A menos que lean literatura filipina en inglés, dudo que conozcan a Nick Joaquin (1917-2004), fallecido hace hoy diecinueve años en su querida Manila natal. Fue uno de los escritores anglo-filipinos más importantes del siglo XX (comparte este honor con su amigo F. Sionil José). Aunque en casa hablaba español y tagalo, una combinación habitual entre la élite manileña que tan bien retrataría, Joaquin escribió toda su obra en inglés, el idioma en el que fue escolarizado durante la ocupación estadounidense del archipiélago.
Desde la publicación de Su tierra nativa (1941) de Juan Cabreros Laya, una de las primeras novelas filipinas en inglés, muchos escritores anglo-filipinos se han dedicado a tres asuntos: la ocupación estadounidense, la diáspora filipina y más tarde la dictadura de Ferdinand Marcos. Joaquin no es ajeno a estas problemáticas, pues escribió un cuento sobre el primer tema (El progreso del peregrino yanqui) y una novela ambientada justo antes de la ley marcial de Marcos (Cueva y sombras, 1983). Ahora bien, su profundo interés en el legado colonial español lo distingue de sus coetáneos, con alguna excepción como el poeta y cuentista José Garcia Villa.
Sirva de ejemplo su Retrato del artista filipino (1950), la obra de teatro más importante de las islas. En ella Joaquin narra la decadencia de la familia de un viejo artista, venida a menos en vísperas de la invasión japonesa. También es el canto del cisne de un grupo social (la élite hispanohablante de Intramuros, el centro colonial de Manila) que ya languidecía antes de su desaparición en la Segunda Guerra Mundial. La adaptación cinematográfica de Lamberto V. Avellana (1965) es muy ilustrativa, entre otros motivos, porque algunos actores (sobre todo el anciano padre) aún hablan inglés con acento español.
La figura del patriarca que se desmorona (una de las obsesiones de Joaquin) reaparece en la novela La mujer con dos ombligos (1961), otro pilar de la literatura filipina poscolonial. Tras luchar primero contra los españoles y después contra los americanos, un revolucionario filipino se exilia a principios del siglo XX en Hong Kong, donde cría a sus dos hijos en el culto a la idealizada patria perdida. Es extraordinario el pathos de este personaje. También lo es su entorno de identidades diaspóricas y la metáfora que da título a la novela: el doble cordón umbilical de una nación bifronte, colonizada primero por España (333 años) y después por Estados Unidos (48 años).
De hecho, a Joaquin no le bastó con retratar los estertores del castellano en Filipinas, sino que se interesó también por el origen hispánico del archipiélago. De ahí que ambientara parte de su ficción en el siglo XVII, pocas décadas después de la fundación española de Manila (1571). Joaquin leía en español con fluidez, y se sirvió al menos de dos fuentes. Por un lado, el rico corpus de crónicas hispano-filipinas, del que me ocupé en otra ocasión. Por otro lado, las leyendas de Gustavo Adolfo Bécquer. En efecto, cuentos joaquinianos como Doña Jerónima y La misa de San Silvestre recuerdan respectivamente a El rayo de luna (la misteriosa mujer inasible, la barca en el río…) y a El monte de las ánimas o El miserere (por la imbricación de lo tétrico, lo musical y lo sobrenatural).
El propio Joaquin utilizó la expresión “gótico tropical” para describir su estilo, dada la fusión de elementos góticos (como el interés por el misterio, la muerte y lo fantástico) con el entorno tropical, el folclore y la cultura de Filipinas. Los materiales promocionales de sus libros suelen describirlo como un precursor del realismo mágico. Ahora bien, creo que a nuestro autor se le entiende mejor mirando al pasado que a García Márquez. Si el romanticismo de Bécquer ya iba algo rezagado (nació cuando Keats, Shelley y Byron llevaban más de una década muertos), el de Joaquin –a mediados del siglo XX– es extraordinariamente vintage desde una perspectiva europea. Ahora bien, este retrorromanticismo tiene sentido en el contexto filipino. Tras resurgir de las cenizas de la Segunda Guerra Mundial, el archipiélago tomó prestados materiales de otras literaturas para crear su propia tradición. Además, lo romántico casaba bien con el melodrama, una constante de la literatura filipina desde las novelas de José Rizal.
Cuentos joaquinianos como Solsticio de verano y Fiestas de mayo son ilustrativos en este sentido. Ambos están ambientados en el siglo XIX, en las postrimerías del período colonial español. Si bien están escritos en inglés, casi parecen pensados en castellano. Del primero, que transcurre en Manila durante un bochornoso día de San Juan, suele decirse que evoca los ritos de fertilidad precoloniales. Ahora bien, es posible que la inspiración de este cuento no sea solo prehispánica, pues San Juan también se celebra como una festividad pagana en varias partes de España. El segundo cuento oculta bajo la corteza de lo fantástico (un espejo mágico) una profunda reflexión sobre la infelicidad conyugal, e incluso una crítica a los matrimonios de conveniencia.
Como católico devoto, Joaquin se tomaba muy en serio el sacramento matrimonial, aunque no hay constancia de que se casara. De joven quiso ser sacerdote y estudió en el seminario dominico de Hong Kong. Aunque no terminó su formación teológica ni tomó los hábitos, la experiencia dejó huella en textos como La leyenda del calavera agonizante y La leyenda de la joya de la Virgen. El primero cuenta la historia de un soldado crápula en la Manila de principios del siglo XVII. Gravemente herido tras un naufragio, el joven se arrepiente de sus pecados. Perdonado por la Virgen, que se le aparece con el niño Jesús en brazos, goza de un éxtasis descrito con todo lujo de detalles, en un estilo barroco, suntuoso y desbordante, a la altura de la prosa mística del Siglo de Oro. La segunda leyenda está protagonizada por un fraile español de la misma época, quien no duda en desenvainar su vieja espada (pues de joven fue soldado) para combatir las idolatrías paganas de Filipinas. Este texto ilustra el interés de Joaquin por el cristianismo sincretizado, indigenizado del archipiélago.
En definitiva, Joaquin aspiraba a sacar a Filipinas de la periferia a la que ha sido relegada. Descubrirlo en la edición de Penguin fue una revelación, por lo que sentí la necesidad de traducirlo. Próximamente, la editorial Pre-Textos publicará la primera edición española de su prosa (La mujer con dos ombligos: Cuentos y leyendas de Filipinas), prologada por la filipinista Paula C. Park. Esperamos que la aparición de esta antología anime a otros traductores a continuar la labor. F. Sionil José, fallecido en 2022, tampoco ha sido apenas traducido. En lo que concierne a Filipinas, hay muchísimo que hacer.
Luis Castellví Laukamp es profesor de literatura española en la Universidad de Manchester. Ha publicado el libro Hispanic Baroque Ekphrasis: Góngora, Camargo, Sor Juana (Cambridge: Legenda, 2020).