Daniel GascĆ³n.

La naciĆ³n contra el Estado

La confrontaciĆ³n de naciĆ³n y Estado no es nueva. Nacionalistas y partidarios de una idea plurinacional de EspaƱa se han esforzado por escindir ambos conceptos para hacer saber que la espaƱola no es la Ćŗnica naciĆ³n presente.
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Las ideas tienen consecuencias es el tĆ­tulo de uno de los ensayos polĆ­ticos mĆ”s influyentes del siglo XX, escrito por el teĆ³rico conservador Richard M. Weaver. En Ć©l, sostiene que los problemas de Occidente en la modernidad se explican por la ejecuciĆ³n de malas ideas y no por algĆŗn determinismo fatal. Lo he recordado recientemente, con motivo de un debate sobre fiscalidad cuya derivada mĆ”s interesante es la contraposiciĆ³n de dos conceptos robustos, dos pesos pesados de la filosofĆ­a polĆ­tica: la naciĆ³n y el Estado.

La polĆ©mica ha sido desatada por el binomio ā€œpatriotismo fiscalā€, y es sugestiva porque representa el mayor intento de la izquierda en dĆ©cadas por recuperar la patria, que le fue primero arrebatada por Franco para despuĆ©s renunciar a ella, a buen provecho de la derecha.

TambiĆ©n resulta interesante la reacciĆ³n de una parte de la derecha, que ha resuelto la aparente contradicciĆ³n entre su patriotismo declarado y su preferencia por una presiĆ³n fiscal baja proclamando que una cosa es la naciĆ³n y otra cosa es el Estado, que la una es previa al otro, y que los afectos patriĆ³ticos nada tienen que ver con la administraciĆ³n y la hacienda.

Por supuesto, la confrontaciĆ³n de naciĆ³n y Estado no es nueva. En nuestro paĆ­s, nacionalistas y partidarios de una idea plurinacional de EspaƱa se han esforzado por escindir ambos conceptos para hacer saber que la espaƱola no es la Ćŗnica naciĆ³n presente en nuestro Estado. CuĆ”ntas naciones hay entonces y si dichas naciones tienen derecho o no a constituirse en su propio Estado son cuestiones problemĆ”ticas y no resueltas que han dado lugar a conflictos territoriales persistentes, cuyo punto Ć”lgido se alcanzĆ³ en octubre de 2017 con la proclamada y luego suspendida independencia de CataluƱa.

Un proceso de nacionalizaciĆ³n

Con el fin de las monarquĆ­as absolutistas en Europa tuvo lugar un proceso de nacionalizaciĆ³n que ha sido bien descrito por historiadores como Ɓlvarez Junco: el simbolismo polĆ­tico mutĆ³ de apellido, de manera que las marchas ā€œrealesā€ devinieron en himnos ā€œnacionalesā€, los estandartes de las monarquĆ­as dejaron paso a la bandera nacional, los mitos bĆ©licos cambiaron las victorias militares de un rey por la exaltaciĆ³n de la naciĆ³n en armas, el calendario se llenĆ³ de festividades nacionales, se proclamaron las asambleas nacionales y el titular de la soberanĆ­a ya no serĆ­a un monarca con amplios poderes y legitimidad divina, sino la naciĆ³n.

Las ideas tienen consecuencias, y por eso los defensores de la plurinacionalidad del Estado se han resistido a esa nacionalizaciĆ³n. En el PaĆ­s Vasco, el PNV solĆ­a referirse a los debates sobre el estado de la naciĆ³n (que dejaron de celebrarse en 2015) como ā€œdebates sobre el estado del Estadoā€. TambiĆ©n se dirigĆ­a al gobierno de EspaƱa como el gobierno ā€œestatalā€, y hasta algĆŗn bar de Bilbao se promocionaba hace unos aƱos como valedor del primer premio de ā€œtortilla estatalā€. La nueva izquierda tampoco se ha resistido a la nomenclatura del viejo nacionalismo. AsĆ­, Podemos cuenta entre sus ā€œĆ³rganos estatalesā€ con la Asamblea Ciudadana Estatal, el Consejo Ciudadano Estatal o la ComisiĆ³n de GarantĆ­as DemocrĆ”ticas Estatal.

Como digo, los esfuerzos por deslindar la naciĆ³n del Estado en la EspaƱa del 78 no son insĆ³litos entre los nacionalistas y alguna izquierda, pero sĆ­ resultan mĆ”s novedosos en el discurso de la derecha. Y me gustarĆ­a hacer notar que desencajar la naciĆ³n de los goznes del Estado no es una idea inocua: puede tener consecuencias no intencionadas y no deseadas por sus promotores.

Un tĆ”ndem filosĆ³fico

NaciĆ³n y Estado son conceptos de contornos Ć”speros que han dado lugar a discusiones teĆ³ricas ya clĆ”sicas. No es intenciĆ³n de este texto abundar en sus definiciones, que otros han abordado ya con argumentos mejores que los que yo pueda encontrar. SĆ­ quisiera apuntar que las unidades polĆ­ticas que operan en la modernidad reciben el nombre de Estado-naciĆ³n, y no ha de parecernos un dato ocioso. La naciĆ³n y el Estado se imbrican histĆ³ricamente, de modo que tiene pleno sentido que nos refiramos a ellos como un tĆ”ndem filosĆ³fico.

