El 26 de octubre leíamos en algún periódico que en la mañana del 25 había muerto en París Raymond Queneau, “renovador de la ortografía francesa y autor de la estrambótica Zazie dans le Metro, adaptada a la pantalla por Louis Malle.” Faltaba apuntar que el fallecido era también el autor de la letra de la canción “Si tu t’imagines”, popularizada por Juliette Greco, para que uno de los más ricos y revolucionarios escritores de Francia quedará reducido a una parcial y mínima figura en el diccionario de las ideas hechas. Pero es verdad que resulta difícil situar a Queneau. ¿Cómo explicar que el erudito creador de la Enciclopedia de la Pléiade, el apasionado por las matemáticas y por la filosofía de Hegel, el académico de la Goncourt y el renovador de la ortografía francesa (mais oui!) haya sido al mismo tiempo un egresado del surrealismo, un Sátrapa del Colegio de Patafísica, un escritor de novelas divertidas en “lengua hablada”, un dinamitador de los clásicos y de la retórica, el fundador de los juegos del OuLiPo (Ouvroir de Littérature Potentielle) y el recopilador de los locos literarios? En un diccionario, Hubert Juin lo consideraba el más inapresable de los autores franceses. Como los personajes de sus novelas, como esas mismas novelas, que tienen método y estructura y parecen caprichosas, nunca se sabe bien si Queneau es ligero o grave, malabarista o técnico, profesor o poeta, riguroso retórico o escritor fácil. Después de una solemne ceremonia de otorgación de premios en la Academia Goncourt podía vérsele prendiendo la Orden del Ombligo en Espiral en algún joven Sátrapa –por ejemplo: Boris Vian- del Colegio de Patafísica, del que era Elector Único y, desde luego, Sátrapa Trascendente. Sus poemas a veces sonaban, voluntaria y gozosamente, a acordeón popular, cuando no canalla, o, bajo aspectos de paráfrasis, parodia o pastiche, respiraban por la herida metafísica y planeaban en las alturas de la consolación por la filosofía… (o por la ortografía).
¿Ortografista Queneau? ¿Por qué no? Zazie, esa Alicia en el París sin Metro, rubricó con su mon cul” tanto la urbanidad como la Lengua francesa, y el libro que narra sus aventuras se abre con una misteriosa palabra expelida por el tío Gabriel, “danseuse de charme” profesional y filósofo hamketopascaliano amateur: DOUKIPUDONKTAN, que significa sencillamente “¿De dónde quién pues apesta tanto?”, ábrete sésamo a una visión sombría y celiniana de la humanidad común, y no corriente, sino estancada en las ciudades atarjeas. Traducir el Francés-Hablado-Como-Escrito al Francés-Escrito-Como-Hablado es ciertamente renovar la ortografía, pero es también oír hablar a la humanidad cotidiana desde el corazón y las tripas, y es algo más, es nada menos que (respiren fuerte, aten sus cinturones, vamos a despegar) poner Lengua y Lenguaje en las esferas del Destino Real del Hombre, tal como en sí mismo o en otros el curso de cada día los cambia (al Hombre y a su destino). La gramática es una filosofía, es una política. “No comemos la palabra pan ni bebemos la palabra vino –le decía Queneau a Ribemont-Dessaignes-, pero bien dichas tienen su importancia. No creo en el lenguaje que se pretende lo que no es, ni creo en una poesía que mienta. La exactitud es la que da todo su valor a las metáforas menos evidentes. Un emperador cambió las costumbres de los chinos modificando la lengua china…”
¿Cambió Queneau las costumbres de los franceses al verter el discurso de Descartes a la lengua francesa hablada en el siglo XX, al reivindicar la posible metafísica de los lenguajes que usan corbata o cachucha, se detienen en los pissoirs, se apretujan en el metro o en un autobús Contrescarpe-Champerret y se palmean la espalda, se pisan los pies, beben clava, intercambian moralejas, refranes, acideces, tópicos, insultos, besos y pequeñas cosmogonías portátiles? Si Queneau no cambió a los franceses al menos los puso vivos y coleando, pululación de lenguajes, en la Lengua color del tiempo de una obra multiforme y al final de cuentas unitaria, en la que hay novelas (Le Chiendent. Les Derniers Jours, Les Enfants du Limon, Pierrot mon Ami, Zazie dans le Metro, Les Fleurs Bleues, etc.), libros de poemas (Chéne et Chien, L’Instant Fatal, Les Ziaux, etc.), artículos y ensayos (Batons, Chiffres et Lettres, etc.), recreaciones retóricas (Exercises de Style, trabajos del OuLiPo, etc.), para no hablar de la ambiciosa concepción de la Enciclopedia de la Pléiade, de sus colaboraciones en el cine, en la radio y un peupartour. Este erudito riguroso amaba a la Lengua y a la Literatura, las violaba para fecundarlas, las volvía del revés y simultáneamente las ponía de pie en la tierra. Quizá el poeta Queneau ha sido un poco ignorado: poemas como la Petite Cosmogonie Portative, “L’homme du trramouay”, “Chéne et Chien”, son piezas claves de la poesía francesa contemporánea, y no siempre son tan “chistosos” como aparentan…
Le singe sans effort le inge devint l’homme
Lequel un peu plus tard désagrégea l’atome…
Fue a propósito de Queneau que Blanchot citó a Goethe (que acudió puntualmente): “Cuando hace un retruécano, es que allí hay un problema oculto.” Así, una obra que rara vez dejaba de plantear el sentimiento trágico de la existencia disimulaba su hondo sentir tras una latente exclamación, “Philosophie mon cul!”, una fachada personal de sereno profesor o de buho elegante, un mester de retórica con la sonrisa en los labios: la Lengua, como se sabe, es la madre de todos los vicios y de todas las gracias.
Este artículo se publicó por primera vez en enero de 1977 en el N° 2 de Vuelta.
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Es escritor, cinéfilo y periodista. Fue secretario de redacción de la revista Vuelta.