Avance democrático

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Es difícil luchar contra las percepciones. Aunque la tasa de homicidios en Brasil duplica la de México, este país ha sido una fuente continua de malas noticias y peores imágenes. Por eso importa registrar las buenas. El 4 de julio, en 14 de los 32 estados, millones de ciudadanos fueron a las urnas y, desafiando las inclemencias del clima y el clima de inclemencia, dieron un gran paso en la maduración de nuestra democracia.

En diez años, la democracia ha establecido muchas prácticas, leyes e instituciones que merecen perdurar: elecciones presidenciales y legislativas limpias; división de poderes que ha limitado el tradicional poder de los presidentes; una Suprema Corte independiente; una Ley de Transparencia que ha limitado notablemente los casos de corrupción en el Gobierno Federal; plena libertad de expresión y una apreciable participación ciudadana en la vida pública. Parece poco, pero es mucho, sobre todo si se recuerdan los viejos tiempos en los que el Presidente en turno era el Gran Elector: dominaba al Congreso, influía en la Corte, ponía y quitaba gobernadores y alcaldes, disponía a discreción del presupuesto y los recursos naturales, manejaba las elecciones. Esa monarquía embozada terminó hace diez años.

México conquistó la democracia en 2000 pero la democracia trajo consigo problemas inesperados. Por un efecto centrífugo, el poder que antes monopolizaban los presidentes pasó a reproducirse en los gobernadores de los 32 estados. La mayoría de ellos pertenecen (y han pertenecido siempre) al PRI. Sin un marco legal e institucional que les impusiera los límites que existen en el nivel federal, varios de estos gobernadores (no todos, por fortuna) han actuado desde entonces como los caciques y caudillos de la Revolución Mexicana: pueden comprar votos, disponer de los recursos públicos, incurrir en actos de corrupción, acallar a la prensa. El caso ha sido evidente en estados como Oaxaca y Puebla, que nunca hasta ahora habían sido gobernados por un partido distinto al PRI. Su control era importante, porque podía representar una afluencia de votantes para las elecciones presidenciales y legislativas del 2012. Ese proceso de feudalización topó con un límite el pasado domingo: el PRI perdió Oaxaca, Puebla y Sinaloa. Los señores feudales fueron desplazados por el voto de castigo.

Esta conciencia del poder del voto es relativamente nueva en México. El voto, hay que puntualizar, desplazó a los malos gobiernos, no sólo a los del PRI. En 6 de los 12 estados en que estaba en juego la gubernatura, el votante se inclinó por la alternancia. El PRI perdió Oaxaca, Puebla y Sinaloa pero ganó en Aguascalientes y Tlaxcala (castigando al PAN) así como en Zacatecas (desplazando al PRD). Una alentadora novedad fue la alianza, inimaginable hace algunos años, entre el PAN, el PRD y otras fuerzas. Esta alianza (que confirma palmariamente la vocación centrista del país) logró el triunfo en Oaxaca y Puebla y alcanzó avances sustanciales en Hidalgo y Durango (que seguirán siendo feudos del ala tradicional del PRI). Otro dato positivo fue la participación: en nueve estados fue superior al 50%, incluido el conflictivo Sinaloa. Desastres naturales, amenazas de epidemia, crisis económica, migración, narco-violencia han nublado la vida de México, pero la gente sigue creyendo en la democracia.

Ahora la democracia mexicana podrá seguirse consolidando en donde más lo requiere: el nivel estatal y municipal. Si el PRI hubiese logrado su “Carro completo” (como se decía en los viejos tiempos), se estaría enfilando hacia la victoria en las restantes elecciones estatales de 2011, entre las cuales está la del rico Estado de México, donde gobierna Enrique Peña Nieto, hombre popular que hoy encabeza las encuestas para Presidente en el 2012. Una alianza PAN-PRD en este estado en 2011 podría resultar competitiva, con lo cual el panorama para el 2012 se tornaría más incierto de lo que parecía hasta hace unos días, cuando muchos predecían la vuelta irrevocable del PRI a la presidencia.

Esa vuelta no es irrevocable pero sí probable. El voto por la alternancia (que benefició al PAN en 2000 y se refrendó por estrecho margen en el 2006) tenderá a castigarlo en el 2012 porque el país permanece estancado económicamente y muchos ciudadanos se niegan a acompañar al Presidente Calderón en su guerra contra el crimen organizado. De hecho, ese castigo al PAN fue ya notorio en las elecciones legislativas intermedias de 2009 y continuó ahora, porque sin la alianza con la izquierda el PAN no hubiera llegado muy lejos. Algo similar cabe decir de la izquierda, cuya división interna le costó el estado de Zacatecas. Para ser competitivas en 2012, ambas fuerzas deben formar buenos gobiernos de coalición.

El PRI puede presidir un buen gobierno a partir de 2012 pero no a condición de pretender dar marcha atrás al reloj. Un Presidente del PRI, suponen algunos, volvería a retomar los cabos sueltos, controlando al Congreso, llamando al orden a los gobernadores y sentando en la mesa a los capos del crimen organizado para hacer la paz con ellos y entre ellos, devolviendo la seguridad al mexicano que hoy vive en la zozobra. Ese escenario es un espejismo. ¿Qué incentivo podrían tener los gobernadores para devolver al Presidente los poderes que ahora tienen? Aún más ilusorio parece el sueño de lograr que los Capos del narcotráfico entren en razón. Frente a ellos, el Estado no tiene más alternativa que fortalecerse (mediante cárceles seguras, control de aduanas, rastreo de movimientos financieros, adiestramiento de policías, mejores sistemas de inteligencia, captura de capos, etc…) para una guerra de largo plazo que sólo puede acotarse de modo decisivo, con un cambio estructural. Y ese cambio estructural sólo puede provenir de los Estados Unidos.

Un México plural es preferible a una monarquía restaurada. Un país que avanza en instaurar un pleno estado de derecho en los estados y municipios puede enfrentar de manera más eficaz y responsable al crimen organizado. Colombia, una ejemplar democracia, lo logró. México puede lograrlo. Cualquiera que sean los peligros del futuro, México sólo puede fincarlo en la consolidación de su joven democracia.

– Enrique Krauze

(Versión del artículo “An Anti-Incumbency Wave – in Mexico”, The New York Times, 7 Julio 2010.)

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Historiador, ensayista y editor mexicano, director de Letras Libres y de Editorial Clío.


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