Imagen: www.nytimes.com

La editorial anónima de NYT no es otra “garganta profunda” (aún)

El texto, escrito por "un miembro de la resistencia dentro del gobierno de Trump", ha revivido la discusión en torno a las fuentes anónimas en el periodismo. Ese debate debe darse de cara a los lectores.
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Con la reciente publicación de una editorial anónima en el New York Times, el antiguo caso de Jayson Blair salió del olvido: Blair era un sagaz reportero que pese a lo dudoso de sus fuentes hizo una breve (duró cuatro años) pero prolífica carrera en el Times, que le valió una primera plana en 2002, con una “exclusiva” en la que reportaba que el fiscal general de Estados Unidos había obligado a los investigadores a detener el interrogatorio de John Muhammad, acusado de múltiples asesinatos, cuando estaba a punto para confesar. Blair atribuyó la información a cinco fuentes policiales anónimas. 

Menos de un año después, el mismo NYT publicaría un extenso reporte señalando que Blair había cometido diversos actos de fraude periodístico: inventó testimonio y escenas, cribó material de otros medios y seleccionó detalles par dar la impresión de que realmente había estado en la zona de la noticia y entrevistado a alguno de los involucrados. Blair renunció al diario (acá puede leerse una entrevista en la que trata de entender por qué lo hizo), pero todavía pueden leerse en línea algunas de sus notas, a las que se les ha colocado una discreta adenda al final:

Correction: May 11, 2003 

Readers with information about other articles by Jayson Blair that may be false wholly or in part are asked to e-mail The Times: retrace@nytimes.com.

El diario neoyorkino aprendió su lección, como señala Clark Hoyt, quien en ese entonces era el “public editor”: “El Times reforzó sus estándares en 2004. Bill Keller, el editor ejecutivo, y Allan Siegal, entonces editor de estándares, escribieron una declaración de principios que decía: “Nos resistimos a otorgar anonimato a nuestras fuentes, excepto cuando es el último y único recurso para obtener información que creemos es de interés periodístico y confiable”. Y hace algunos meses, como parte de una serie de breves textos en los que explican algunas de sus prácticas periodísticas, refrendaban que

Nos damos cuenta de que muchos lectores son escépticos sobre la credibilidad y la motivación de fuentes anónimas; algunos incluso cuestionan si las fuentes existen. Tenemos reglas y procedimientos para intentar abordar esas preocupaciones.
Además del reportero, al menos un editor debe conocer la identidad de la fuente. El uso de fuentes anónimas en cualquier historia debe ser aprobado por un editor de alto rango, generalmente un jefe de departamento como el editor internacional o el jefe de la oficina de Washington, o sus adjuntos. 
[…] Entendemos la cautela de los lectores, pero muchas historias importantes en áreas sensibles como política, seguridad nacional y empresas nunca podrían denunciarse si prohibimos las fuentes anónimas, porque estas suelen temer por sus trabajos o relaciones comerciales, a veces incluso por su seguridad.

Las confesiones del miembro anónimo de “la resistencia” que trabaja en la administración de Trump ha generado respuestas obvias e inmediatas por parte del tuitero más irascible de ese gobierno:

Pero más interesante es que el texto ha puesto de nueva cuenta al centro de la discusión el papel que juegan las fuentes anónimas en el periodismo. La decisión de usarlas o no es una respuesta llena de matices y preguntas por resolver: ¿cómo obtuvo esa fuente la información? ¿Qué lo motiva a compartirla? ¿Ha sido confiable en el pasado? ¿Hay formas de corroborar la información? En la medida en que los medios de comunicación den este debate de cara a sus lectores, el riesgo de idealizarlas (no todos van a ser “garganta profunda”) o satanizarlas será menor. 

 

 

 

 

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Es politóloga, periodista y editora. Todas las opiniones son a título personal.


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