Foto: Mario Guzmán/EFE/EFEVISUAL

Tiempo de híbridos

Hace años, el músico Rodrigo González compuso una sátira sobre el encontronazo de la modernidad neoliberal con los apegos de los mexicanos. En el gobierno que está por comenzar, esas tensiones entre tradición y modernidad se verán renovadas, pero invertidas.
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Hace unos 35 años, Rodrigo González, Rockdrigo pa’ la banda, compuso “Tiempo de híbridos”, una fina sátira sobre el encontronazo de la modernidad neoliberal con los apegos atávicos de los mexicanos: 

“Era un gran rancho electrónico / Con nopales automáticos / Con sus charros cibernéticos / y sarapes de neón. / Era un gran pueblo magnético / con marías ciclotrónicas / tragafuegos supersónicos / y su campesino sideral. / Era un gran tiempo de híbridos.” Así iniciaba el relato en el que cada adjetivo es una crítica mordaz de su sustantivo, de la misma forma en que gran parte de la sociedad mexicana sonreía burlonamente ante el torpe intento de su élite gobernante de introducir la modernidad con calzador. 

Aquellos eran tiempos en que la “renovación moral” y los discursos del presidente sobre la eficiencia presupuestaria y el ingreso al GATT (hoy OCDE) se topaban de frente con la conferencia de prensa de los lunes del octagenario líder del movimiento obrero; eran días en que la computarización de las operaciones electorales convivía con la matraca de los mítines del PRI. 

Ahora, si Héctor Aguilar Camín tiene razón y la cuarta transformación de Andrés Manuel López Obrador es en realidad la “sexta”, una diseñada para echar abajo la “quinta transformación” que trajo el neoliberalismo y la apertura democrática, la situación es la inversa. 

Con la vista firmemente anclada en el pasado de México y sus glorias reales y ficticias, el próximo presidente López Obrador buscará devolver a la nación a su estado original, una esencia milenaria incorrupta que, luego de décadas de haber sido forzada a vestirse con los ropajes de una modernidad ajena, “debe realizar un inmenso esfuerzo para recuperar los valores y principios que dieron sentido a la formación de nuestra Nación y que se hallan plasmados en las obras que constituyen nuestro patrimonio histórico y cultural”. El problema, claro, es que esa nación primigenia no existe. No hay un solo rincón de México que no haya sido tocado y radicalmente influenciado por la globalidad. 

Aunque el acceso a las tecnologías de la comunicación sigue siendo desigual, con menor densidad en las áreas rurales, prácticamente todas las comunidades del país han sido integradas a los flujos globales de bienes, capital e información a través de la migración y, en el peor de los casos, del narcotráfico y el crimen organizado, y se han transformado profundamente por ellos. El “pueblo” mexicano, destinatario y protagonista de la cuarta transformación, es un conjunto de ciudadanos del mundo y su “cultura”, o lo que como tal se denomine en diferentes espacios, es una mercancía apreciada a nivel global, como lo muestra el éxito de la película Coco

Las tensiones entre tradición y modernidad se verán renovadas pero invertidas, en la medida en que ahora el estado no será el promotor de la modernidad. Estas tensiones traen su propia carga de híbridos: empresarios exitosos durante la apertura comercial estarán ahora a cargo del programa económico del gobierno proteccionista; académicos formados en el exterior impartirán cursos en la escuela de formación de cuadros del nuevo nacionalismo revolucionario; luchadores contra el monopolio político del PRI administrarán el carro completo de Morena. 

Este sincretismo del siglo XXI se dejará sentir en todos los ámbitos de la vida mexicana, pero en ningún espacio tendrán tanta capacidad de determinar el futuro como en la arena política y en las relaciones entre los poderes de la Unión. El lopezobradorismo es una actitud política basada en una contradicción fundamental: entiende la democracia como el medio para llevar al poder a una visión del ejercicio de gobierno basada en la armonía y unidad del cuerpo político. El pluralismo le es ajeno, el disenso le incomoda, y la legítima representación de intereses le parece burda ambición y tendencia al cochupo. 

Esa actitud contradictoria, que no puede abolir la democracia pero no sabe conducirse dentro de sus parámetros, es la que influye en las acciones más recientes, especialmente en la conformación del bloque legislativo de Morena y sus primeros pasos. 

Morena llegó a la Cámara de Diputados con un triunfo aplastante que le otorgó 42% de la votación nacional para su coalición. Con 191 de 500 diputados nadie podía disputarle ser la mayor fracción parlamentaria de la Cámara, así como el socio mayoritario en su coalición. Así funcionan las cosas en la gran mayoría de las democracias. El partido, sin embargo, no se conformó con ser primero entre iguales tanto dentro de su coalición como en la Cámara en general, sino que colonizó las fracciones parlamentarias de sus aliados para allegarse más diputados. Cuando las cuentas se quedaron un poquito cortas, negoció con el impresentable partido Verde la transferencia de otros cinco diputados para completar la cifra mágica de 252, la mitad más dos. 

Es importante detenerse en este punto. En todos los regímenes con vida parlamentaria, lo común es la constante negociación entre fracciones, que a veces alcanza para un paquete de medidas y a veces apenas para una pieza de legislación. Morena, a iniciativa de AMLO, optó por una negociación de origen, cinco diputados a cambio de licencia para un senador/gobernador en funciones, y lo que sea que haya cedido a las dirigencias del PT y el PES, a fin de consolidar una mayoría legislativa gracias a la cual prácticamente ya no tiene que negociar más. 

La LXIV Legislatura será un híbrido del carro completo y el control vertical del Ejecutivo sobre el Legislativo, al más puro estilo priista. Pero, a diferencia del PRI, cuyos planes sexenales y programas asamblearios dotaban a su agenda legislativa de cierta coherencia, la agenda de Morena será también, lo adivinó el lector, un híbrido de varias versiones de política económica, según se vayan conformando en la mente del presidente. Una aplanadora que, así como otorgará recursos suficientes para el nuevo aeropuerto capitalino, aprobará lo que sea que AMLO acuerde finalmente sobre el TLCAN, suspenderá o aplicará la reforma educativa, financiará refinerías y trenes mayas, e impondrá la política del tupperware contra gastos excesivos. 

La mayor amenaza contra esta vieja manera de hacer política parlamentaria provendrá de los nuevos compañeros de viaje del presidente. Los jaloneos entre Yeidckol Polevnski y el gobernador electo de Morelos, por las cuotas de poder en el estado, ilustran una variable no presente en los viejos tiempos del PRI: ahora a nadie espanta litigar en público los acuerdos en lo oscurito. 

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Politólogo, egresado de la UNAM y de la New School for Social Research.


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