Yo encuentro en las bellas artes del Sr. Cantoral el mérito de haber confeccionado algunas tonadillas tarareables como tantas, cargadas de lágrimas, vibratos chillones, armonías simplonas, letras hueras que hablan de promesas, bastantes besos batidos con bombones, acaso un reloj, existencialismo de popelina, la celebración de ciertos actos carnales consumados o, en su defecto, por consumar, y/o su añoranza. Melcocha para edulcorar playas, ablandar damitas, atenuar taxis, venerar a Venus en las marisquerías y rellenar los huecos entre anuncios de detergente.
Y no, lejos de mí despreciar esa música. Entiendo que puede aportar satisfacciones a quienes gustan de ella no del todo diferentes a las que tengo yo con mis propios gustos. No, es otra cosa… Es la pereza ante el cariñito baladí, la vuelta de sol, el requinto perito y la maraca cachondona; es la apoteosis esa de la cursilería, la coartada multiusos de “el amor”. Para mí que en muy contados momentos Agustín Lara (como en “Noche de ronda”) o María Greever (en “Un alma como la mía” o en “Júrame”), alcanzaron un nivel de verdadero arte. (Por cierto, puede escucharse aquí con provecho “Júrame”, en una por demás aparatosa adaptación del “bolero” a Lied en la voz de Rolando Villazón.) Y… ¿será cierto que María Greever estudió con Debussy…?
La música del Sr. Cantoral nunca dio para Lied, pero sí para líder. Sospecho que la decisión de hospedar sus funerales en Bellas Artes no estuvo del todo apartada de ese hecho político más bien remiso a las musas. Administró el Sr. Cantoral durante décadas la Sociedad de Autores y Compositores de México (SACM) de manera, digamos, misteriosa: cuando hay elecciones, cada compositor tiene tantos votos como éxito popular tiene su música, según un famamómetro inescrutable guardado en la oficina del presidente. Como el Sr. Cantoral decidió que su canción “El reloj” es la de mayor éxito en la historia de la humanidad, se otorgaba a sí mismo miles de votos que, no sin amor propio, depositaba en favor de la planilla que él mismo presidía. Una de las pequeñas dictaduras mexicanas que sobrevivieron al cambio. El Sr. Cantoral era, en efecto, como una versión azúcar candy y con mascada de seda de Fidel Velázquez, o de cualquier otro dictadorzuelo sindical a la mexicana: un líder perpetuo gracias al apoyo de una nomenklatura funcional bien recompensada, y a la pericia para diseñar un sistema electoral a tal grado eficiente que su único posible ganador podía ser él mismo.
Los enredos de la SACM los explicó con detalle el compositor Mario Lavista aquí en Letras Libres hace unos años. Explica minuciosamente el peculiar estilo democrático del Sr. Cantoral y, en consecuencia, las razones por las que tuvo que buscar el ingreso a una sociedad de derechos de autor ubicada en el extranjero. A guisa de ejemplo, luego de comentar el curioso sistema de “pirámide” que reparte votos y dinero a los compositores según el famamómetro, escribe Lavista:
La SACM y “nuestro” líder van a la vanguardia en los asuntos autorales. Para ella y para él, las obras de la pirámide merecen esto y más, ya que son “patrimonio de la nación”. Así se explica por qué se encuentran en ella unos 38 boleros de “nuestro” líder, 35 de “nuestro” sublíder, veinte o veinticinco de cada uno de los miembros de la planilla verde pardo, más diecisiete de cada uno de sus cuates. Y explica, asimismo, que sólo haya habido dos elecciones en los últimos 51 años de vida de la SACM: la de Cantoral, hace veinticuatro años, y la de Gómez Barrera hace 51. En todas las demás asambleas sólo ha habido reelecciones. Sí, qué duda cabe, la maquinaria democrática de la SACM es impecable e implacable: hace posible que cuarenta compositores “de éxito” derroten, con sus 19,334 votos, a 15,002 compositores “sin éxito”, algunos de los cuales no alcanzan a tener ni un méndigo voto. Con la SACM pasa lo que con los sindicatos: sus agremiados son pobres, pero sus líderes son riquísimos…
Ahora presidirá la SACM el referido sublíder, Sr. Armando Manzanero, mejor músico desde luego; peor cantante –su vibrato capricante es su propia parodia– y, si tal cosa es posible, peor poeta (es al autor de una balada “desconstruida” en la que se emplea este verso: “sin hacer más comentarios: somos novios”).
¿Cambiarán las cosas en la SACM, como al final cambiaron en la SOGEM, la Sociedad General de Escritores de México, que fue también feudo privado y alcancía de un individuo astuto y su camarilla durante años y años? Ojalá.
Aunque confieso mi convicción de que el asunto acabará en “sin hacer más comentarios, soy su líder”…
Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.