La mano izquierda de la ciencia ficción mexicana

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¿Se dan cuenta de que para mis tres hijos la ciencia ficción no es una forma menor de la literatura que involucra hombrecillos verdes, creada por escritorzuelos despreciables, sino una profesión muy recta y honorable, la clase de trabajo que tu propia madre haría?

Ursula K. Le Guin

 

A propósito de la muerte de Ursula K. Le Guin a principios de este año, circuló una curiosa grabación suya. Proviene del año 1975, está en blanco y negro, tiene fallas de origen y transiciones involuntariamente graciosas, y fue filmada por algún miembro del fandom de la ciencia ficción. En ella, Le Guin da su discurso como invitada de honor a la Worldcon 33 en Melbourne, Australia. Como si fuese una representación del subgénero en sí, el discurso va del relajo (Ursula se pone un gorrito con hélice que no se mantiene en su lugar) a la autocrítica aguda y puntual. La autora cuestiona la categorización, estrategias de venta y distribución de las editoriales que publican ciencia ficción; (“Me alegrará poder ver el día en que vaya a cualquier librería y encuentre El hombre en el castillo no en el mismo estante que Barf the Barbarian de Elmer T. Hack, sino catalogado por el nombre de su autor, Phillip K. Dick, junto a Charles Dickens, que es a donde pertenece”); la presencia de sus autoras (“Quisiera que los hombres se preguntaran si por casualidad no estarán construyendo muros para mantener a las mujeres fuera, o en su lugar, y qué será todo eso que han perdido al hacerlo”) y los estándares bajo los que la misma ciencia ficción se califica y autopreserva, y que a veces la hacen perder de vista su naturaleza innovadora e indómita: “Me gustaría ver que la ciencia ficción se sigue rebelando, verla evadir no solo a quienes la desprecian, sino a quienes desean que sea la misma que era hace treinta años. Quisiera que se pusiera de pie sobre los restos de los muros derribados y mirara de frente los nuevos, lista para demolerlos también”.

Este 2018, el premio Hugo a la mejor novela le fue otorgado a Nora K. Jemisin por The stone sky, el último tomo de la Trilogía de la Tierra fragmentada, una brillante alegoría posapocalíptica de la opresión racial. No solo es la primera persona negra en recibirlo (Octavia Butler y Samuel R. Delany ya habían ganado un par de Hugos, pero por sus cuentos y noveletas), también es la primera persona en obtenerlo por tercer año consecutivo. Sin embargo, durante la primera nominación la autora fue atacada por un grupo de supremacistas blancos, encabezado por Theodore Beale (Vox Day): “Jemisin se equivoca, no es que yo y otros no la veamos como humana (aunque la ciencia genética actual sugiere que no somos del todo la misma clase de Homo sapiens sapiens), es que simplemente no la vemos como totalmente civilizada por la obvia razón histórica de que ella no lo está… no hay evidencia en ninguna parte del planeta de que una sociedad de N. K. Jemisins sea capaz de construir una civilización avanzada, o incluso de mantenerla sin el apoyo externo significativo de esos hombres blancos”. Las ideas de Vox Day fueron condenadas por el resto de la comunidad y acalladas por los aplausos al trabajo artístico de las personas más alejadas de su rancia noción de civilización: personas queer, de la comunidad lgbt+, y de la diversidad étnica y funcional.

