Concurso de cuento: Instantáneas para morphinómanos

Con este magnífico texto de Mauricio Montiel Figueras, iniciamos un concurso de cuento sobre música en este blog de creación. Participen con nosotros.  
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I

MORFINA s.f. (del griego Morpheús, dios del sueño). Alcaloide principal del opio, que es un potente analgésico e hipnótico, y cuyo uso continuado origina una grave toxicomanía.

 

MORPHINEs.m. (de la escena musical de Boston y Cambridge, Massachusetts, Estados Unidos). Trío fundado en 1989 por Mark Sandman (1952-1999) que combinó elementos del blues, el jazz y el rock para crear un coctel conocido como low rock, sumamente adictivo para el escucha que buscaba acelerar su ritmo cardiaco con pulsaciones graves. Con apenas cinco discos de estudio en su haber, el trío se desintegró a raíz de la muerte de Sandman, acaecida poco antes de la medianoche del sábado 3 de julio de 1999 en pleno escenario montado en Palestrina, a las afueras de Roma, como parte de la undécima edición del festival Nel Nome del Rock. Dos años atrás, en Buenos Aires, Sandman había declarado: “Mi apellido es como los castillos que los niños hacen en la playa. Siento que vivo de imágenes que se construyen y destruyen en un solo día. Como la palabra morphine, tengo algo de ensueño.”

 

II

Caminar de noche por una ciudad que habla al oído en el idioma de la lluvia tiene las ventajas secretas de una inyección, piensa Mark Sandman, líder de Morphine, mientras su bajo eléctrico de dos cuerdas teje como una araña la red a donde caen, en un vértigo de facciones sudorosas, los cientos de rostros que pueblan el foro rendido al encanto lunar de Palestrina. Los objetos y sus reflejos se acomodan por las calles con una precisión que estimula la memoria del noctámbulo, proclive a transformar las vitrinas en mundos al otro lado del mundo. Así, por ejemplo, recuerda Sandman, en la cabeza de un maniquí femenino han logrado convivir sucesivamente Lisa, Dawna y Lilah, ahora meros registros instrumentales de cuerpos que alguna vez relampaguearon en la penumbra de una habitación anímica; Claire, en quien la impuntualidad despertaba instintos asesinos; Candy, que creía que la muerte era un lugar al que se accedía a través de la arena; Mary, que ocultaba a sus amantes en un granero en la granja de su padre; Sheila, la hechicera que halló en un gato a su siervo más fiel, y tres mujeres sin nombre: la esposa de un predicador vuelta emblema mortuorio, la que hizo del jueves un billar ideal para las carambolas del adulterio, la que envió una caja vacía exigiendo que le regresaran los restos de su relación amorosa. Hundido en los acordes finales de “Potion”, el segundo corte de Like Swimming (1997), Sandman comprende que los cinco discos del grupo son solo cajas que él ha ido llenando de pérdidas convertidas en letras, estampas de una tibia desolación, “fábulas de deseo y romance amargo” en las que se perfila la presencia de Jim Thompson y James Ellroy. Por ello no le sorprende descubrir, al levantar la vista de su bajo balsámico, que el parque Barberini es ya una calle y el escenario una caja de cristal, una vitrina desde la que él —jeringa en ristre— contempla la lluvia nocturna junto a un maniquí cuya sonrisa han borrado las sombras.

 

III

Humo. Ligeramente inclinado hacia adelante, sosteniendo su instrumento como una lengua dorada que lanza los destellos iniciales de “Honey White”, el primer corte de Yes (1995), Dana Colley, sax barítono de Morphine, no deja de pensar en imágenes de humo: cigarros que trazan en la oscuridad luminosos pentagramas donde él encaja sus notas, alcantarillas que develan enigmas urbanos en forma de blancas boas que caza con el aliento en vilo, el saxofón ardiendo en sus manos con llamaradas que iluminan a un auditorio vacío excepto por la multitud de jeringas que cubre el suelo. Desde Good (1993), el debut de la banda, Colley supo que su destino como músico estaría ligado al humo y que no se iría en silencio a la tumba; para demostrarlo, en Cure for Pain (1993) plantó su instrumento como una vela en medio del funeral de Miles Davis, figura tutelar que lo ha acompañado en su fraseo cool, de volutas que se extienden para atenazar el bajo y la ocasional guitarra rabiosa de Sandman. Humo, entonces: el escenario, la noche y Palestrina se esfuman tras un cortinaje del que el vocalista de Morphine se cuelga para cantar a su día de suerte con Mabel, a la libertad para dirigir una película o escribir un libro, a un pacto con el diablo de la dulzura, a una mujer vestida de azul espléndido, a la ceguera que debería detonar el amor. A través del humo, Colley distingue una puerta hacia la que se dirige sin soltar el saxofón. Entra en una recámara ocupada por ceniceros donde parpadean colillas manchadas de lápiz labial. Luego sale a una calle lluviosa por la que empieza a caminar, consciente de la estela de humo que su instrumento olvida frente a ventanas y edificios como una pálida noche dentro de la noche, hasta introducirse en la vitrina donde un hombre inyecta a un maniquí en el brazo.

