De desiertos, oasis y tártaros: cómo salvar la democracia liberal

El liberalismo moderno debe comprender las causas económicas y políticas de la ansiedad y proporcionar soluciones.
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Desde una fortaleza perdida en un remoto rincón del desierto, una guarnición vigila incansable. Los soldados, que esperan la devastadora llegada de los tártaros, dedican sus vidas a escudriñar el paisaje desolador, y a prepararse para el inexorable ataque a su mundo. El tiempo transcurre, ellos envejecen, y las hordas no aparecen: aunque no lo saben, los tártaros desaparecieron hace mucho tiempo.

Esto es la ficción de El desierto de los tártaros (Dino Buzzati, 1940); la realidad actual es prácticamente la opuesta. Vivimos –aunque muchos lo ignoran- en un oasis trabajosamente arrebatado al desierto: se llama democracia liberal. Y ante los problemas que surgen –pues no es un oasis perfecto–, y la incapacidad de proporcionar soluciones, hay muchos dispuestos a entregar su confianza a los tártaros –populistas ideológicos y nacional populistas– que nos devolverían al desierto.

Que hemos construido un oasis, y que padecemos sesgos cognitivos que nos impiden verlo, lo evidencian con datos Steven Pinker y Hans Rosling: todo el mundo debería asomarse a sus gráficos –los de Rosling, además, en movimiento– para comprobar nuestra progresión en bienestar. Pero es obvio que el oasis tiene serios problemas: ahora mismo se ha vuelto inestable por razones económicas, políticas y emocionales. En El contrataque liberal, Luis Garicano se dedica a analizarlas y a proporcionar respuestas.

Empecemos por las económicas. La globalización, que ha reducido significativamente la pobreza y la desigualdad global, ha dejado perdedores, y un elefante –otro más, después de los de Lakoff y Haidt– nos lo señala. Aparece en un gráfico del economista Branko Milanovic que ordena la población mundial según sus ingresos y muestra cómo han variado éstos en los últimos veinte años. Los perdedores se encuentran en el percentil 80 de la distribución global, son las clases medias y bajas de occidente, y su situación no va a mejorar a corto plazo: la automatización amenaza precisamente sus empleos, aquellos que, manuales o intelectuales, son rutinarios y pueden ser sustituidos por la inteligencia artificial. No es de extrañar que estas clases estén experimentando ansiedad.

Estos perdedores, además, perciben que los gobiernos no están haciendo lo suficiente. Recuerda Garicano que, según el politólogo Juan Linz, los ciudadanos valoran la legitimidad de los gobiernos en función de que sean eficaces y eficientes, y no parece que los actuales lo estén demostrando: no han aportado soluciones ante las disrupciones de la globalización y el cambio tecnológico. Tampoco frente a las crisis migratorias, la creciente concentración empresarial en los sectores tecnológicos y su elusión fiscal, o la crisis financiera.

La ansiedad provoca corrientes emocionales en la sociedad. Evolutivamente somos animales tribales, y, como recuerda Haidt, cada uno de nosotros porta un interruptor especialmente dispuesto a ser activado en momentos de crisis. En ese momento se operan cambios psicológicos en las personas y lo peor de nuestra naturaleza, la parte xenófoba, aflora. Reaccionamos entonces a los problemas cerrando filas en torno a la tribu y descargando la ira contra chivos expiatorios arbitrariamente designados: esto, obviamente, no contribuye a mejorar la situación. El problema es que hay quienes, en una suerte de estrategia lemming, confían alcanzar el poder estimulando precisamente esa parte más oscura de nuestra naturaleza. Estos son los tártaros populistas, profetas que, enarbolando soluciones mágicas, disuelven a los ciudadanos en masas airadas.

El populismo extrae su fuerza de potentes emociones destructivas; el liberalismo, hijo de la Ilustración y de la razón, siempre ha desdeñado las emociones: esto último ha sido un error. La moderna alternativa liberal debe operar al menos en dos niveles. En el puramente racional, debe comprender las causas económicas y políticas de la ansiedad y proporcionar soluciones. La eficacia y la eficiencia pasan por tener un país unido en un proyecto común –superando los egoísmos fomentados por las elites regionales– e integrado en una Europa fuerte: de ella deben partir las respuestas a las crisis migratorias y a la elusión fiscal de las mega empresas. Pero además, frente al repliegue tribal y al levantamiento de fronteras tiene que trazar círculos cada vez más amplios, como las ondas provocadas por una piedra en un estanque. Frente a las emociones tribales excluyentes, y la gratificante canalización de la frustración en ira, el liberalismo debe ofrecer un relato inclusivo de valores comunes y de esfuerzo compartido. Y de orgullo ante el resultado.  

Acérquense a este libro si alguna vez se preguntaron qué es eso del liberalismo progresista.

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Exdiputado de Ciudadanos.


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