Foto: © FIL/ Nabil Quintero

Vi el futuro en la FIL Guadalajara

En los pasillos de la feria del libro, los bestsellers conviven con los clásicos, los bolígrafos y las tazas con la literatura. El reino de lo desechable se mantiene a raya, apenas.
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La literatura nunca muere, pienso al pasar por el stand de Francia en la Feria del Libro de Guadalajara: la colección de la editorial Gallimard exhibe un volumen inédito del blasfemo Louis Ferdinand Céline, un pecador irredimible en estos tiempos que exigen la más absoluta e imposible coherencia entre pensamiento, palabra y obra. A contracorriente de los particularismos y nacionalismos en boga, el invitado de honor en esta oportunidad es la Unión Europea, el acto de creatividad política más radical de un continente vituperado por su condición excolonialista y guerrera.

Pasear por los corredores confirma mi primera impresión del mayor evento editorial en lengua española: la persistencia de los llamados clásicos, impertérritos ante el abandono del humanismo literario que educó a generaciones de europeos, norteamericanos y latinoamericanos. Me refiero entre tantos otros a Dante, Cervantes, la Biblia, Lezama Lima, Proust. También sobresalen los clásicos populares: Poe, Orwell, Quiroga, García Márquez, Lovecraft, el Kafka de La metamorfosis y, por sobre todo, El principito, de Saint-Exupéry, en todas las versiones y adaptaciones posibles. El famoso personaje creado por un aviador es homenajeado hasta por la aerolínea Volaris, con un escenario en el que jóvenes e infantes se fotografían con él. También llama la atención la popularidad del filósofo Friedrich Nietzsche y la persistencia de bestsellers al estilo de El padrino, de Mario Puzzo, y de las obras de Dan Brown, entre ellas El código DaVinci. Por suerte, Apocalípticos e integrados y El superhombre de masas, de Umberto Eco, tienen igual fortuna.

La visualidad y el consumo le han ganado espacio al abstracto secreto de los renglones de los libros: afiches, ilustraciones, adaptaciones a novela gráfica, playeras, llaveros, tazas, bolígrafos. Mafalda, la niña inmortal del caricaturista Quino, con sesenta años a cuestas, convoca multitudes. El objeto libro, por supuesto, sigue siendo atractivísimo e insuperable como formato, sobre todo para niños y jóvenes. En cuanto a la gente adulta, sin duda está ganada para los textos de divulgación, como bien dice el escritor venezolano Rodrigo Blanco: Yuvan Noah Harari e Irene Vallejo son buenos ejemplos. También triunfa la autoayuda para todos los gustos y el éxito de la presentación del escritor español Pablo d’Ors así lo confirma: un monje católico sirve de inspiración para lograr el avance espiritual y, al mismo tiempo, cultiva un estilo literario ponderado por las escritoras Ligia Urroz y Sandra Lorenzano. La sala estaba repleta antes de empezar el evento, a diferencia de la presentación de No te veré morir (Seix Barral), de Antonio Muñoz Molina, un novelista gigantesco y candidato indiscutible al Nobel.

Sobresale la luminosa charla de la novelista italiana Dacia Maraini en el contexto de la Cátedra Carlos Fuentes, acompañada de Guadalupe Nettel. Nettel, muy acertadamente, señaló que Maraini vivió el esplendor de una época ya transformada en mito, la cual, por cierto, inspiró a la generación de la narradora mexicana y también a la mía. Cómo admirábamos la altura creativa e intelectual de Pier Paolo Pasolini, Elsa Morante, Alberto Moravia, Bernardo Bertolucci y Federico Fellini; en América Latina ocurría un fenómeno semejante con el pensamiento, la escritura y el arte de la generación de mis padres y abuelos. De esa época está presente en la feria la obra de Albert Camus, grato encuentro que contrasta con el olvido de Jean-Paul Sartre. Artistas, escritores y pensadores ya no conforman la trilogía que cambió tantas cosas en el siglo XX; ahora, los dioses son otros.

Aquella pretensión del siglo XX, transformarlo todo, triunfó en sentidos que supongo las grandes figuras que modelaron esa centuria no preveían: cualquiera puede ser escritor si participa en los circuitos adecuados, cultivando el realismo y el romance, que nunca mueren. La Feria abrió sus puertas el sábado 25 de noviembre con una multitud juvenil, sobre todo femenina, que espera impaciente y feliz hasta que por fin entramos. La seguí con interés y alegría porque su presencia asegura la continuidad de la feria y del libro, la persistencia de la lectura como placer y conocimiento. Una larga fila entra ordenadamente a una de las salas para el encuentro con la escritora española Joana Marcús (2000), figura estelar de la editorial Penguin Random House de apenas 24 años de edad. Marcús va a hablar y a firmar sus libros, entre otros Antes de diciembre y Después de diciembre, con vistosas portadas coloridas. Los gritos de las fanáticas lectoras acompañaron mi primera visita a la Feria de Libro de Guadalajara: la plataforma Wattpad, origen del millonario éxito de la joven, parece el futuro de la ficción si se quiere vivir de esta.

