Los oráculos, cuando se trata de Venezuela, son falibles. ¿Quién se hubiera imaginado que Nicolás Maduro concluiría su primer período presidencial? Allí está: invicto. Acaba de juramentarse para un segundo mandato. Pero… ¿de verdad invicto? El escritor Javier Marías dice en su novela Mañana en la batalla piensa en mí que todos tenemos un episodio ultrajante en nuestra biografía. Maduro acumula demasiadas manchas en su expediente. El balance de su gestión durante el año pasado resulta patético: una inflación de siete dígitos y una diáspora propia de un país en guerra. No es todo: las fraudulentas elecciones celebradas el 20 de mayo, de las que, en teoría, emergería la “legitimidad” de Maduro para el próximo sexenio. Otra mancha en el pavimento socialista: hasta diciembre, la nómina de presos políticos ascendía a 288 personas. El año cierra mal. Y las perspectivas para el 2019 están marcadas por una gran incertidumbre. El segundo período de Maduro no cuenta con la venia del grueso de la comunidad internacional y, mucho menos, con la de la oposición venezolana. El menguado rating de Maduro no es razón para subestimarlo. Goza de un aval geopolítico clave: Rusia y China. Y lo apoya la cúpula militar. El entramado es complejo. Un relato de suspense. ¿Qué significó el 2018 para Venezuela y qué se prevé para este año?
La economista Tamara Herrera, directora de la firma Síntesis Financiera, hace un arqueo:: “El 2018 fue el cuarto año del desplome de la economía venezolana. Cada uno de los cuatro años, la caída ha tendido a ser mayor: -6% en el 2015; -17% en el 2016; -16% en el 2017; y -19% en el año que acaba de concluir. Durante esos cuatro años, la inflación se aceleró sin pausa hasta pasar el umbral de la hiperinflación a finales del 2017. El Gobierno no supo ni prevenirla ni afrontarla. De allí que entráramos de lleno en ella en 2018: la inflación llegó a 2 millones por ciento. El bolívar perdió valor tanto en el ‘mercado’ oficial como en el paralelo: el dólar oficial aumentó 1,900,000 % y el dólar paralelo subió 75,000%. Los descomunales incrementos del salario mínimo fueron devorados por la inflación, conjuntamente con la reconversión monetaria de cinco dígitos que entró en vigencia en agosto. A comienzos del 2018, el ingreso mínimo legal de Bs 4.56 era equivalente a 4.4 dólares y, tras incrementos de 109,000%, cerró el año en Bs 4,950, equivalentes a 6.4 dólares. Hoy, luego del aumento de 300 por ciento anunciado por Maduro este 14 de enero, equivale apenas a 6.5”.
Herrera pone el ojo en lo que constituye la espina dorsal de la economía venezolana: el petróleo: “Quizás el más impensable de todos los resultados fue que la industria petrolera pasara de la declinación al descalabro. En 2018, la caída de la producción fue de 34%. Desde finales del 2017, Venezuela no paga su deuda externa en bonos (a excepción del bono de Pdvsa que tiene como garantía a la empresa CITGO). En 2018, dejó de pagar $ 8.5 millardos. El frente económico externo se agravó también por razones políticas: las faltas a la Constitución llevaron al Gobierno a ser sujeto de sanciones financieras internacionales. Hablamos entonces de un 2018 de mortalidad de empresas, de pérdida de puestos de trabajo, de caída del ingreso. En fin, de pobreza dura y pura. Hablamos de un cuadro nacional de colapso que todavía no se detiene. Si las medidas económicas no comienzan a ser más certeras, coherentes y convincentes, el 2019 será peor que el 2018. Sin cambios eficaces y sinceros en la dirección de la política económica, el PIB caerá nuevamente cerca de 20%; la hiperinflación podría resultar impredecible (hasta ahora la hemos estimado entre 8 y 10 dígitos, como ocurrió en Zimbawe); la mortandad de empresas proseguirá y, con ello, el desempleo, la pobreza y la migración”.
