Cómo contar qué es una familia

En ‘Árbol de familia’ se da una curiosa mezcla de implicación y distancia. Tiene que ver con la historia de Argentina y de la emigración española; hay observaciones, amor y chanzas.
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He leído con arrebato y congoja Árbol de familia, novela o crónica familiar (abarca varias generaciones) de María Rosa Lojo recién publicada en España por la editorial Graviola (lo publicó originalmente en Argentina la Editorial Sudamericana en 2010). También me ha resultado muy divertida. Se estructura a partir de unas fotografías antiguas del archivo familiar de la autora, y precisamente la diferencia entre la edición argentina y la reciente de Graviola es que esta va ilustrada con el trabajo de la artista Garbi Galatea, cuyo trabajo consiste en el bordado de fotos. De punto a punto de los antiguos retratos parten hilos de distintos colores “para narrar con los hilos el lenguaje oculto de la fotografía”, como explica la propia Galatea, haciendo visibles las perspectivas apuntadas en la imagen original, lo que tiene mucho que ver con el trabajo que hace por su parte la escritora.

María Rosa Lojo nació en 1954 en Buenos Aires, de padres españoles emigrados. Ha publicado una decena de novelas, otros tantos libros de poemas, otros tantos ensayos y cinco libros de cuentos, y es además editora e investigadora. Me ha sorprendido que hasta ahora sus libros no se hayan publicado en España, pero no tanto que lo haya hecho una editorial esforzada en la difusión de escritores latinoamericanos. Quizá haya ayudado al cambio que gran parte de las historias que cuenta transcurren en este país. En todo caso, gran ocasión para empezar a conocer una obra tan amplia.

Diciendo quién es ella empieza María Rosa Lojo su libro: “Soy la bisnieta de la hechizada, y también la bisnieta del armador de dornas de Porto do Son […] Soy la nieta de Ramón, quizá buen músico pero mal campesino […] Soy la sobrina de Rafaeliño, el bígamo […] Soy la hija de Ana, la bella, que jugaba a ser Hedy Lamarr…”. Se presenta con respecto a sus antepasados, y aparece en el relato cuando se relaciona con ellos. Ella es, pues, el vínculo que une estos variados temperamentos y destinos y el punto de vista que los devolverá a la vida a lo largo de las páginas que siguen, en las que recompondrá la historia de cada cual. Ese es entonces el papel del individuo con respecto a la familia a la que pertenece: algo entre la observación y la modificación. 

Divide el libro en dos grandes bloques: “Terra pai” incluye a los antepasados de la rama paterna, gallegos de la Costa da Morte, y “Lengua madre” a los maternos, andaluces y de Madrid, y los introduce con sendas citas de Rosalía de Castro y del Cantar de Mío Cid. No será la única vez que aparezcan referencias a las letras clásicas, como antiguos romances o canciones que entendemos han servido para que la hija nacida al otro lado del Atlántico no sea completamente ajena a la cultura de los padres o de la abuela que se los cantaban. Una función de amarre con el país de origen que también cumple la reflexión sobre algunas costumbres cuya extrañeza no se puede achacar solamente a la brecha generacional. En el rescate de todas estas personas hay un intento de no perder unos vínculos que sospechamos fundamentales para nuestra identidad, pero de vez en cuando aflora también el lamento por no poder mantenerlos del todo, porque todo (países y personas, recuerdos) se desvanece. Y también, toda esa gente que siempre hemos tenido al lado, ¿quién es? Eso también se lo pregunta el libro.

Cada capítulo, a su vez, está dedicado a una persona (abuelos, tías, primos…) cuya historia se habrá contado en muchas ocasiones en el seno de la familia. Lojo nos las cuenta a nosotros, y van resultando cada vez más atractivas por acumulación, a medida que van entrelazándose por el paso del tiempo y también cuando vamos entrando en el particular tono de la narración. Las extravagancias de los personajes, sus fracasos, sus mezquindades, sus esperanzas, sus dos de pecho, sus éxitos, sus rasgos encantadores son probablemente tan extravagantes o tan comunes como los de las personas que componen otras familias, pero son estos en concreto los que la autora se ha detenido a recomponer. La colección de anécdotas llegaría a ella en forma de viejas historias familiares o bien por observación directa, por convivencia en la misma casa. La fuerza y la gracia de su narración salva y da un orden y un sentido a esas vidas. Es decir, la personalidad de la autora, cuya trayectoria vital es la que más nos vemos obligados a intuir entre los detalles de sus parientes, aparece como inconfundible hilo conductor de la historia. Es interesante lo que cuenta, pero lo verdaderamente seductor es la voz, a la vez capaz de, por un lado, otorgar individualidad a cada uno de esos seres, y por otro de integrarlos en una visión compacta del mundo, como si la que hablase no fuese una sola persona sino una especie de conciencia familiar encarnada en ella. 

En Árbol de familia se da una curiosa mezcla de implicación y distancia. Aparece a menudo una ironía muy delicada que genera una enorme familiaridad con la narradora, y la narración puede tener a veces tonos de leyenda, ser otras elegíaca, dejar traslucir algún resentimiento para acto seguido restaurar la dignidad del personaje tratado (esto es una operación muy difícil). Tiene también que ver con la historia de la emigración española, con la historia de Argentina, hay observaciones, amor y chanzas y todo va escalando en intensidad y densidad hasta culminar en un emocionantísimo capítulo final. Las vidas de los que tenemos cerca pueden resultarnos las más misteriosas de todas. Aunque no desvele ese misterio, escribir sobre ellas debe de cumplir alguna importante función.

Árbol de familia
María Rosa Lojo
Graviola, 2024
270 páginas


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