Hoy acaba el mes de noviembre, un mes que he sentido disparatado y en el que también he visto convulsos a quienes me rodeaban. Uno de los primeros días hice una consulta al tarot de Ozu, que es un mazo que produjo la Filmoteca de Cataluña a partir del maravilloso libro de Pablo García Canga Ozu, multitudes, publicado por la editorial Athenaica. Para hablar del mazo tengo que decir primero que el libro toma un fotograma de cada una de las películas de Yasujiro Ozu –que por cierto acabo de ver que murió el día de su sesenta cumpleaños– y a partir de lo que se ve en la imagen, no a partir de la sinopsis que conocemos de la película, se va desarrollando una historia nueva, se va profundizando en un aspecto de la película y de la vida de todos nosotros, desplegándolo con mucha atención. Este es un sistema oracular, el de olvidar lo que sabemos e ir describiendo cuidadosamente lo que tenemos delante, de un modo que puede parecer ingenuo o vano pero que nos permite sorprender en nuestro discurso el hallazgo luminoso o el punto crítico, el acto fallido que señala dónde tenemos que mirar para encontrar lo que buscamos. ¿Por qué te has fijado en ese detalle, por qué lo has descrito con ese adjetivo, a qué te recuerda lo que ves? La imagen externa que convoca a la imagen interna, que le da la confianza de que su idioma será comprendido, para que así se lance a hablar. Ozu, multitudes, que es un libro de la sección de cine y no de la de ciencias ocultas, funciona un poco así, fijándose en lo que quizá damos por hecho, y por esa razón tiene mucho sentido utilizarlo en busca de iluminación.
Cada uno de los fotogramas lleva un título asociado. Por ejemplo El té, o Los perros, o La complicación (glups), o La contradicción, o La gravedad (que es un plano sin personas en el que se ve una escalera que sube y que según he observado le sale a menudo a quien pregunta por cómo abordar un trabajo creativo). Así, además de leer las imágenes del plano el consultante tiene un concepto al que agarrarse para entender el tono del pronóstico. Y en lugar de lanzarse a una interpretación propia puede acudir al capítulo correspondiente, que aunque haya sido concebido como rama de la película, sin duda puede ocultar la llave que abra nuestra puertecita.
Este no es el único mazo de cartas adivinatorias que utiliza películas. Que yo sepa, existe por lo menos un tarot basado en la filmografía de Bergman con imágenes seleccionadas por Rodrigo Téllez Repetto para la editorial mexicana Hungría. Mi amiga Beatriz lo lleva siempre encima y así en cualquier momento en que alguien se sienta atenazado por la duda y no sepa qué hacer, es decir, el noventa por ciento del tiempo, puede consultar las cartas con la esperanza de que el caballero jugando al ajedrez con la Muerte o los rostros superpuestos de Persona le devuelvan la ansiada serenidad.
Volviendo a mi consulta: me veía de nuevo teniendo que organizar algunos aspectos de mi vida. Una cosa recurrente. Aquí soy críptica, pero la pregunta la confieso tal cual la hice: ¿A qué conviene que dedique las próximas semanas? Elegí sacar una sola carta en lugar de una tirada más compleja. Me salió la más alucinante de las respuestas: la carta decía Tú. Una mujer muy sonriente sacaba la lengua. La interpretación era evidente. Dedícate a ti, dedícate a lo tuyo. Todos los capítulos del libro se extienden entre tres y seis páginas, pero el correspondiente a esta carta solo dice:
Escribe tu propia aventura:
…
Una respuesta muy estimulante. Inquietante, también. Aquí se ve muy bien que las consultas al tarot, más que adivinarte cosas, te muestran lo que tú ya sabes en un nivel más profundo, y te dan el espaldarazo que quizá no te atreves a darte en la vida consciente.
Así empecé el mes, y según pasaban los días pensaba mucho en la carta que me había salido, pero no estoy segura de haber seguido exactamente el consejo o el permiso que me dio aquella carta blanca. ¿Qué vino luego? Todo pareció acelerarse y ralentizarse a la vez. Muchas cosas han sido como eran antes, sobre la marcha y despreocupadas, pero nosotros que nos reincorporábamos a ellas parecíamos venir de otro mundo. Anochecía pronto. Mis amigos y yo nos contábamos historias enrevesadas, aventuras que parecían tender hacia un lado pero que luego resultaban ir hacia otro. Era mejor verles el lado bello. Todo el mundo trabajaba demasiado y bebía más que de costumbre. Teníamos citas en tres sitios diferentes a la misma hora. No íbamos a ninguna y acudíamos a un cuarto lugar. Por seguir con el esoterismo, hubo un eclipse de luna sobre el que leí que iba a hacer aflorar sorprendentes secretos y liberarnos de nuestras odiosas cadenas. Yo me lo pasaba muy bien y también me sorprendía a veces con una especie de tizón encendido en el esófago, una inquietud que no sabía cómo aplacar. Me preguntaba de vez en cuando si conseguiría un rato libre para dedicarme a mí, según me había recomendado la chica que sacaba la lengua, quizá yo misma desde la carta del tarot, y la verdad es que pensaba que no, que estaba todo el rato despistada con otras cosas, pero ahora que acaba el mes se me ocurre que quizá sí lo haya hecho, que la carta no fuese una recomendación sino un augurio y que este movernos como locos sin que acabe de salir nada de lo que hemos planeado e ir como llevados por el viento o dirigidos por un titiritero cósmico y encontrándonos aquí y allá las sorpresas más fabulosas e incomprensibles, sin que nos dé tiempo a pensar qué quiere decir todo esto, quizá sea una manera de escribir nuestra propia aventura.
Es escritora. Su libro más reciente es 'Lloro porque no tengo sentimientos' (La Navaja Suiza, 2024).