1.
Uno de los cuentos de Mujeres y otros animales, el primer libro de relatos de Bonnie Jo Campbell (Michigan, 1962), se llama “El súbito desarrollo físico de Debra Dupuis” y me hizo pensar en un texto de Nora Ephron que está recogido en Ensalada loca, “Algunas observaciones sobre pechos”, que abre el volumen. También en algunos de los cuentos (¿capítulos?, ¿piezas?) del debut de María José Hasta se habla de las tetas de la protagonista. A este tipo de rimas las llamo “Todos los casos del detective están relacionados” –aunque ese nombre no es mío, es de mi hermano– o “Síndrome de la embarazada y el carrito de bebé”: cuando estás embarazada y solo ves madres empujando carritos.
2.
En el fondo más racional de mi ser sé que no hay nada mágico en estas coincidencias, que es una mera cuestión de estadística (los temas no son tantos, las cosas importantes son, una vez solucionadas las necesidades vitales, más o menos las mismas para todos, y las tetas, en este caso, son una de ellas) y de sesgo, pero me divierto trazando itinerarios. Es también una manera de recuperar lecturas a veces olvidadas (como el prota de Alta fidelidad, ahora podría decir cinco libros sobre las tetas desde la fascinación y la perplejidad y sin culpa): recupero ahora un trozo de Nuestras vidas, de Marie-Hélène Lafon en el que habla de los pechos de la cajera: “Te dejan indefenso. Te quedas ante ellos, quisieras pensar en la compra, ejecutar los gestos por orden, sacar dejar ordenar, vaciar llenar, la tarjeta el código. Nos esforzamos nos concentramos nos aplicamos, todos más o menos, hombres y mujeres, viejos y jóvenes y de mediana edad; pero los pechos atraviesan, rezuman, es algo orgánico”.
3.
“El súbito desarrollo físico de Debra Dupuis” habla de una chica a la que le crecen las tetas, ella lo interpreta como un don, y quiere compartirlo. Eso ocasiona un altercado en el instituto que deja a Debra un poco triste. “Ajenos a la gravedad, los pechos de Debra se alzaban y flotaban por encima de la caja torácica, cual dirigibles de carne cargados de helio, flotantes y dichosos como melones maduros. Debra había sufrido un gran disgusto cuando Nicole, la que hasta entonces era su mejor amiga, había invitado a otra chica a ir con ella a Disney World, pero parecía que Dios se había apiadado de Debra y, como consuelo, le había enviado esos globos sagrados, esos orbes celestiales, esos soles gemelos en torno a los cuales giraba ahora el resto de su cuerpo”, eso es al principio del relato, una escena en las duchas del vestuario femenino del instituto. Al final: “Su madre se equivocaba al decir que sus pechos eran como los de otros tantos millones de mujeres. Debra había visto los tomatitos ordinarios, mínimos, de otras mujeres: pequeños, lisos, aplanados. Jesucristo no podía tener pechos, pero, si los tuviera serían como los de ella. Y de igual modo que Jesucristo demostró a todos los seres humanos su santidad mediante el ejemplo, el don divino de Debra encumbraba todos aquellos pechos menos perfectos que la rodeaban. Sostenidos en alto por la gracia de Dios, los santuarios esféricos de Debra ofrecían la salvación a toda la humanidad, aunque la humanidad que la rodeaba no fuera digna de ellos”.
4.
Una de mis tías siempre estaba a punto de ponerse a dieta. Con pena decía que lo primero en adelgazar eran las tetas. En la piscina de la casa de mis padres, mis hijos señalaron que las tetas de mi amiga eran mucho más grandes que las mías.
5.
Nora Ephron cuenta que a ella el asunto de los pechos siempre le importó. Fue un trauma cuando se reencontró con su mejor amiga después del verano y en la amiga se había producido la transformación y en ella no. Llevó sujetadores con relleno toda la secundaria. “Y mis amigas, las que tenían pechos grandes, se explayaban interminablemente explicando que sus vidas habían sido muchísimo más tristes que la mía. Les tiraban las cintas del sostén. No podían dormir boca abajo. Las miraban fijamente siempre que salía la palabra ‘montaña’ en geografía. […] Fue una época terrible, me aseguran. No me doy cuenta de la suerte que tuve, dicen. He pensado en sus comentarios. He intentado ponerme en su lugar, he considerado su punto de vista. Creo que lo que dicen es puro cuento”.
6.
En “Traje marrón”, uno de los cuentos de Se te oscurece el pelo, la protagonista se acuerda de un campamento al que acudió con amigas. Allí se hizo un amigo. “Siempre que coincidían, él le miraba las tetas durante un rato. A ella no le importaba. Por su forma de hacerlo sentía que le gustaba por completo, solo que las tetas eran su parte preferida”. Veinte años después la información básica que le devuelve internet sobre su amigo es inesperada.
7.
En el bar donde llevo a mis hijos a tomar un vasito de leche hay una pared cubierta por un collage. Hay bastantes fotos de chicas semidesnudas, y hay muchas tetas. Ellos se entretienen buscando las más gordas. Mi amiga A., de todas mis amigas creo que es la que tiene las tetas más grandes, siempre cuenta que ella siempre estaba jugando a fútbol con los chicos hasta que le crecieron las tetas. Ese día me quedé sin amigos, dice.
(Zaragoza, 1983) es escritora, miembro de la redacción de Letras Libres y colaboradora de Radio 3. En 2023 publicó 'Puro Glamour' (La Navaja Suiza).