 

IV

Para Billy Conway, baterista de Morphine desde que Jerome Deupree se retiró del grupo a partir de Yes, la fotografía titulada Au Tambour, tomada por Eugène Atget en el París extrañamente desolado de 1908, ha devenido un talismán que su memoria conjura durante cada concierto. Ahora, una vez más, inmerso en las sensuales palpitaciones de “Thursday”, el octavo corte de Cure for Pain, recuerda con nitidez, como si estuviera dentro de la foto, el tambor que pende de la fachada de un bistró parisino sobre un letrero que reza “H. Cousin” y una puerta a través de cuyo cristal —en donde se refleja el tripié del retratista— se insinúan dos rostros fantasmales que devuelven la mirada del ojo que les ha concedido la inmortalidad. Es ese tambor trocado en benéfica espada de Damocles, piensa Conway, la figura que ha seguido sus pasos desde el día en que descubrió que su corazón podía ser doble con ayuda de las baquetas que se detienen, finos lápices en el aire amoratado del foro, un segundo antes de acometer los últimos latidos de la canción y dibujar el vacío que inundará el torrente de aplausos que nunca llega. Atónito, Conway advierte que por efecto de alguna mágica percusión ha irrumpido finalmente en la foto de Atget; voltea a izquierda y derecha, oteando la calle donde parece concentrarse el espíritu de un París solitario a la luz del crepúsculo, para luego observar la puerta tras la que dos juegos de facciones familiares lo miran con una expresión no exenta de ironía. Poco después, sentado entre Sandman y Colley, el baterista empieza a tocar el tambor de sus sueños mientras la tarde parisina muda en noche lluviosa, el saxofonista llena de humo la vitrina en que se ha convertido el bistró y el vocalista inyecta una buena dosis de Morphine al maniquí donde se funden sus obsesiones.

 

V

“Gracias, Palestrina. Es una noche magnífica y me da gusto estar aquí. Les quiero dedicar una canción super sexy.” Los relojes marcan las 11:15 p.m. Con el bajo entre las manos, Mark Sandman comienza a desgranar los acordes de “Super Sex”, séptimo corte de Yes y octava interpretación de la velada, cuando siente que el corazón lo traiciona. Hay una serie de contracciones dolorosas al cabo de las cuales viene un estertor, una súbita noción de ausencia, el agujero que se abre bajo los pies para devorarlo todo de un mordisco voraz. Mientras cae bañado en sudor sobre el escenario, víctima de un ataque cardiaco que los rumores adjudicarán a diversas causas —el sofocante verano italiano, el exceso de nicotina, los numerosos medicamentos localizados en su cuarto de hotel—, Sandman alcanza a tener una última visión: al otro lado de la vitrina que estalla en añicos, dejándolos a él y a sus cómplices morphinómanos a la intemperie, un hombre de arena echa a andar entre maniquíes sonrientes hacia el resplandor que emite un farol sembrado en la lejanía de donde se desprenden las notas de “Eleven O’Clock”, décimo corte de Like Swimming. “Every night about eleven o’clock I go out.”

 

Playlist Morphine >>

 

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Envíenos sus cuentos a la dirección cartas@letraslibres.com antes del 21 de octubre. Solo hay dos requisitos: deben ser temáticos (en este caso el tema del mes es la música) y no pueden exceder las 1,000 palabras. Al cuento ganador lo publicaremos el último lunes del mes en este blog. 

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