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La ventana al mundo de Isabel Turrent

La conciencia mexicana sobre el mundo exterior sería otra, más limitada y pobre, sin la obra de Isabel Turrent.
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Isabel Turrent cumple 70 años. Siendo la madre de mis hijos, abuela de mis nietos, y habiendo sido, por treinta años, mi esposa, me reservo casi toda mención a nuestra vida en común, pero quiero destacar el papel que ha jugado en la vida intelectual de México.

Hace cincuenta años leíamos con avidez los artículos de una escritora llamada Magdalena de Bastién. Era una extraordinaria observadora de la escena internacional. Nunca supimos si ese era su verdadero nombre o un seudónimo. Nos admiraba su cultura política y literaria, su conocimiento del mundo, su temple moral. Publicaba, si no me engaño, en el periódico El Día, que tenía un excelente suplemento literario. Y recuerdo cuando Isabel me anunció: “voy a hacer lo que ella: leer el mundo para México”. Medio siglo más tarde, desde su paraíso personal (su biblioteca), lo ha logrado con creces.

Somos un país ensimismado. A pesar de provenir de una buena tradición diplomática, nuestro servicio exterior lleva décadas deambulando sin sentido. Nuestra prensa diaria es penosamente estrecha y provinciana. Nuestros medios masivos se ocupan poco del mundo y mucho de los mundillos. Pero el mundo existe y alguien, en estos años, ha tenido que presentarlo al público general para mostrar que hay fuerzas y fenómenos externos que nos atañen directamente, como pueblo, como país, y en nuestra condición humana. En esa apertura al mundo, creo que la labor de Isabel –discreta, informada, inteligente, clara, equilibrada– ha sido ejemplar.

Si en sus artículos predomina la mirada al exterior, cuando el caso lo amerita no ha dejado de escribir sobre la difícil circunstancia mexicana. Entonces su tono se vuelve más íntimo y su pluma más crítica. Alma jarocha (de las buenas), puede ser apasionada y mordaz, sobre todo contra la injusticia, la corrupción, la demagogia. Detesta la fama vacía, la simulación intelectual, la mentira.

Cada quince días (sin fallar uno solo) desde 1994, domingo a domingo, ha publicado sus artículos en el diario Reforma. Fue colaboradora de Vuelta y ahora de Letras Libres. Sus textos han sido producto de una sólida formación en El Colegio de México y la Universidad de Oxford. Antes de dedicarse a escribir ensayos y artículos para el público, se desempeñó como profesora investigadora en El Colegio de México, donde formó a varias generaciones de alumnos, algunos muy destacados ahora. En esa institución (nuestra alma mater) publicó a principio de los ochenta un libro original sobre las tortuosas relaciones de la URSS con el gobierno de la Unidad Popular chilena (frente a Allende sentimos una honda simpatía). El tema de El deshielo del Este, su siguiente libro, publicado por Editorial Vuelta, fue la paulatina apertura del bloque comunista. En esos años de lucha por la democracia, Isabel fue una promotora clave del “Encuentro Vuelta: La experiencia de la libertad”.

Separada de la academia, dedicada de lleno al trabajo de escritora y editorialista, descubrió una veta de novelista. En 2006 publicó La aguja de luz (Planeta), libro que evoca con delicadeza y emoción la vida de los judíos secretos y perseguidos de Mallorca, los “chuetas”, cepa de donde provenía su abuela materna.

Creo que la conciencia mexicana sobre el mundo exterior sería otra, más limitada y pobre, sin la obra de Isabel Turrent. Pero al margen de esa obra suya, continua y consistente, hay otra obra que –cualquiera que sea su valor– le debe mucho. Me refiero a la mía propia. A lo largo de tres décadas, velando siempre por la crianza de nuestros hijos, protegió celosamente los espacios y tiempos de mi trabajo, fue mi primera lectora, mi consejera, mi crítica. Los libros de aquella época, los escribió conmigo.

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Historiador, ensayista y editor mexicano, director de Letras Libres y de Editorial Clío.


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