Postura del sumiso

Ayer y hoy, uno de los actos más avasalladores del poder es la censura de libros; y la mejor postura del sumiso es no leer.
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Existe una edición de Las mil y una noches de René R. Khawam, publicada en 1986. La traducción al francés se hizo desde el árabe; mientras que al español, desde el francés. El prólogo asegura que es la “única fiel al texto original” y se denomina “definitiva”. Ahí me entero de que en El Cairo había aparecido otra edición inexpurgada, también ajustada a los manuscritos originales, pero nada más se supo de ella, pues “las autoridades religiosas consiguieron que dicha edición fuera censurada y destruida, para no poner en peligro la elevada imagen que el islam actual quiere ofrecer de sí ante el mundo”. Si tal era el propósito, habría que avisarles que la imagen se deselevó.

En efecto, busqué la prensa de la época y hallé que se destruyeron los tres mil ejemplares de dicha obra; también fue denunciado el editor y varias librerías por violar leyes contra la pornografía. Gracias a que el autor es anónimo y habrá muerto hace varios siglos, no se presentaron cargos contra él. El fiscal agregó que “cualquier parte de nuestra tradición que incluya vulgaridad debe encerrarse en un museo y luego presentar una versión expurgada a nuestra juventud”.

Proteger a la juventud se usa como excusa para muchos atropellos a la libertad. También a la infancia. Y a las mujeres.

Como en aquel entonces Egipto todavía era un país parcialmente libre, hubo un grupo de escritores que protestó. Pero el juez se mantuvo inflexible y, según la prensa, “específicamente citó el relato sobre la seducción de una concubina y un esclavo”.

No sé a cuál de los relatos se refiera, pues la obra tiene varias escenas eróticas entre mujeres de importancia social y esclavos negros. Hay que declarar esta última palabra, pues el texto deja bien claro la atracción de las damas por “los atributos viriles de los negros”. Y apenas en el arranque tenemos no a una concubina y un esclavo, sino una jugosa orgía de once esclavos con once mujeres, una de ellas la esposa del rey.

Aunque en cierto pasaje uno de estos maridos dice: “Me encontré a mi esposa en la cama con un criado negro tan feo que daba miedo”, más justa sería la opinión de la gustosa mujer. Creo que nunca se menciona el origen de estos hombres, pero ya decía Heródoto en su Historia: “Por cierto que esos etíopes son, según dicen, los hombres más altos y apuestos del mundo”.

Lo de los esclavos no espanta a nadie, puesto que nos han llegado miles de reportes desde Qatar donde se ha practicado la esclavitud para construir estadios, y lo esencial es que ruede el balón. Lo que sí causa rechazo a los tiranuelos, por encima del erotismo, es la libertad con la que se desenvuelven muchas mujeres de Las mil y una noches, tal como las tres hermanas que felizmente beben vino y disfrutan encuerándose delante de los hombres y los dominan con sus encantos, sin que por eso dejen de invocar a Alá.

Si bien es cierto que algunas mujeres mueren por su infidelidad, también resulta que una de ellas, Sherezade, tenía una educación que aterraría a cualquier talibán.

Sherezade había leído toda clase de libros y escritos, y hasta había estudiado las obras de los sabios y tratados de medicina. Guardaba en su memoria infinidad de poemas y relatos, y había aprendido refranes populares, sentencias de filósofos y máximas de reyes. No contenta con ser inteligente y sabia, aspiraba además a ser cultivada y versada en literatura. Y no le había bastado solo con leer tantos libros, sino que los había estudiado en profundidad.

Sin embargo, hablar de Las mil y una noches es difícil, pues están bowdlerizadas las versiones que comenzaron a publicarse en el siglo XVIII. Se le han limado los pasajes más libertinos y libertarios. Así, cuando leo que en el año de 2010 hubo otra embestida legal en Egipto para prohibir esta obra, supongo que ahora se trataba de versiones enñoñadas, pues la “auténtica” ya estaba vedada desde veinticinco años antes. La nota de prensa dice: “Un grupo de abogados ha solicitado al fiscal general que se confisquen todos los ejemplares del libro y se arreste a sus editores”.

Siempre es torcida la mentalidad de quienes desean censurar una obra, pues para armar sus argumentos, tendrían que haberla leído. Cometieron el pecado que quieren evitarle a los demás. Ellos conservan la estatura moral que, suponen, se derrumbará en otros lectores. Como juez, yo enviaría a esos abogados a prisión, para que purguen el delito que desean imponer en otros.

Aquí, allá y acullá, ayer y hoy, uno de los actos más avasalladores del poder es la censura de libros; y la mejor postura del sumiso es no leer.

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(Monterrey, 1961) es escritor. Fue ganador del Premio Xavier Villaurrutia de Escritores para Escritores 2017 por su novela Olegaroy.


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