Nueva y vieja política

¿Ha muerto la nueva política? A pesar del declive de Ciudadanos y Unidas Podemos, el viejo bipartidismo no volverá.
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En Vieja y nueva política, la famosa conferencia que Ortega pronunció en el Teatro de la Comedia de Madrid en 1914, el filósofo se dirigía a una generación que “nació a la atención reflexiva en la terrible fecha de 1898, y desde entonces no ha presenciado en torno suyo, no ya un día de gloria ni de plenitud, pero ni siquiera una hora de suficiencia”. Cien años después, la misma cita habría servido para retratar a una generación que cobró conciencia política en la Gran Recesión y a la que la vida adulta parece deparar precariedad, inseguridad o desempleo. 

Ortega hablaba de dos Españas, pero no de aquellas enfrentadas en los bandos de una guerra civil que aún se demoraría: eran la España “oficial” y la España “vital”, que daban cuenta de una fractura antes generacional que ideológica. Algo parecido aconteció hace ahora justo 10 años, en el 15-M. La disrupción de una generación aspirante que había desbordado a los partidos tradicionales para abrirse paso en el sistema se tradujo en la quiebra del bipartidismo y la emergencia de dos formaciones nuevas: Podemos y Ciudadanos.

Ambas planteaban enmiendas al estado de cosas, a la totalidad, en el caso de la primera, que apostaba por la vía rupturista; o parciales, en el caso de la segunda, que emprendió la vía reformista. El pasado 4 de mayo, Pablo Iglesias anunció su retirada política tras unas elecciones madrileñas en las que Podemos fue la última fuerza de la Asamblea. Peor aún fue el resultado de Ciudadanos, que ya es un partido extraparlamentario en Madrid.

En los últimos años, algunos analistas han argumentado que la llamada nueva política era un accidente histórico, derivado de una grave crisis económica, política y social, que no tardaría en ser corregido. El razonamiento es más o menos este: el ensayo multipartidista se ha revelado un obstáculo a la estabilidad política y la gobernanza, las nuevas formaciones no han materializado las promesas de ruptura o reforma que abanderaban, y ni siquiera han contribuido a una geometría que instituyera mayorías soslayando a los nacionalistas. Las elecciones del 4M vendrían a demostrar la tesis: Madrid no fue la tumba del fascismo, sino de la nueva política.

Cabe, no obstante, interpretar que la nueva política no se explica como accidente, sino como proceso. La irrupción de los nuevos partidos no es un fenómeno exclusivo de España. En toda Europa hemos asistido al nacimiento de nuevas formaciones en las últimas dos décadas. Este dato nos sugiere que no estamos ante un hecho circunstancial, sino ante un fenómeno estructural, empujado por el cambio económico. El tránsito de las sociedades industriales a las sociedades de servicios ha contribuido a una mayor heterogeneidad en las formas en que vivimos y nos ganamos la vida, y esa heterogeneidad se traslada necesariamente a los parlamentos.

¿Ha muerto la nueva política? Es una pregunta que va más allá de la suerte que puedan correr dos partidos concretos. Decía Raymon Aron que la Historia solo se fija cuando no tiene porvenir, y parece que estemos lejos de poder decretar el final de la Historia en lo que respecta a la evolución del parlamentarismo. Pero en esto, además, la intuición teórica se ve reforzada por la observación empírica. La progresión de partidos jóvenes como Vox y Más Madrid, que acaba de convertirse en la referencia de la izquierda en la capital, sugieren que los días del viejo bipartidismo no han de volver.

Vox se ha revelado una formación rocosa. En Madrid no presentaban a su mejor candidato, pero, además, el PP contaba con Ayuso, una líder muy bien valorada por los votantes de Vox y que ha sido capaz de aglutinar un apoyo masivo que va más allá de la derecha del espectro ideológico. Con todo, Vox aun mejora sus resultados respecto a 2019, y lo hace perdiendo apoyos en la capital, pero ganándolos en la provincia y en municipios de clase trabajadora. La extrema derecha resiste el vendaval Ayuso, y estará en disposición de mejorar los resultados de Madrid allí donde la derecha no presente candidaturas tan arrolladoras como la de la presidenta madrileña.

