En los años 2012 y 2013 hice una investigación en los archivos personales de Augusto Monterroso, ubicados en la Universidad de Princeton y en la Universidad de Oviedo. Un resultado fue mi biografía, Augusto Monterroso, en busca del dinosaurio (2019). Estos son otros hallazgos.
La educación literaria de Monterroso comenzó en la biblioteca pública de Guatemala. Ahí leyó a gran parte de los clásicos de Occidente: Hugo, Shakespeare y a los autores del Siglo de Oro. Cuando empezó a escribir y a publicar en revistas y periódicos guatemaltecos, su escritura estaba en diálogo con estos y otros autores. Gran lector, sin embargo sintió una gran inseguridad con respecto a su obra: era la actitud de alguien que desea y no logra del todo estar al día.
Siempre afirmó haber dejado sus estudios inconclusos en la primaria. Pero al llegar a México se inscribió en la escuela nocturna Rosa Luxemburgo, donde terminó la primaria y el primer año de secundaria. Tenía veinticinco años y había sufrido su primer exilio político. La Ciudad de México era un centro cultural fuerte y actualizado, con instituciones literarias sólidas como la legendaria Facultad de Filosofía y Letras de Mascarones, librerías y editoriales de renombre y varias publicaciones periódicas. Además, se informó de la literatura contemporánea, lo que le permitió actualizar su eventual proyecto literario: metaficción, minificción, intertextualidad, renovación de géneros.
Ante la posible angustia de sentirse menos, desplazado, anacrónico, optó por continuar sus estudios. Ahora sabemos que fue una decisión errada. Las amistades que encontró en la cafetería de Mascarones fueron su verdadera academia. Leyó por recomendación de Arreola a Baudelaire y Mallarmé; publicó sus primeras plaquettes en las colecciones Los Epígrafesy Los Presentes. En Sur descubrió a Borges y fue tanta su fascinación que publicó en La Cultura en México el primer texto sobre el argentino en México. Obtuvo un trabajo como corrector de estilo en la editorial Séneca, y luego en El Colegio de México y en la UNAM. Ese medio literario fue su ilustración y motor de trabajo.
En sus primeros años en México, Monterroso escribió sonetos en verso rimado, respetuosos de la tradición; poemas que pudo haber encontrado en los libros antiguos de la Biblioteca Nacional de Guatemala: “Temí perder la forma que tenía / temo perder la forma que mantengo / la forma a que tu antojo me conforma; / mas temo con más fuerza todavía / perder lo único cierto que ahora tengo; / el calor de tu mano que me forma”. Una década después, cuando publicó su primer libro de cuentos, era un autor muy diferente: complejo en el uso del humor irónico y los géneros literarios. Era ya un autor de otra vanguardia.
Cuando publicó su primer libro, Obras completas y otros cuentos (1959),su estilo era claro, transparente y preciso como el de los clásicos latinos; sus referencias literarias eran variadas y las utilizaba para construir su narración. Wilfrido H. Corral definió su poética como escritura para escritores, mientras An Van Hecke descubrió 2,652 referencias intertextuales a 1,167 autores en su prosa. Consecuentemente, su obra se entiende en diálogo con varias tradiciones literarias. Desde su primer libro fue el vuelo de una mosca zumbona alrededor del canon.
La académica inglesa Jean Franco y el propio Monterroso mantuvieron durante la década de los sesenta una correspondencia nutrida. Franco identificó su talento y lo ayudó a explotarlo, dándole recomendaciones y sugerencias de cómo adquirir más disciplina, enviar sus libros a ciertos autores con capital literario, difundir su obra en otras latitudes. Monterroso tomó algunos consejos; por ejemplo, viajar y pasar una breve estancia con ella en Londres. Fue su primer viaje a Europa, el escenario de sus lecturas formativas.
Escribió entonces un diario en el que hizo un examen profundo de su vida, sus logros y arrepentimientos. Carecía de una disciplina de escritura; había perdido su compromiso político y era cada vez más evidente para él que su vida de lector hedonista iba en demérito de su escritura. Y, sin embargo, había publicado para entonces varias de las primeras minificciones, cuentos metaficcionales y fábulas abiertas:
En mi interior bulle una cantidad de ideas y sentimientos para expresar con cuales no encuentro una forma. Todas me parecen gastadas, anquilosadas, ridículas o cursis. Pensar que un cuento debe tener nudo y desenlace me horroriza. Las formas demasiado modernas no puedo usarlas puesto que todo el mundo las usa. Decididamente, no encuentro mis expresiones. Soy demasiado perezoso para buscar nuevas, mías. No sé qué voy a hacer. Por otra parte, no puedo seguir sin escribir lo que llevo dentro, bueno o malo, poco o mucho, no sé. Quizá la costumbre de escribir todos los días sin forma, como con este cuaderno pienso hacer, ayude algo. (Notebook 1967)
Cinco años después publicaría Movimiento perpetuo, un libro escrito en un género nuevo, fragmentario y diverso sin ser misceláneo. Ángel Rama lo definió de manera poética como “Silva de Varia Lección”. “Yo no escribo, edito” solía decir Monterroso, y muchos creyeron que se trataba de una boutade.
De su única novela, Lo demás es silencio, su archivo contiene al menos tres cajas llenas de borradores. De un primer texto introductorio sobre Eduardo Torres escribió diecinueve borradores. Hay once del fragmento “Un breve instante en la vida de E. Torres”; nueve de “Hablar de un esposo siempre es difícil”. En 1975 tenía cuatro borradores de “Recuerdos de mi vida con un gran hombre”. A finales de ese mismo año había otros veinticuatro textos con la misma voz y en 1977 agrega otras dos versiones.
En un texto que después eliminó del libro afirmaba que la idea de la novela la tuvo en el año 45. En su archivo personal hay borradores de 1952 de una novela biográfica sobre un contador humanista, Evaristo, de un gran parecido con Torres. Si el libro finalmente se publicó en 1978, entonces pasaron casi treinta años desde los primeros borradores a la versión final. Es claro que no dedicó todo este tiempo a la novela, pero su labor de escritura y edición fue, aun así, inmensa. Monterroso fue un escritor con una gran formación clásica que construyó su estilo de manera laboriosa y pausada.
desde 2013 es profesor-investigador en el Departamento de Filosofía y
Letras de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Es autor de la biografía Augusto Monterroso, en busca del dinosaurio (Bonilla Artigas 2019) y las novelas Las aventuras de un lanzador de enanos (2019), Yo, emperador (2020) y Un puñito de cenizas (2021), publicadas por La Pereza Ediciones.