Aunque la historia de la población originaria y mestiza de América difiere considerablemente de la historia de la población negra en Estados Unidos, también seguimos experimentando que nuestra humanidad, nuestra capacidad para la creación y el pensamiento, sea puesta en duda. Preguntémosle si no a Alejandro Fabián, ese fascinante poblano que, junto con sor Juana Inés de la Cruz y Carlos de Sigüenza y Góngora, fue uno de los fans del erudito Athanasius Kircher en la Nueva España. La admiración era mutua: “Admiraba yo tus múltiples estudios y la cultura de las bellas artes todas, en ti, originario del Nuevo Mundo; pero que en aquellas raras regiones de América, y para nosotros desconocidas partes que cobija el cielo, se hallase un varón amparado con tantos socorros de virtud y dotado de tantas prerrogativas de carismas de Dios, no me parecía posible de suceder…”[1] Esto solo tuvo sentido para Kircher cuando supo que los antepasados de Fabián eran genoveses, entonces le dedicó, ya confiado y pródigo en elogios, uno de sus libros. Imaginemos ahora el asombro que debió haber despertado sor Juana, pues encima de todo era mujer (razón más que contundente para restarle humanidad), y sin embargo fue la autora, nada menos, de un prodigio poético titulado Primero sueño que, a decir de Elías Trabulse, “es la gran última tentativa de captar el saber universal en un dilatado viaje del espíritu por los espacios celestes” y contiene “teorías que sin ser científicas han logrado convertirse en vastas ensoñaciones construidas con los inertes datos de las ciencias”.[2]

Cedo a la tentación de ubicar aquí la semilla de cierta clase de imaginación fantástica escrita por mujeres en México. Como experimentaron tantas otras antes, siento la necesidad de reconstruir nuestra propia genealogía, la de las escritoras mexicanas de ciencia ficción, y una relectura en esta clave de Juana Inés de Asbaje y Ramírez de Santillana (San Miguel Nepantla, 1651) es un deseable punto de partida por no pocas razones. El intento de superar las limitaciones del cuerpo (específicamente, las del cuerpo femenino en una sociedad masculina), del espacio y del tiempo, de romper las fronteras físicas y mentales impuestas por el orden jerárquico, patriarcal, flota sobre toda la obra de sor Juana, pero también sobre la de Elena Garro (Puebla, 1916). Como menciona Geney Beltrán, Garro “afirma en diferentes instancias de sus libros una visión regida por la simultaneidad y la convivencia: ‘todos los tiempos son el mismo tiempo’ […] No se trata de un artilugio gratuito, sino de una forma de ver la existencia –suscitada, aunque no solamente, a partir de lecturas de literatura fantástica y de pensamiento oriental–, desde la que todas las percepciones, deseos y experiencias de todos los seres se hermanan en cuanto a validez y relevancia. Es la ambición de una artista moderna por, superándolos, fracturar los esquemas de razonamiento propios de la modernidad” .[3]

Ambas autoras revolucionaron los sistemas de pensamiento de sus respectivas épocas. Si en la literatura anglosajona siempre se dudó de que esta clase de escritura en las mujeres realmente pueda existir (a pesar de que su primera obra se considera Frankenstein o el moderno Prometeo de 1818, esa novela escrita por una jovencita, Mary Wollestonecraft Shelley), en hispanoamérica ha sido contundentemente invisibilizada. De no ser por investigadores mexicanos como Gabriel Trujillo y Miguel Ángel Fernández no sabríamos que la polifacética abogada María Elvira Bermúdez (Durango, 1916), “la Agatha Christie mexicana” cuyas historias eran protagonizadas por una detective, no solo fue una de las primeras antologadoras de cuentos fantásticos, sino que también escribió relatos de ciencia ficción.

Los primeros reconocimientos de autoras mexicanas con obras así identificadas comienzan con Marcela del Río (Ciudad de México, 1932) quien, como Garro, escribió obras de teatro desafiantes, además de Cuentos arcaicos para el año 3000 (1972). Trujillo narra que del Río envió a Ray Bradbury una historia en la que la humanidad consigue ser inmortal: “La bomba L”. El autor respondió en una afectuosa carta: “usted me ha proporcionado abundante material que me ha hecho pensar. Su libro encierra el tipo de ideas de las que les gustaría posesionarse a cualquier escritor que se precie de serlo y desarrollarlas en sus propios términos, hasta la saturación.[4] Le deseo muy buena suerte al presentar su historia en México y América del Sur, donde parece haber un enorme y creciente interés por la ciencia ficción”. 4 La autora desarrolló entonces la novela Proceso a Faubritten (1976), procurando integrar en su propuesta literaria, como sor Juana, esas dos formas de conocer el mundo: “¿Por qué continuar separando sistemáticamente arte y ciencia, si ambas se refieren al ser humano y por ende tienen puntos comunes de visión? Fue bajo el influjo de esa idea que comencé a aplicar en mis trabajos las leyes del movimiento, de la física, a los conflictos humanos que aparecen retratados en los textos literarios y en las obras dramáticas”. Manú Dornbierer (Ciudad de México, 1932) es otra de las primeras autoras reconocidas con Después de Samarkanda (1977) y La grieta (1978), reunión de los cuentos que había publicado en diversos espacios.

