Exilio, hambre, patria y transición

En su libro más reciente, Juan Francisco Fuentes –que acaba de recibir el Premio Nacional de Historia– estudia la idea de España en el exilio republicano.
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Juan Francisco Fuentes ha ganado el Premio Nacional de Historia por su admirable Bienvenido, Mr. Chaplin (Taurus), que habla de la influencia de Estados Unidos en España desde 1898 hasta la Guerra Civil. Fuentes, que se ha jubilado como catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad Complutense, acaba de publicar Hambre de patria (Arzalia), un ensayo sobre la idea de España en el exilio republicano. Se trata de una versión ampliada y revisada del discurso de ingreso que pronunció en la Real Academia de Historia. Como de costumbre, es un texto ágil y riguroso, bien documentado e iluminador. 

Fuentes comienza hablando de la profecía autocumplida: en el siglo XIX y el primer tercio del XX, la guerra civil se veía como un peligro, un destino inevitable o una esperanza. El símbolo más claro es el duelo a garrotazos de Goya; la frase más escalofriante es la del diputado turolense Alpuente Romero, que en 1821 declaró que la guerra civil es un don del cielo. En el siglo de las guerras carlistas algunos desarrollarían un europeísmo pionero como forma de superar el enfrentamiento español. La crisis del 98 alentó visiones cainitas: a veces era el establishment el que manifestaba una preocupación por la decadencia y en cambio órganos socialistas eran más positivos.

Fuentes muestra el juego frívolo de algunos intelectuales, y sobre todo de Miguel de Unamuno (que luego se retractaría), con la idea de la guerra civil. Parte de la izquierda la veía con optimismo: pensaba en las victorias liberales sobre el carlismo y en que la contienda podía ser el acelerador de la revolución. Las mismas razones (no un rechazo a la violencia) hacían que la derecha desconfiara; prefería un golpe militar rápido.

Fuentes habla de la nostalgia del país perdido de los transterrados, y en la sensación de fatalidad y culpa. Recopila testimonios de Luis Araquistáin, María Zambrano, Largo Caballero, Sender, Federica Montseny o Constancia de la Mora. Subraya la importancia que tenían para la izquierda exiliada símbolos como El Cid, Numancia y sobre todo don Quijote, errante y derrotado. Son vidas trágicas; es frecuente que lamenten no haber logrado evitar la guerra. Algunos añoran un país que ya no existe; unos son más utópicos y otros más realistas. 

Fuentes señala también algunas advertencias, como las de Manuel Azaña, que hablaba de la necesidad de un “asenso común”, de la musa del escarmiento y del riesgo de idealizar la República y quedar atrapados en “una memoria putrefacta”. Muestra diagnósticos diversos, sorprendentes complicidades intelectuales y tempranos proyectos encaminados hacia una reconciliación. “La Transición supuso, consciente o inconscientemente, la aplicación de aquellas enseñanzas que los principales dirigentes republicanos fueron sacando de su propia actuación en los años treinta y plasmando en sus memorias, discursos, conversaciones y epistolarios”, escribe.

Publicado originalmente en El Periódico de Aragón.


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