Con esta cifras tan terribles como telón de fondo, Maduro se dirigió al país a principios de semana. Se suponía que diría algo contundente para apagar el incendio. Al menos una señal. Un boceto. Nada. La directora de Síntesis Financiera se pregunta: “¿Está dispuesto el Gobierno a abandonar el modelo de control económico y social que llevó a Venezuela a este grado de desinversión y precariedad? No parece ser el caso. El mensaje que transmitió el 14 de enero generó una asombrosa desilusión. Se suponía que algo nuevo debía anunciarse. Lo único que podría rescatar a este desahuciado cuerpo que es Venezuela sería un programa integral. Es asombroso: Maduro apeló al mismo discurso de siempre. Hay un vacío de expectativas. No hay un norte. Y donde no hay asidero, el desencadenamiento de la dinámica inflacionaria puede llegar a ser impredecible. Las medidas que se tomaron en 2018 fueron un simulacro sobre cómo dar más libertad económica sin abandonar los controles. Por ende, superar el dilema de cuánto control económico y social está dispuesto a ceder el Gobierno para que las medidas económicas funcionen sólo tiene respuesta política”.
La clave está en la política. ¿Hay posibilidades de un cambio en este plano? ¿Qué se asoma en el horizonte para el 2019? John Magdaleno, profesor universitario y director de la Consultora Polity, trata de dar algunas pistas. Estima que dos grandes interrogantes estarán en el tablero este año. Una: Si el Gobierno, urgido por las circunstancias, al final adelantará un programa de liberalización de la economía, así sea gradual, o si, por el contrario, mantendrá el mismo esquema. Dos: Si se logrará la fractura de la coalición dominante: la fragmentación de los elementos militares, políticos, económicos, sociales y policiales que constituyen el sostén del régimen.
¿Aún es factible una opción electoral en Venezuela? El politólogo estuvo en desacuerdo con que la oposición decidiera no participar en las presidenciales del 20 de mayo porque no había suficientes garantías. Su argumento: “Un equipo de politólogos, sociólogos, economistas e internacionalistas hemos realizado una investigación comparada y hemos encontrado que de 80 casos exitosos de transiciones a la democracia 36 fueron casos en los que las elecciones jugaron un papel relevante para que se diera inicio a la transición a la democracia. Esto refuta una idea bastante extendida conforme a la cual las elecciones frente a regímenes autoritarios, las elecciones libres y competitivas, sólo se producirían una vez que tiene lugar el inicio de la transición a la democracia. Repito: 36 casos comunican que la dirección política opositora en esos países donde había regímenes autoritarios (algunos muy severos, por cierto) utilizó la elección como palanca, como detonante, para precipitar una crisis política mayor. En 9 de los 36 casos se consumó el fraude. El régimen autoritario logró el objetivo de cortísimo plazo de retener el poder. Pero, acto seguido, en esos 9 casos se desataron procesos sociopolíticos (movilización, mayores presiones nacionales e internacionales, etc) que generaron la fractura de la coalición dominante y dieron inicio a la transición democrática”.
El director de la Consultora Polity menciona varios ejemplos: el del referéndum que perdió Pinochet en Chile en 1988. El de Brasil a mediados de los ochenta: no era una elección competitiva -recuerda Magdaleno-, pero la dirección política apela a ella para precipitar una fractura de la coalición dominante. Otro ejemplo referido por el politólogo: El de la Polonia del general Jaruzelski. Solidaridad decide participar en las elecciones parlamentarias pese a que una de las reglas del juego ya indicaba que no lograría la mayoría: dos tercios de los escaños del senado estaban reservados de antemano para el Partido Comunista Polaco.
¿Y por qué entonces Walesa y su gente optan por hacerle el juego a Jaruzelski? Magdaleno lo explica: “Porque observaron que las elecciones generales se celebraban al año siguiente y, por tanto, las parlamentarias del 89 constituían una buena oportunidad para prepararse. Estaban calibrando objetivos ulteriores. El contraste entre una mayoría de votos que no se traduce en una mayoría parlamentaria era lo suficientemente elocuente como para movilizar a sectores de la oposición a protestar. Para fracturar la coalición dominante de un régimen autoritario hace falta perforarla. No es un fenómeno que se produce de forma espontánea, automática, sólo por el efecto de algunos condicionantes como una mala situación económica o una creciente presión internacional o protestas masivas que ciertamente deslegitiman al régimen autoritario o la eventualidad de que se produzcan crecientes contradicciones internas. Hace falta mucho más. Y este mucho más tiene que ver con incentivos y presiones que simultáneamente tienen que recibir algunos factores (típicamente los moderados) de la coalición dominante”.