Con todo, el futuro no abjura del pasado: el romance tiene larga vida pero ahora integra tanto al feminismo pop, proveniente de las redes sociales, como a la diversidad sexual. El domingo 26 asistí a la mesa “Todo lo que sé del amor según los libros”, donde participaron Ale Solares, Fernanda Posadas, Michelle Ortiz y Valeria Perea. El moderador se identificó como hombre cis homosexual; dos chicas son cis heterosexuales y una cis lesbiana, todes muy aceptades y aplaudides. Sus nombres son muy conocidos dentro del mundo literario de la red Tik Tok: recomiendan libros, unos cuantos originalmente escritos en inglés, y han sido requerides para hablar sobre el espinoso tema del amor. Aprendí un término, “enemies lover” (pasé por esta experiencia en otros tiempos, pero no se llamaba así). Esta cronista escuchó con atención y terminó aplaudiendo; a su edad, veinti muy pocos, yo daba vivas a Fidel Castro –es decir, era tremendamente tonta.

Eso sí, no quiero tomarme fotos en el bus color rosa alusivo al libro Romper el círculo, de Collen Hoover: no estoy a mis años para exagerar. Tampoco puedo convertirme en fanática del manga amoroso, tan fucsia y con sus rostros que siempre nos parecen occidentales pero no lo son. Se trata de un circuito de lectura relativamente espontáneo; incluso se pueden imprimir en la feria los libros de chicos y chicas sin editorial privilegiados por el circuito de las redes sociales (de hecho, una mesa de exhibición llamada “Porque lo viste en redes” ofrece textos de autores muy jóvenes). La edad es clave: hablemos entre nosotres que todo lo sabemos. El dinero de las editoriales gira alrededor de estas figuras, vendidas al lado de nombres propios del circuito lector de lo que en otros tiempos se llamaba “literatura”, a secas. En un mismo anaquel conviven Las luces de febrero, de la mencionada Joana Marcús; Me llamo cuerpo que no está, de Cristina Rivera Garza; Lo que hicimos mal los adultos, de Maruan Soro Antaki; Hijos del neoliberalismo, de Ana Lilia Pérez, y Los recuerdos del porvenir, de Elena Garro. Sin duda, las estanterías son terreno de singulares maridajes: dos peruanos, el marxista José Carlos Mariátegui y el liberal peruano Mario Vargas Llosa, conviven pacíficamente.

Del pasado no perdura solamente el romance. También la editorial Siglo XXI nos ofrece mesas de “Pensamiento socialista” con grandes novedades –Lenin y Marx, por ejemplo, por no hablar de Diez días que estremecieron al mundo, de John Reed– y la Biblioteca Eduardo Galeano, un éxito para los amantes de la ficción política. Cuba trae libros del comandante Fidel Castro y China de Xi Jin Ping (claro, ya quisiera Cuba estar económicamente como China, pero igual comparten la afición a la represión política). Una pared de la feria está adornada con afiches del siglo XX, entre ellos algunos alusivos a la resistencia en la Europa comunista, inescapable e involuntaria ironía. Mucho más actual, refrescante y cercano como feminista me resulta ver una larga fila de mujeres, jóvenes en su mayoría, esperando para firmar sus ejemplares de los libros de Aura García Junco, Dahlia de la Cerda y Jumko Ogata, y, en especial, uno del que participan las tres: Nuestras resistencias. Lectoras que nos vuelan la cabeza (Lo que leo), una recopilación de textos de 15 autoras mexicanas actuales que hablan de las mujeres claves en su formación.

Abundan los adultos mayores de cuarenta primaveras en la formidable charla del escritor colombiano Héctor Abad Faciolince acerca de la escritora ucraniana Victoria Amelina. La importancia de narrar, de hacernos historia con la historia, resonó en mí, mujer con demasiados relatos encima. La muerte violenta ha sido uno de los temas del colombiano, con quien tengo gran afinidad. Ha sido así desde el gran libro de memorias El olvido que seremos, inspirado en su padre asesinado por los paramilitares, hasta esta charla del domingo pasado en la que se pregunta por qué murió Amelina, una mujer de 37 años con un hijo de doce, y no él, con sesenta y cinco años a cuestas. Ambos compartían una comida cuando una bomba lanzada por el ejército ruso la mató a ella. Como Sherezade en Las mil y una noches, Abad Faciolince sigue narrando para mantener a raya la muerte, como tantos escritores y escritoras que, aunque no ocupan gran parte de la feria, nos siguen sosteniendo en un camino cada vez más estrecho. En esta ruta participan las editoriales pequeñas como Literal Publishing, presente con su editora Rose Mary Salum, y poetas emergentes como Paulina Rojas, quien presentó su poemario Todos vieron al sol quemar el pastizal en el bar Patán Ale House, sede no oficial de la Feria Internacional de Libro de Guadalajara.

El reino de lo desechable impera, a despecho de los deseos de las elites intelectuales contemporáneas. Apenas, y a riesgo siempre de ser derrotados, lo mantenemos a raya en el mundo del libro; en todo caso, sigue valiendo la pena hacerlo. De hecho, se sigue mirando a los grandes hitos del pasado como referencias para el entretenimiento en el presente. Con esto me basta. ~

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Escritora y profesora universitaria venezolana. Su último libro es Casa Ciudad (cuentos). Reside en la Ciudad de México.


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