Los Estados, entendidos en sentido weberiano, son entes polĆ­ticos que se desarrollaron en buena medida por necesidades militares. Hacer la guerra exigĆ­a milicias y tambiĆ©n una enorme financiaciĆ³n que espoleĆ³ la creaciĆ³n de haciendas, sistemas tributarios y una administraciĆ³n eficiente. La forja del ejĆ©rcito y la administraciĆ³n sentĆ³ las bases del Estado, pero combatir, o enviar hijos al frente, y pagar impuestos requerĆ­a una contrapartida, que fue tomando la forma de lo que hoy llamamos derechos de ciudadanĆ­a. Este papel central de la fiscalidad en la apariciĆ³n de los estados nacionales se hizo evidente en las revoluciones liberales: ā€œNo taxation without representationā€ fue un lema de la Gloriosa inglesa que se replicĆ³ luego en la independencia americana, y su tema estĆ” presente en la RevoluciĆ³n francesa, y aun antes en La Fronda o en la rebeliĆ³n de los Comuneros.

Hay, por tanto, un vĆ­nculo estrecho entre el Estado y la naciĆ³n de ciudadanos que explica su funcionamiento como tĆ”ndem. Pero, por supuesto, cabe otra interpretaciĆ³n de la idea nacional. Los defensores de una nociĆ³n primordialista de la naciĆ³n consideran que las naciones son entes que preexisten a los Estados, y que sus miembros estĆ”n vinculados por lazos culturales y de sangre que se pierden en la noche de los tiempos. Se oponen a ellos los partidarios de una lectura modernista o creacionista, para quienes las naciones son entidades inventadas (o ā€œimaginadasā€, matizarĆ” Benedict Anderson) que, como AdĆ”n y Eva, carecerĆ­an de ombligo (Gellner), y que se explican como el producto de la conquista o de una ingenierĆ­a sociocultural acometida manu militari.

Una comunidad de ciudadanos

Cabe admitir que los Estados nacionales que conocemos estĆ”n fundados sobre comunidades preexistentes que han compartido largamente un territorio, una lengua y una cultura, pero hacer de esos atributos la sustancia Ćŗnica de la naciĆ³n es una idea que augura conflicto, y que sirve para legitimar las reivindicaciones independentistas o irredentistas que los nacionalismos abanderan. ĀæAcaso no son esos los atributos que blande el independentismo para declarar CataluƱa naciĆ³n? Y, una vez reconocida la naciĆ³n, estarĆ­amos ya en la antesala del propio Estado.

Dominique Schnapper dice que la naciĆ³n es una ā€œcomunidad de ciudadanosā€, una definiciĆ³n que, ademĆ”s de ser hermosa, nos invita a superponer los bordes de la naciĆ³n con los del Estado demorĆ”tico. Schnapper hace un esfuerzo teĆ³rico riguroso para deslindar la naciĆ³n de la etnia, que considera una comunidad unida por un legado histĆ³rico y cultural, pero carente de estatus polĆ­tico; y tambiĆ©n de los estados autoritarios, donde los habitantes no son soberanos, sino sĆŗbditos.

En cambio, su idea de naciĆ³n como comunidad que sostiene las riendas de su destino polĆ­tico encuentra acomodo en los brazos constitucionales del Estado democrĆ”tico. El Estado democrĆ”tico proclama la soberanĆ­a nacional hacia afuera, afirmĆ”ndose polĆ­ticamente frente a otros actores estatales, y tambiĆ©n hacia dentro, en la idea de ciudadanĆ­a. AsĆ­, la ciudadanĆ­a es la sustancia de la que estĆ”n hechas las naciones, y por eso naciĆ³n y Estado conforman un tĆ”ndem necesario.

Hay buenas razones para definir la naciĆ³n como una comunidad de ciudadanos que se autogobierna por medio de los cauces que provee un Estado democrĆ”tico y constitucional. Y, sobre todo, hay buenos argumentos para preferir esta definiciĆ³n a otras que encuentran la esencia de la naciĆ³n en atributos paraestatales mĆ”s o menos ancestrales.

Volviendo al origen de la polĆ©mica, la polĆ­tica tributaria debe estar sujeta a discusiĆ³n en el espacio pĆŗblico, igual que cualquier otro aspecto del andamiaje polĆ­tico, pero harĆ­amos bien en no deslizar la idea de que la naciĆ³n nada tiene que ver con el Estado para hacer compatibles preferencias fiscales con afectos patriĆ³ticos. Porque las ideas tienen consecuencias, y la idea de que el Estado no define la naciĆ³n puede amparar un discurso territorialmente disruptivo. Por Ćŗltimo, tampoco deberĆ­amos ridiculizar el binomio ā€œpatriotismo fiscalā€, pues la historia nos muestra que la tributaciĆ³n ha desempeƱado un papel destacado en la forja nacional, y es la base de la solidaridad horizontal que vincula a los ciudadanos y construye la comunidad polĆ­tica. El fiscal es tambiĆ©n un patriotismo virtuoso y, ojalĆ” su binomio sirva para saludar el retorno de cierta izquierda a la patria. Porque el patriotismo es la punzada sentimental que empuja a un paĆ­s a querer ser mejor. Una naciĆ³n sin patriotas es una naciĆ³n sin futuro.

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Aurora Nacarino-Brabo (Madrid, 1987) ha trabajado como periodista, politĆ³loga y editora. Es diputada del Partido Popular desde julio de 2023.


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