El politólogo precisa que hay tres tipos de elecciones: competitivas, semicompetitivas y no competitivas. Acepta que las del 20 de mayo de 2018 no fueron competitivas. “Pero son elecciones. Fraudulentas, sí. Pero son una modalidad de elecciones. Los sectores extremistas de la oposición piden elecciones limpias, transparentes y competitivas. Muy bien. La pregunta es: ¿Por qué habría de conceder garantías un régimen autoritario para que se celebren elecciones? Ello puede ocurrir en la medida en que el régimen sea objeto de presiones y, también, en tanto se le ofrezcan algunos incentivos a algunos factores de la coalición dominante como para que empiecen a presionar en la dirección de restablecer algunas garantías que han sido violadas. A veces son factores de la misma coalición dominante los que emprenden por su propia cuenta una transición a la democracia. Esto echa por la borda un mito: que el oficialismo es monolítico y que allí no hay ningún incentivo como para que se produzca un cambio político en el corto plazo. Pero lo que dice nuestra propia investigación comparada es que en el 61 por ciento de los 80 casos estudiados la transición vino desde dentro del régimen autoritario. Esto desde luego estaría complementado con el uso de elecciones para precipitar una crisis”.
¿Se producirá, en efecto, una transición hacia la democracia en Venezuela o el país terminará por convertirse en una sociedad cerrada? Es lo que está por verse. Por lo pronto, ya se sabe que para finales de febrero la Asamblea Nacional Constituyente (cuerpo controlado absolutamente por el chavismo: producto de elecciones cuestionadas) presentará un Proyecto de Constitución. El rumor que corre aterra: el texto exhalaría un tufo cubano. La impronta del régimen de Maduro es la represión. No sólo hay 288 presos políticos: también se ha tendido un cerco a la prensa. El periodista Carlos Correa, coordinador de la ONG Espacio Público, hace el inventario de lo que fue el 2018: “Durante el año pasado, documentamos 387 casos con denuncias de violaciones al derecho a la libertad de expresión. Luego del año 2017 (con 708 casos), es el año con la mayor intensidad de los ataques y violencia contra medios, periodistas y personas. Las tendencias específicas observadas durante el año 2018 incluyen: La reducción de los medios impresos; la criminalización de funcionarios e infociudadanos; y restricciones para acceder a sitios web de información de interés público”.
El periodista agrega: “Al menos 30 diarios dejaron de circular durante el año. Entre los periódicos se incluye El Nacional, un medio de referencia para el debate público y de gran impacto en el ámbito cultural. Muchos de los diarios eran espacios regionales que mantenían información local, opinión y dinamizaban el debate público en ciudades medianas y pequeñas. En la actualidad, al menos 8 capitales de estados (provincias) no cuentan con diarios o medios impresos. La gran mayoría de los periódicos se mantienen como plataformas basadas en internet. Se mantienen los bloqueos a portales de noticias y aumentaron los ataques por denegación de servicios a sitios web que regularmente ofrecen información sobre hechos de corrupción o noticias. El Gobierno mantiene sistemas de vigilancia sobre datos privados de cuentas personales de periodistas, líderes políticos y defensores de derechos humanos. Sin cambio político no es posible estimar un cambio en la relación entre medios e instituciones públicas. El modelo político que se impulsa desde el gobierno venezolano es incompatible con la libertad de pensamiento, expresión e información. Es previsible que continúe el pulso entre la sociedad que anhela una vida e institucionalidad democrática y las élites gubernamentales que propugnan un modelo autoritario”.
El nuevo presidente de la Asamblea Nacional (de mayoría opositora), Juan Guaidó, ha convocado a una gran manifestación para el próximo 23 de enero que podría erigirse en el preámbulo de un nuevo ciclo de conflictos de calle. El parlamento ha declarado que Maduro usurpa el cargo, dado que su investidura sería producto de un fraude, y, según lo que pauta la Constitución, existe una vacante absoluta: Guaidó debería ser el encargado del Poder Ejecutivo hasta que se celebren nuevos comicios. Según esta óptica, no habría un presidente sino dos. Porque el chavismo reivindica la legitimidad de Maduro. Gran disputa. Guaidó, en estos últimos días, se ha convertido en una figura estelar. Ha cobrado una popularidad súbita. Es casi un rock star. Este año promete mucho para Venezuela. El 2018 fue de terror. El 2019 puede ser un año de esperanza: aunque la sombra de Zimbabwe azote, después de la oscuridad puede llegar la luz.
(Caracas, 1963) Analista política. Periodista egresada de la Universidad Central de Venezuela (UCV).