En ese sentido, el papel de las antologías ha sido crucial para conservar y hacer circular el trabajo de las escritoras mexicanas del subgénero. Como bien apunta Magali Velasco, el cuento es la casa de lo fantástico y es el laboratorio donde las autoras han experimentado con temáticas y formas narrativas para construir su propia propuesta de ciencia ficción. La falta de reconocimiento ha sido propiciada no solo por esos muros construidos por los varones de los que hablaba Le Guin en su discurso para la Worldcon, sino también a que en México se sigue considerando al libro (sobre todo, a la novela publicada por casas editoras grandes) el pase oficial en las letras nacionales, cuando la trayectoria de estas autoras suele forjarse en revistas, fanzines y, actualmente, en editoriales independientes o publicaciones electrónicas especializadas (como Penumbria en México).

Así, la primera ganadora del Premio Puebla (establecido en 1984 precisamente por una mujer, Celine Armenta, entonces directora del Coecyt) fue Gabriela Rábago Palafox (Ciudad de México, 1950) en 1988 con “Pandemia”, quien con buena prosa narra la devastación provocada por un virus. “Resurrección”,[5] de imaginería católica proyectada hacia el futuro, deja ver que Rábago habría sido una de las voces más solidas de la ciencia ficción mexicana de no ser por su repentina muerte en 1995.

A partir de los años noventa la lista crece con Claudia Argelia (Monterrey, 1974), Laura Michel e Irene Armenta (editoras del fanzine Laberinto). Una muestra sería el índice de la noble aunque desatinada antología Ginecoides, que designa la obra de las autoras como “golosinas para el intelecto”. Blanca Martínez (1945) nació en Cataluña, pero desarrolló la mayoría de su obra en México, sobre todo, dentro de la space opera: La era de los clones y Cuentos del archivo Horus (1998), y además fue editora de la revista Asimov. Libia Brenda (Puebla, 1974) es una autora que formó parte del círculo Puebla junto con Gerardo Horacio Porcayo y José Luis Zárate, figuras señeras del género, cuyas actividades consolidaron la visibilidad de la ciencia ficción nacional. No solo ha sido escritora, sino una activa editora de fanzines y publicaciones independientes primero y una reavivadora del subgénero tanto en editoriales de mayor circulación como en proyectos independientes en la actualidad. Tanto Libia Brenda como Cecilia Eudave (Guadalajara, 1968), Karen Chacek (1972), Bibiana Camacho (1974), Daniela Tarazona (1975), Raquel Castro (1976) y yo figuramos en La imaginación, la loca de la casa (2015), otra antología compuesta solo por autoras.[6] Eudave, Chacek, Camacho y Tarazona son autoras prolíficas y reconocidas dentro de este y otros subgéneros, mientras que las obras de Raquel Castro, junto con las de Martha Riva Palacio Obón (Ciudad de México, 1975) han sido aclamadas por sus lectores y premiadas también dentro de la lij.

