Hillary y la búsqueda del alma de su campaña

Hillary es "casi" la candidata perfecta para suceder a Obama. Y digo casi porque le falta un ingrediente esencial a su discurso: emoción. 
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Ayer fue el primer debate para elegir al candidato presidencial del Partido Demócrata de Estados Unidos. A pesar de la presencia de tres precandidatos marginales, el reflector estuvo puesto en el choque entre el idealismo y el pragmatismo de los dos principales contendientes: Bernie Sanders y Hillary Clinton.

El idealista es el senador por Vermont Bernie Sanders, quien ha dado la sorpresa en esta precampaña. Sanders piensa que Estados Unidos debería ser una socialdemocracia al estilo nórdico, con servicios universales y gratuitos de salud y educación, financiados con elevados impuestos a los millonarios. Propuestas como esta le han valido a Sanders ser considerado un “socialista”, y ha logrado gran apoyo de los grupos más liberales de los demócratas, especialmente los jóvenes universitarios con quienes su discurso conecta muy bien.

Pese a ello, para llegar a ser presidente hay que verse como un presidente, y Sanders no es alguien fácil de imaginar en la Casa Blanca. Eso se vio ayer en el debate por dos razones. Una es de estilo, ya que Sanders se percibe como un hombre decente, claramente indignado con la injusticia social. Pero más que un presidente, parecía un profesor gruñón que regaña todo el tiempo a sus estudiantes, lo cual lo aleja de muchas audiencias. La otra limitante del discurso de Sanders es de contenido. No hizo el esfuerzo de ganar nuevos adeptos más allá de su base de fans. En el debate se notó que el único tema que le preocupa, apasiona y obsesiona es el de la pobreza y la desigualdad social. En los otros asuntos, mostró más o menos conocimiento, pero no interés. Y un presidente es alguien que debe estar preocupado y ocupado en todas las prioridades nacionales. Luego de ver el debate, creo que Estados Unidos tendría en Sanders a un estupendo secretario de desarrollo social, si el cargo existiera.

Del otro lado, estuvo la poderosa Hillary Clinton, ambiciosa representante del establishment político del país y, todavía, favorita para ganar la presidencia. Ella necesitaba una victoria clara en este debate, para sobreponerse al escándalo por el uso indebido de información confidencial del Departamento de Estado en su cuenta personal de correo electrónico. A pesar de sus disculpas, en una encuesta reciente, 56% de los entrevistados que Hillary piensa no es confiable. Solo 39% considera que lo es.

El reto de Hillary en el debate no era imponerse a sus rivales, sino hacerlo con elegancia y solidez, sorteando al mismo tiempo el pantano de los famosos emails. Y para sorpresa de todos, quien salió en su ayuda fue Bernie Sanders, quien dijo que: “los estadounidenses están hartos de oír acerca de esos malditos emails. La clase media se está colapsando, tenemos 27 millones de personas en la pobreza. Lo que la gente quiere saber es si vamos a tener una democracia o una oligarquía. Enfoquémonos en los temas reales.” Hillary le agradeció el gesto con una gran sonrisa y un apretón de manos que se convirtió en el momento de la noche. Todo un gesto de nobleza en el usualmente cruel mundo de la política.

Pese a la simpatía que pueda generar Bernie Sanders, Hillary salió del debate como la ganadora indiscutible. Logró colocar bien sus ideas en varios de los temas que interesan a los votantes demócratas, como la igualdad salarial para mujeres y hombres, instaurar el derecho a licencia pagada por maternidad y controles más estrictos a la venta de armas. A diferencia de sus rivales, ella mostró experiencia, capacidad acreditada y firmeza para mantener sus posiciones y debatir con argumentos en un amplio rango de temas.

Viendo el circo que traen los republicanos, confundidos por el ascenso del “payaso naranja” Trump, y descartando un crecimiento milagroso de Bernie Sanders, me parece que Hillary es casi la candidata perfecta para suceder a Obama. Y digo casi porque le falta un ingrediente esencial a su discurso: emoción. La parte racional de sus mensajes (logos) es clara y contundente. Su carácter (ethos) es arrollador e inspira solidez y determinación, aunque le falle un poco el tema de la transparencia. Pero lo que me preocupa es que su discurso no tiene emoción (pathos), con lo que el triángulo de la persuasión no se completa. Uno puede estar o no de acuerdo con lo que propone, uno puede discutir si 2% más aquí o 4% menos allá, pero el hecho es que su discurso no desata pasión alguna. Se le ve y percibe cerebral y calculadora. Su principal reto es encontrar los valores y sentimientos que la mueven y transmitir esa emoción a la gente en sus discursos. El viaje más difícil de Hillary será a su interior para encontrar su propia alma, que tiene que ser el alma de su campaña.   

 

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Especialista en discurso político y manejo de crisis.


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