“Eugenia”, novela erótica

Eduardo Urzaiz murió en 1955. Le habría alegrado ver cómo el siglo XXI se reconoce en su novela de 1919 "Eugenia", pionera de la ciencia ficción en México.
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Cayó en mis manos la primera edición de Eugenia (Mérida, 1919), la insólita novela yucateca de ciencia-ficción que tanto ha llamado la atención de los albores del siglo XXI (lo atestiguan dos reediciones en español, en la UNAM y en la UADY, y una traducción al inglés en la Universidad de Wisconsin). Su autor, don Eduardo Urzaiz –nacido en 1876 en Cuba de evidentes orígenes vascos, pero radicado desde niño en Mérida– fue un profesor y médico, psiquiatra y ginecólogo, de muy amplios intereses, entre ellos la historia, la religión, la literatura, la pedagogía, el arte y evidentemente la medicina. Una especie de homo universalis renacentista en el Yucatán de principios del siglo XX. Wikipedia informa, además, que fue miembro del Partido Socialista del Sureste, hecho que no pasa desapercibido en su única novela.

Eugenia ha despertado el interés, en primer lugar, por ser una obra pionera, si no la primera, de la ciencia ficción en México y supongo que en español en general. La trama está situada a principios del siglo XXIII en Villautopía, una Mérida del futuro en la que sigue haciendo calor. Los siglos anteriores han transcurrido entre guerras y confrontaciones, pero finalmente la humanidad ha alcanzado la paz y una cierta armonía, únicamente alteradas por conflictos comerciales. El cambio más notable en la sociedad es la forma de reproducirse (y esta es la razón por la que ha fascinado al siglo queer y trans): el Estado designa, por su excelencia física, a unos Reproductores Oficiales de la Especie (hombres y mujeres), pero, gracias a los avances médicos, el óvulo fecundado es retirado de la mujer y el desarrollo del feto tiene lugar en cuerpos masculinos, previamente sujetos a un proceso de feminización, llamados Gestadores. El protagonista aparente de la novela es Ernesto, ejemplar de perfecta condición física y mental que ha sido seleccionado como Reproductor; la verdadera protagonista es Celiana, mayor que él, primero su maestra y luego su amante, que lo ha iniciado intelectual y sexualmente; la Eugenia del título, joven y hermosa Reproductora, es la previsible tercera punta del triángulo y aparece apenas en las últimas páginas.

La ciencia ficción que confía todo al elemento científico o tecnológico suele envejecer mal, viéndose rápidamente superada o contradicha por el avance real; la que perdura, más allá de los indispensables dispositivos, suele tener un contenido filosófico o social que dice algo más sobre la condición humana. En Eugenia hay el esperable futurismo tecnológico, con sus aerocicletas, aerocanastillas y aceras eléctricas, pero en realidad este es solo el decorado; la apuesta fuerte en ese plano es la de la eugenesia y la idea del embarazo masculino (llama la atención, desde el invítrico punto de vista del 2024, que Urzaiz haya decidido conservar en su fantasía la actividad sexual y solo modificar, radicalmente, eso sí, la gestación). El escritor cubano-yucateco obvia el error en que tan fácilmente cae mucha ciencia ficción contemporánea, la de detallar demasiado el funcionamiento de las supuestas tecnologías futuras. Para bien de la novela, en ese sentido es bastante escueto.

Sin embargo, el aspecto que más me ha interesado de Eugenia, y de ahí el título de esta nota, es que, tanto o más que una novela de mera ciencia ficción, es una novela erótica. Entiéndase: una novela sobre el eros y la naturaleza del deseo (no hay escenas sexuales en la obra, ya hubiera sido mucho pedirle a don Eduardo, para eso la literatura de la Península y mexicana iba a tener que esperar a otro yucateco, Juan García Ponce). Una novela sobre el impulso erótico en un ámbito de ciencia ficción.

El dilema central es tan antiguo como los de Safo o Catulo: desear, dejar de desear, cambiar de objeto del deseo. El conflicto se agudiza porque Celiana es, de hecho, mayor que Ernesto –Urzaiz menciona el inevitable y edípico modelo: Madame de Warens y Jean-Jacques– y este, que la ha amado genuina y sinceramente, es más susceptible de sentirse atraído por nuevos y más jóvenes intereses. Por un lado, el rápido olvido y el encuentro de una nueva ilusión; por otro, el abismo del abandono y el desamparo. No precisamente una novedad. Y encima es que, mal que les pese a estos futuristas personajes, especialmente a Celiana, no dejan de tener un matiz romántico.

Urzaiz, por otro lado, tenía ideas amorosas de avanzada: sus criaturas tienen una libertad sexual que no podría ser más contrastante con la realidad erótica de la Mérida de principios del siglo XX. Comentando un baile en el Instituto de Eugenética, mero preámbulo para el encuentro sexual entre los Reproductores, el narrador apunta: “en pleno reinado del amor libre, en plena igualdad de derechos para la mujer y para el hombre, el baile ostentaba su carácter de aperitivo sexual, con franqueza tan cruda, que hubiese hecho ruborizarse al rojo blanco a nuestros hipócritas y formulistas bisabuelos”. Estos últimos, claro está, son los contemporáneos de don Eduardo.

El final es problemático: si bien Miguel, testigo del drama y el personaje más lúcido de la novela, parece concluir que el amor humano no puede excluir el dolor y el sufrimiento, la pasión o los celos, las últimas líneas son de un realismo erótico y biológico evolutivo descarnado (para la historia de la sexualidad desde el punto de vista de la biología evolutiva, sin mascaradas ideológicas o románticas, léase el ya clásico La evolución del deseo de David Buss): Celiana “era uno de aquellos despojos que, en su marcha triunfal, el amor y la vida van arrojando a los lados del camino”.

Dejo de lado los aspectos políticos de Eugenia, fundamentales en toda utopía y distopía, que reflejan las convicciones del autor y que hoy tienen mucho eco: nacionalismo vs globalismo, la intervención del Estado en el comercio, una suerte de socialismo básico como solución a la desigualdad económica, etc. Del aspecto material del libro no quiero dejar de mencionar los dibujos de Leopoldo F. Quijano, especialmente el de la magnífica portada, tipo art nouveau, con una enigmática figura andrógina.

Don Eduardo Urzaiz murió en Mérida en 1955. Casi setenta años después, le habría alegrado ver cómo el siglo XXI se reconoce en su Eugenia (esbozo novelesco de costumbres futuras). ~

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(Xalapa, 1976) es crítico literario.


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