En el muy diverso panorama contemporáneo caben también autoras singulares, como la inclasificable obra independiente de Iliana Vargas (Ciudad de Mé1978) y Lola Ancira (Querétaro, 1987). Atenea Cruz (Durango, 1984) es la más reciente ganadora del actual Premio Puebla, mientras que Nelly Geraldine García Rosas  y Andrea Chapela (1990) están apareciendo en publicaciones prestigiosas del subgénero en Estados Unidos (Apex, Strange Horizons) o España. Stephanie León escribe y monta obras de teatro como Heligoland, en la que especula lo que vive la población terrestre que aún no ha emigrado a Marte.

Es importante, también, reconocer que son necesarias nuevas maneras de leer y enmarcar a la ciencia ficción mexicana y a sus autoras. Desde la academia, está Jojana San Juan, profesora de la fes Acatlán y organizadora de un encuentro anual de ciencia ficción, Loreto Alonso, Laura Sosa Cáceres, participantes y académicas del Seminario de Estéticas de Ciencia Ficción, Itala Schmelz, Dora Walbey, Noemí Novell, investigadora y profesora del tema desde hace varios años, y Ana Ximena Jiménez Nava, quien hace investigación ya no solo desde la historiografía, sino con un marco especializado en animalidad y ciencia ficción mexicana, por ejemplo.

Cuarenta y tres años después de aquel discurso de Ursula K. Le Guin, cuando Nora Jemisin subió al estrado de la Worldcon 76 en San José, California, en medio de una genuina alegría, varias de nosotras estábamos ahí para escucharla y aplaudirle. Junto con otras autoras (Mariana Palova, Smok, Guadalupe García McCall, Julia Ríos) y autores de origen mexicano (Alberto Chimal, José Luis Zárate, Gerardo Porcayo, Pepe Rojo, entre otros), viajamos por invitación de John Picacio, un prominente artista visual mexicoestadounidense que, al ser elegido anfitrión de los Premios Hugo, decidió armar un contingente de creadores como una protesta pacífica, creativa, solidaria, hacia las políticas discriminatorias y el discurso de odio que está resurgiendo en Estados Unidos y en todo el mundo.

The Mexicanx Initiative fue el nombre con el que pudimos participar e intercambiar, en igualdad de condiciones, nuestra perspectiva con colegas de todas partes del mundo. Lo curioso de formar parte de esa comunidad, tanto dentro como fuera de México, es saber que tiene una fe inquebrantable en la solidaridad, en la capacidad humana para romper los límites del tiempo y el espacio, para construir otra clase de futuro: es quizá este candor nuestra mayor condena y nuestra mayor virtud. “Considero que la ciencia ficción y la fantasía son el impulso aspiracional del zeitgeist: quienes creamos hacemos ingeniería de la posibilidad”, dijo Jemisin, una mujer negra, y nosotras, las mexicanas, asentimos. “Y así como este género finalmente, aunque a regañadientes, reconoce los sueños de quienes están al margen y reconoce que todos tenemos un futuro, también lo hará el mundo. Pronto, espero”. Hay momentos en los que es posible habitar Utopía fuera de las páginas que escribimos. Ése, para nosotras, fue uno de ellos. ~

 

 

[1] En Elías Trabulse, El tránsito del hermetismo a la ciencia moderna: Alejandro Fabián, sor Juana Inés de la Cruz y Carlos de Sigüenza y Góngora (1667-1690)”, Calíope. Journal of the Society for Renaissance and Baroque Hispanic Poetry, vol. iv, núm. 12, 1998, p. 61.

[2] Ibid., pp. 63-64.

[3] En el prefacio a Elena Garro. Antología, Cal y Arena, 2016.

[4] Otra autora mexicana que recibió correspondencia de Ursula K. Le Guin es Verónica Murguía, quien escribe literatura fantástica.

[5] Incluido en la antología Más allá de lo imaginado de Federico Schaffler, Fondo Editorial Tierra Adentro, 1991.

[6] Compilada por Bernardo Fernández BEF, Secretaría de Cultura del Gobierno del Estado de Colima, 2015.

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(Ciudad de México, 1979). Narradora y ensayista, periodista de cine y literatura. Pertenece al colectivo de arte y ciencia Cúmulo de Tesla.


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