Recuerdo una entrevista que Daniel Gascón le hizo a Javier Cercas en estas mismas páginas. En un momento de la conversación sale a relucir la cuestión de la literatura comprometida. Cercas habla entonces con palabras que podríamos suscribir muchos: “Cuando yo era un chaval, para mí lo peor era la literatura comprometida. Me parecía una excusa para no escribir bien, me parecía literatura demagógica y populachera, ejecutada por gente que estaba más preocupada por la política que por la literatura y que perjudicaba tanto a la política como a la literatura”.
Hasta que un día, Cercas se hace famoso gracias a la publicación de Soldados de Salamina. Entonces, Vargas Llosa le dedica una reseña en la que afirma: “Señores, si creen que la literatura comprometida había terminado, vean como este libro de Javier Cercas demuestra que no es así”. Cuando por fin se conocen, Cercas le dice: “Tú eso de escritor comprometido no me lo dices en la calle”.
Tiempo después, Cercas coincidió con Kenzaburo Oé durante un debate en Tokio. El nobel japonés es también un firme defensor de la literatura comprometida, así que Cercas aprovechó la ocasión para preguntarle qué significaba para él el compromiso en la novela. Oé respondió: “En su libro hay un soldado que baila un pasodoble. Y yo quise saber cómo era esa música y qué es bailar esa canción. Fui a consultar con mi hijo”. Su hijo Hiraki solo conoce la música clásica pero, buscando, dieron por fin con un pasodoble de Carmen. Oé continuó: “Entonces puse esa pieza y le dije a mi mujer: ‘Vamos a bailar esto’. Y lo bailamos. Bueno, eso es para mí la literatura comprometida. Una literatura que no solo quieres leer sino que quieres vivir”.
Desde entonces, Cercas cree que la literatura comprometida “es aquella que tiene ambición, que quiere hacer que el lector vea el mundo de otra manera”.
Aquella entrevista, publicada hace más de dos años, me dejó pensativa. Me acordé después de tantos libros, de tantas canciones, de pinturas, esculturas, películas que habían conseguido hacerme ver el mundo de otra manera. Concedí entonces que Oé tenía razón, pero que el joven Cercas tampoco estaba equivocado.
La literatura social, el arte comprometido, la canción protesta siguen siendo etiquetas que sirven como excusa para pasar de rondón demagogia barata, propaganda de ideas poco sofisticadas y argumentos apenas esforzados: son lo opuesto a la idea de compromiso de Oé. Algunos de los peores discos de mis músicos favoritos llegaron cuando decidieron dar el salto al compromiso político. No se me ocurre producto menos comprometido que la sobreabundancia de novelas políticas que persigue reescribir la Guerra Civil, o la profusión escatológica a la que se han apuntado en los últimos años no pocos representantes del arte posmoderno.
A la falta de rigor y la pobreza intelectual que traslucen muchas de estas obras suele añadirse una gran disonancia cognitiva. Estos días Los Planetas presentan su nuevo trabajo con un tono social atildado, y hay quien recuerda la archiconocida tacañería de J., un niño bien, y su general desprecio por los fieles seguidores de la banda. Es cierto que, en el caso de Los Planetas, quizá no sea tan grave la monserga política: después de todo, nadie entiende a J cuando canta. Además, no puedo evitar cierta querencia por su música cadenciosa, casi mística, y por su sobresaliente batería. Con todo, la crítica ha saludado el nuevo disco de los granadinos entre vítores y elogios: parece que es lo mejor que han hecho desde La leyenda del espacio.
Recuerdo también la anécdota que contaba un amigo de la noche de copas que había compartido con otro músico, este asturiano, que también se pasó a la protesta. El cantautor ofreció un largo discurso contra el capitalismo salvaje que cerró con un alegato a favor del comercio justo, todo ello mientras cortaba con esmero unas rayas de cocaína. De comercio justo, suponemos. Sus últimas canciones, nacidas al calor del 15M, están a años luz de aquellas melodías primeras en las que se respiraba el tabaco de Townes Van Zandt.
Sucede que el compromiso político tiende a servir de coartada para la falta de compromiso personal del artista. Cuántos hay que han puesto sus ideas de baratillo en su obra y se han olvidado de poner todo lo demás. Cuántas veces hicieron cambiar nuestra visión del mundo con sus letras intimistas, frívolas o descarnadas los mismos que ahora, con sus himnos de la nueva izquierda, solo consiguen hacernos cambiar de canción.
Aurora Nacarino-Brabo (Madrid, 1987) ha trabajado como periodista, politóloga y editora. Es diputada del Partido Popular desde julio de 2023.