La invención de las letras

Ortografía, gramática y oratoria son tres cuerdas flojas siempre invitando a un descuido para caer, a veces, leve, a veces violentamente.
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En su Gramática, Nebrija escribe que “Entre todas las cosas que por experiencia los ombres hallaron : o por revelación divina nos fueron demostradas para polir e adornar la vida umana : ninguna otra fue tan necessaria : ni que mayores provechos nos acarreasse : que la invención de las letras”.

Con ese halo de grandeza, la gramática algo tenía de divino y no era una floja disciplina de libro de texto. Muy conocidos son los quince azotes que recibió el joven Lutero de su profesor de latín por haber conjugado mal un verbo. Son conocidos porque los recibió un muchacho que saltaría a la fama, pero incontables chicos recibieron tales azotes sin que luego los escribieran en sus memorias. La letra con sangre entra; la gramática a latigazos.

Un famoso gramático llamado Gunzone, en el año 965, cometió durante un sermón “el imperdonable error de haber dejado escapar un acusativo en vez de un ablativo”. Quienes lo escuchaban determinaron que era un anciano digno de ser flagelado por los letrados y, para hacerle escarnio, alguien compuso al respecto unos versos burlones o lascivulis versibus.

Gunzone no habría de guardar sumisión luego de tan tremendo agravio. Dedicó largo tiempo a documentar ese mismo uso del ablativo en autores “griegos y latinos del calibre de Homero, Virgilio, Terencio y de textos religiosos” para restaurar, en la medida de lo posible, su reputación.

Lo comprendo. Alguna vez escribí “Vitrubio” en un artículo. Cuando me señalaron mi error, la vergüenza me hizo emprender una búsqueda para dar con un buen número de otros escritores que habían hecho lo mismo. Además me atreví a proponer que si el mons Vesuvius lo poníamos en español como monte Vesubio, algo así podíamos hacer con Marcus Vitruvius.

En 1615 fue condenado a muerte Patrick Stewart, y se cuenta que fue por un error gramatical. Una inscripción en su palacio decía: “Robertus Stuartus, filius Jacobi Quinti, Rex Scotorum”. Sir Walter Scott escribió que: “Al poner Rex en el nominativo, en vez de Regis en el genitivo… Patrick parecía declarar que su padre había sido el rey de Escocia, y le impusieron severos cargos de alta traición por asegurar tal cosa”.

La retórica va tomada de la mano de la gramática, y para Quintiliano, uno de los grandes maestros antiguos, saber hablar correctamente indicaba un orden moral en la persona. “Algunos pretenden que aun los hombres malos pueden llegar a ser oradores”, escribió.

Por supuesto el texto bíblico, siendo palabra de Dios, tenía que estar a prueba de todo error o habría que consentir que el Autor fuese falible. Si Dios hubiese dicho “háigase la luz”, entonces esa sería la forma correcta del verbo “haigar”.

Cuando Segismundo de Luxemburgo dio su discurso inaugural en el Concilio de Constanza, pronunció las palabras “nefanda schisma” apareando el sustantivo con un adjetivo femenino. Un sabiondo cardenal lo interrumpió para decirle que schisma era de género neutro, a lo que Segismundo contestó: “Soy rey de los romanos y estoy por encima de la gramática”.

No es un purismo. Ciertamente para quienes hablan latín nefanda schisma suena tan mal como feminizar el tequila. “Me tomé el trabajo de conseguir la tequila”, escribe Cabrera Infante en una novela. Muy mal estaría escuchar en un bar: “Quiero una tequila reposada”. Ocurren estos despistes con algunas bebidas. “Una cava bien fría”, dicen algunos, y por eso hay bebidas pasaron a ser ambidiestras: la vodka o el vodka, la champaña o el champaña.

Ortografía, gramática, oratoria, tres cuerdas flojas siempre invitando a un descuido para caer, a veces, leve, a veces violentamente. A veces por error, a veces por vicio. Estoy leyendo una buena novela publicada en un gran grupo editorial y apenas en dos páginas me encuentro con estas tres palabras: presuponieron, absorvía, avalanzó. La trama policiaca ya me importa poco. El verdadero culpable es el autor o el corrector o el editor o todos a una.

Según como ande la educación, la gramática suele ser un apartado dentro de la materia de Español. Me gusta la importancia que se le daba en la antigüedad. “La gramática es el fundamento de todas las demás ciencias”, escribió san Isidoro. “La que abre la puerta a todo conocimiento”, hace eco otro antiguo. Y más voces del pasado dicen que “abre el juicio de las personas”, “una de las artes más útiles e importantes”.

También se dice desde la antigüedad que “se aprende más por uso que por reglas”. Así, el mejor maestro de gramática es un buen prosista. Se les contrata con poco dinero. El maestro Reyes, el profesor Arreola, el tícher Borges. Tantos otros. Y otros no tanto.

Volviendo a Nebrija: nada tan grandioso para el ser humano como la invención de las letras. Eso lo escribió el annus mirabilis de 1492, y sigue siendo verdad, aunque muchos no le crean. ~

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(Monterrey, 1961) es escritor. Fue ganador del Premio Xavier Villaurrutia de Escritores para Escritores 2017 por su novela Olegaroy.


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