Alsasua: La vida te lleva por caminos raros

La democracia no va de que a uno le dejen llenar urnas, va de poder salir a tomar una copa cualquier noche de sábado, de poder llenar plazas sin escándalo.
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Empezó con el mal augurio de las tabernas cerradas y de las campanas que tocan a rebato. Hay una canción de Diego Vasallo que dice: “Siempre hay algún bar que se llama Las Vegas en alguna parte”. También en la plaza de los Fueros de Alsasua, pero el sábado no sirvió cafés ni cocacolas ni cervezas. La canción se titula “La vida te lleva por caminos raros”: “La vida te lleva por caminos raros, por la esquina más perdida de los mapas”. Alsasua era una esquina perdida del mapa, dejada de la mano del Estado.

Dijeron que había sido una riña cualquiera en una noche de juerga cualquiera. Pero cualquiera no congrega, a un tiempo, el estiércol, los pasamontañas, las sotanas. Esa es una aleación fina cuya fetidez evoca con precisión los años de ETA, como una magdalena rancia en una distopía proustiana.

La vida te lleva por caminos raros, incluso a Alsasua. Hay lugares de Cataluña, del País Vasco, de Navarra, en los que a ningún constitucionalista se le había ocurrido celebrar una manifestación. “Que se vayan”, decían los del estiércol, los del pasamontañas, los de las sotanas. Y el PSOE les dio la razón: “Fueron a agitar el odio los que nunca tuvieron que mirar por la mañana bajo su coche”.

No sabemos si lo decía por Fernando Savater, que, aunque evaporado de las crónicas de la televisión pública de la dignidad, habló, y habló bien, por la ciudadanía y contra lo identitario. No sabemos si lo decía por Beatriz Sánchez, víctima de ETA, que también habló, y habló alto, mientras doblaban, a rebato, las campanas de la iglesia.

ETA ya no mata, pero ha impuesto una paz de cementerio en la que los muertos están en cautiverio. Que un guardia civil pretenda salir a tomar una copa. Que Ciudadanos quiera rendirle homenaje donde le dé la gana. Es una provocación. Se visten como putas.

Y son fachas. Porque aquella profusión de banderas azules estrelladas, aquellos corazones surcados de identidades superponibles (navarra, española, europea) han de ser fachas. Como ha de serlo el propio Savater, que es un reincidente de la provocación: antes de ETA había sido Franco, que le hizo dar con sus huesos en una cárcel preconstitucional.

Gritaron “libertad”. En Alsasua. Donde el PP fue segunda fuerza en las últimas elecciones y obtuvo más votos que Bildu. Al constitucionalismo se le consiente de mala gana que llene urnas, pero en ningún caso que llene plazas. Adónde vamos a llegar.

Savater defendió “una España de ciudadanos libres e iguales para conseguir una Europa de ciudadanos libres e iguales”. Y Albert Rivera terminó el oprobio: “Como demócrata, estoy dispuesto a escuchar a los que nos han tirado piedras, pero no estoy dispuesto a que nos tiren piedras”. Después, alguno dijo que era mentira, que nadie había tirado piedras. Negar los eventos es la mejor forma de no tener que condenar nada: “Tirar piedras está feo, sí, pero es que eso que usted me dice no ocurrió, no pasó nunca”.

Los provocadores marcharon escoltados por la guardia civil y allí se quedaron los del estiércol, los del pasamontañas, los de las sotanas: “Españoles, hijos de puta”. No llevaba la cara tapada el Carnicero de Mondragón, no le pesan los 17 asesinatos a sus espaldas. Gritaron “libertad” en su pueblo, qué esperaban.

La provocación se ha convertido en un compromiso democrático irrenunciable. Porque la democracia no va de que a uno le dejen llenar urnas, va de poder salir a tomar una copa cualquier noche de sábado, de poder llenar plazas sin escándalo. Por eso, los constitucionalistas gritaban, sobre las campanas arrebatadas, “libertad”. Alsasua ya no es una esquina perdida del mapa de España. Pero queda mucho por provocar. La vida nos seguirá llevando por caminos raros. Hasta que todo esto sea normal.

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Aurora Nacarino-Brabo (Madrid, 1987) ha trabajado como periodista, politóloga y editora. Es diputada del Partido Popular desde julio de 2023.


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