revolucionario mexicano, abiertamente promovida por la embajada de la isla en el df, como se evidenció en los varios viajes del canciller Raúl Roa a México. Una portada de la revista Política, en agosto de 1966, con una foto al fondo de Fidel Castro y Camilo Cienfuegos, decía textualmente: “¡Latinoamericanos! ¡El camino no es la Revolución mexicana!” La disputa entre las ideologías de ambas revoluciones que, ante la juventud de izquierda, presentaba a la mexicana como el pasado y a la cubana como el presente y, sobre todo, el futuro de América Latina, se ubicó, en buena medida, en el centro de la esfera pública del país durante la presidencia de Gustavo Díaz Ordaz (1964-70).

En contra de quienes subestiman el papel de Cuba en la radicalización de la izquierda mexicana en los sesenta, Keller encuentra múltiples conexiones políticas o ideológicas entre aquellas redes de “solidaridad”, operadas por la embajada cubana y la seguridad del Estado de la isla, con la guerrilla rural de Genaro Vázquez y Lucio Cabañas en Guerrero, el movimiento estudiantil del 68, la movilización de Corpus Christi en 1970, la Liga 23 de Septiembre y otras guerrillas urbanas comunistas, menos conocidas, que actuaron en Guadalajara, Monterrey y la ciudad de México. Ser “revolucionarios” para los jóvenes comunistas mexicanos de entonces, como Francisca Calvo Zapata, significaba ser como Fidel, Camilo y el Che y levantarse en armas contra el gobierno de Díaz Ordaz, que consideraban aliado de la Iglesia, la burguesía anticomunista y el imperialismo yanqui.

La tesis de Renata Keller no es, desde luego, que el gobierno revolucionario cubano exportó o fabricó aquella izquierda en México, como sostenían sectores conservadores del gobierno de Díaz Ordaz u organizaciones de la derecha estudiantil, como el Movimiento Universitario de Renovadora Orientación. La radicalización de la juventud mexicana formó parte de un fenómeno nacional y global, en los sesenta, con raíces al descubierto en la crisis del autoritarismo priista y en el rechazo a políticas hegemónicas de Estados Unidos en el hemisferio y el mundo, especialmente el apoyo a dictaduras militares latinoamericanas y la guerra de Vietnam. Pero el gobierno cubano, en resuelta promoción de su modelo de conquista y retención del poder, capitalizó y, en buena medida, instrumentalizó aquella radicalización con el fin de rebasar el nacionalismo revolucionario y reemplazarlo con el marxismo-leninismo, en tanto referente de una nueva izquierda guerrillera comunista.

Por debajo de ese choque ideológico, Renata Keller cuenta una trama de cruces y fricciones entre los servicios de inteligencia de Estados Unidos, Cuba y México, que hacían del df una capital del alto espionaje de la Guerra Fría. Por presiones de la cia, los servicios secretos mexicanos detuvieron e interrogaron a Silvia Durán, una mexicana que trabajaba en la embajada de Cuba en México y que tuvo contactos con Lee Harvey Oswald, durante un viaje de este a México, dos meses antes del asesinato del presidente John F. Kennedy. El arresto de Durán generó protestas del canciller cubano Raúl Roa y del presidente de la isla, Osvaldo Dorticós, pero las relaciones entre ambos países salieron a flote. En 1967 y 1968, dos de los años más conflictivos del vínculo bilateral, por la movilización de la izquierda radical mexicana, las exportaciones de México a la isla llegaron al tope de la década con cerca de ochenta millones de dólares.

Más que una relación especial entre México y Cuba, durante la Guerra Fría, el libro de Renata Keller expone las claves del acendrado realismo con que ambos gobiernos condujeron sus políticas exteriores. Luego de una ofensiva dirigida a rebasar el nacionalismo revolucionario como enclave ideológico de las izquierdas latinoamericanas, La Habana comprendió que era simbólicamente más rentable la coexistencia que el conflicto entre los legados de ambas revoluciones. La preservación del régimen priista en los años setenta, ochenta y, sobre todo, noventa, tras la caída del Muro de Berlín, resultó una de las mayores ventajas geopolíticas para el comunismo cubano. Hasta la llegada de Hugo Chávez al poder en 1999, en Venezuela, México fue el principal aliado de La Habana en América Latina. ~

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(Santa Clara, Cuba, 1965) es historiador y crítico literario.


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