Por su parte, Más Madrid empieza a emerger como la nueva izquierda urbana, de clases medias educadas, ecologista, que triunfa en Europa. Si Errejón es capaz de culminar su viaje al centro, Más País podría comerse el voto socialista (y hasta de los liberales progresistas) en las grandes capitales. De momento, su posición geométrica entre Podemos y PSOE lo convierte en el centro de la izquierda, y en una izquierda, además, que no ha tenido que ensuciarse en la gestión de gobierno. Esas dos circunstancias empujaron la candidatura de Mónica García, que además supo huir del discurso identitario en una crisis que dicta preocupaciones materiales. Es cierto que su capacidad de penetración en la España interior es probablemente limitada, a diferencia de la de Vox, que con su defensa de los valores y la cultura tradicionales puede arraigar en el medio rural y en las capitales de provincia del interior peninsular.

Con todo, el auge de Más Madrid puede ser el fenómeno político más interesante de los próximos años. Esta semana, Luca Constantini escribía sobre un plan de Moncloa para aupar a Errejón y sustituir a Podemos como socio de gobierno, ahora que la formación morada parece en declive. Sin embargo, la necesidad aritmética de Sánchez podría tener consecuencias dramáticas para el PSOE. Del mismo modo que Ciudadanos consiguió desbordar en 2019 el voto del PP en las regiones metropolitanas, Errejón podría plantear un reto similar a los socialistas en el próximo ciclo electoral.

En Ferraz confían en que la progresión de Más Madrid se verá restringida al ámbito urbano. Si los partidos del viejo bipartidismo han continuado siendo las fuerzas mayoritarias del parlamento hasta hoy es por su sólida implantación en la España interior y rural, donde se disputan muchos escaños a un precio de votos menor. El PSOE cuenta aquí con ventaja sobre Más Madrid, pero haría bien en andarse con cuidado. En contra de lo que se puede leer estos días, la nueva política no ha muerto. No hay fin de la Historia parlamentaria.

Una formación como Vox podría ganar apoyos entre los electorados tradicionales de PSOE y PP en el interior peninsular (Ciudadanos ya lo hizo en 2019), e incluso podrían emerger nuevas fuerzas que cumplieran ese papel. Si yo fuera un emprendedor político plantearía una plataforma cuya estrategia pasara por competir en el eje territorial y no en el ideológico, para dar voz al interior del país que se siente huérfano de representación y atenciones. España se ha convertido en un país de dos velocidades, con una brecha creciente entre las ciudades y el litoral pujantes, y el interior progresivamente despoblado. Un partido capaz de mancomunar los malestares de estas regiones con un discurso especializado que pusiera énfasis en infraestructuras, peajes, banda ancha, reindustrialización, PAC o comunicaciones podría disputar el voto a los viejos partidos en la España interior.

Las estrategias catch-all tienen sentido en un sistema estable de dos grandes partidos, pero en la nueva lógica multipartidista los partidos especializados pueden abrirse un hueco y ser determinantes en la formación de mayorías y gobiernos.

Mientras tanto, Ciudadanos atraviesa su peor momento. La integración de muchos de sus cuadros en un PP al alza da cuenta de que la nueva política representó en muchos aspectos una escisión de élites aspirantes que no podían ascender en la matriz de los viejos partidos. El vaciamiento del centro es probablemente la forma culminante de una polarización que puede comenzar a dar muestras de agotamiento. A la izquierda, los votantes madrileños han concentrado sus apoyos en una opción de percepción moderada respecto a Podemos, e incluso también respecto al PSOE. A la derecha, la propuesta radical de Vox se quedó por debajo del 10%. En cualquier caso, la lógica de bloques aún se prolongará hasta unas elecciones generales que se plantearán como un plebiscito sobre el sanchismo.

La política nacida de esa deflagración social que fue el 15-M parece venirse hoy a tierra, como proyectil que ha cumplido su parábola. Pero la Historia solo se fija cuando no tiene porvenir. Mientras haya Parlamento, habrá nueva política.

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Aurora Nacarino-Brabo (Madrid, 1987) ha trabajado como periodista, politóloga y editora. Es diputada del Partido Popular desde julio de 2023.


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