Foto: Lynn Goldsmith/ZUMA Press

Sinéad O’Connor, nunca un silencio

En sus memorias, Sinead O’Connor relató los distintos infiernos que fueron su vida. También su visión poética de la música, el único espacio donde se sentía contenida.
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Me gustaría que este artículo comenzara con la aterciopelada ondulación sonora con que Sinéad O’Connor impregnó la canción de Prince, “Nothing compares 2 U”, pero me resigno a las palabras. Es más: ante la ausencia de palabras para narrar lo poco que no se ha dicho de la más expresiva (arriesgado epíteto) y dramática cantante irlandesa de las últimas décadas, busqué su libro.

Publicado en 2022, Remembranzas. Escenas de una vida complicada comienza con algunas advertencias y una de ellas es simple y llanamente: “espero que este libro tenga sentido [para el lector]. Si no lo tiene, intenta cantarlo y ve si eso ayuda”. En esta desorganizada y dolorosa colección de memorias en la que buscaba encontrar sentido a su propia experiencia de vida, O’Connor sostiene que quiere dejar en sus propias palabras una historia que contar de sí misma para cuando no esté. No estar es el tema constante en su escritura. La ausencia lo inunda todo de un modo angustiante, y esa angustia se siente desde aquel single que la lanzó a la fama en 1990. 

El tiempo cambia rápido los contextos y muchas veces eso implica que los revisionistas del pasado sean implacables con los antiguos héroes o que las ideas que en su momento perjudicaron carreras o las expresiones que generaron rechazo sean leídas como justas o inocentes en el presente. Los actos de Sinéad O’Connor caen en la segunda categoría. Basta recordar el episodio de Saturday Night Live que le costó el repudio de la iglesia católica y sus creyentes, un acto simbólico no dirigido a una persona, sino a una institución a la que amó y al mismo tiempo detestaba por el daño que había causado en tantas iglesias e internados religiosos en su país, como saldría a la luz y se castigaría penalmente años después.

El dolor inicial surgió de una madre sádica, una abuela amorosa pero sumisa y un abuelo rígido y creyente hasta causar espanto en la propia Sinéad (su casa, un adoratorio de santos, papas y vírgenes en donde todo era digno de castigo y los insultos solo provenían de la Biblia). Una madre que la torturó desde los seis años (cuando se separa de su padre y queda con los niños más pequeños) hasta los trece, en que decidió mudarse con su padre y hermanos, cuando ya quizá era demasiado tarde para sanar el destrozo emocional y la humillación vividas.

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En Remembranzas aparecen los contrastes sin filtro. Momentos de la infancia y adolescencia de Sinéad en los que parece ser poseída por un delirio místico y se aferra la curación mágica que su madre le aplicó con agua bendita de Lourdes, con un corte a una escena en que esa misma madre la golpea desnuda en la cocina mientras ella cree ver a dios, tolera el suplicio, se levanta, limpia y deja preparado el desayuno. La dualidad de amar a quien la odia y odiarla a su vez. Durante años, busca en las casas de los vecindarios y en las monjas de su colegio alguien que se la quiera quedar y no entiende cómo no se dan cuenta de que su madre (y así lo dice) no es como la de los otros niños. La fe católica sigue siendo su refugio y su influencia se siente en muchas de sus canciones, como “In this heart” y, resabio de la culpa inherente, en su versión dolorosa de “All apologies”, de Nirvana. 

Al escapar de su verdugo sigue intentando conseguir su amor. Se independiza a los dieciséis años y busca trabajos en los que no dura porque roba. Roba compulsivamente, roba ropa para regalarle a su madre a quien no ve, roba cualquier cosa sin motivo. Su madre muere en un accidente automovilístico en 1985. Tras leer sus memorias, sus confesiones de amor-odio y la ausencia del afecto materno (que daría para un estudio psicológico con tintes deprimentes),y oír nuevamente “Nothing compares 2 U” uno puede pensar que más allá de la explicación romántica que hace caer esa lágrima perfecta sobre su rostro perfecto en el video hay un reclamo, una intención de conseguir, aun tras su muerte, ser digna receptora del amor de esa madre que la odia.

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En otra parte de su autobiografía cuenta lo que sentía respecto a la música. Siempre narrado en un tono similar al de los santos al contar sus epifanías, conversa con un piano a los cinco años y este le responde con el sonido de las campanas de un barco hundido: lejanas, en oleadas, le habla de fantasmas y le implora a la niña Sinéad que por favor lo toque, porque las cientos de voces que ella cree percibir en cada tecla presionada cuenta una historia, y las historias solo pueden nacer si alguien las saca a la luz. “No me importa si tocas mal, solo necesito ser tocado. Tócame suave, gentilmente, apenas, porque soy una cosa muy delicada y las almas están adoloridas”, invoca el piano.

Leer Remembranzas es como oír sus canciones, como oír sus discos, con picos escarpados que reclaman en su voz alguna injusticia, hondonadas de vulnerabilidad y tristeza (como en “Last day of our acquaintance”), y canciones demasiado felices (“Mandinka”) como para imaginar que alguna vez pudo interpretarlas. Son una colección de recuerdos entremezclados y eclécticos; se intercalan -sin hacer escala- el dolor y la alegría, como quizás hayan sido esos primeros años de vida, destructivos y felices. Su libro es una invocación de perdón. Ni haber adoptado el islam como religión pudo librarla de la cruz, el traje de cura y su necesidad de absolución por el pecado de existir.

También el libro deja ver una visión poética, idealizada, de la música, el único espacio en el que se sentía contenida. Su vida fue un paso veloz por distintos infiernos, la mayoría heredados de una experiencia traumática que nunca pudo resolver. En sus últimos años no pudo tolerar las consecuencias de su inestabilidad emocional y mental: perdió la custodia de sus cuatro hijos, repitiendo casi el patrón de su madre (aunque sin caer en su violencia injustificada); no podía volver a Irlanda. Instalada en Londres, intentó en más de tres ocasiones quitarse la vida, tuvo episodios erráticos que ella misma expuso en redes sociales, encuentros con psiquiatras, posteos en los que se veía feliz nuevamente, una exposición de locura, soledad y dolor sin filtro. Su final era previsible. Lo anunció constantemente a partir del suicidio de su hijo adolescente Shane en 2022, el mismo año en que dejó su testamento en forma de autobiografía o confesión. 

Quedan su profunda expresividad, su furia, sensibilidad, energía, dolor y una voz de mezzosoprano resonando en oleadas de intensidades y colores diversos. Un llamado a ser, nunca un silencio. ~

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es editora y periodista. Es editora de redes sociales de Letraslibres.com.


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