1. Demuestre lo contrario: Si Miguel de Cervantes hubiera tenido la mano izquierda completamente funcional, El Quijote habría sido un libro diferente.
2. Demuestre lo contrario: Sin la pequeña silla, sin la postura alzada de los codos y sin su espalda reclinada hacia el teclado, la interpretación de Glen Gould de esta pieza de Bach habría sido diferente.
3. Demuestre lo contrario: Si Gustavo Dudamel hubiera hecho cualquier otro gesto en el ensayo para indicar el sonido que buscaba, la orquesta habría sonado diferente.
¿Cómo escribe un escritor? A diferencia de las artes espectaculares como la música, el teatro o la danza, la manera en que la literatura llega a sus receptores es usualmente individual y silenciosa. De allí que existan ciertas mitologías con respecto al proceso creativo: ¿fulanita escribe a lápiz, a máquina o en computadora?, ¿de día o de noche?, ¿en su casa o en algún café? Desde un punto de vista formal, nada de esto es relevante debido a la autonomía del texto: si hacía calor o nevaba es algo que no está en la obra de arte, sino afuera de ella.
Un punto de vista menos estricto está detrás del “Proyecto escritorio: del lugar donde se escribe”, un blog que reúne fotografías de lugares donde los escritores trabajan y breves textos donde explican cómo lo hacen. Se trata, en palabras del administrador, de analizar “cómo se articulan las relaciones entre disposición mental y estado físico”.
¿Esto es posible? Y si lo es: ¿qué nos dice acerca de la literatura? Otras disciplinas tienen la fortuna de no necesitar justificaciones. En musicología, por ejemplo, se estudia la relación que hay entre el cuerpo y la interpretación, igual que en el teatro y en la danza. Saber cómo sonaba el piano en la época de Mozart, cómo se comportaba el público y en dónde eran los conciertos son cosas que dicen algo sobre técnica pianística. El esfuerzo que hacían los actores del siglo XVII para lograr la atención de un público feroz habla sobre cómo se escribían y se representaban las obras.
¿Y un escritor? ¿Nos dice algo que tal o cual novela se haya escrito en un cuarto con piso de madera o que su autor tenga por rito encender y apagar la luz cuarenta veces antes de escribir? En el mejor de los casos, algo útil podemos sacar de eso. En el peor, estos datos son parte de un culto a la figura del autor, pero están disfrazados de curiosidad por su proceso creativo. En una época en que los escritores cobran por hablar, no tiene nada de raro preguntarnos por el color de tinta que usan.
Lo opuesto sucede en los jams de escritura, performances en que escritores improvisan acompañados por músicos y pintores, casi siempre. En estos casos sí es posible analizar, o al menos intentarlo, cómo se relaciona el espacio, el soporte técnico y el ambiente con el proceso de creación.
Pero cuando hablamos de una mujer o un hombre sentados o de pie, hambrientos o satisfechos, diurnos o noctámbulos, lo más que se puede constuir es una relación forzada de temas o motivos que explique, más o menos, que es muy probable que Villaurrutia haya escrito sus nocturnos de noche, o pensando en la noche, o esperando la noche. O al revés: que justo porque escribía de noche escribió nocturnos. Más allá no hay nada, a menos que la voluntad sea retar la antigua paradoja: si un árbol se cae en el bosque y no hay nadie para escucharlo, ¿hace ruido?
Sí hay relación, y muy clara, entre el cuerpo y la palabra escrita, pero el fundamento no es el escritor sino en el lector. Las prácticas de lectura importan más para el proceso creativo que el color de la luz del cuarto donde la gente escribe. Leer en el metro, en la pantalla de la computadora, en la sala de casa, en la biblioteca, acompañado o solo, en voz alta o en silencio son prácticas que definen los libros que se leen y, por tanto, en última instancia, los libros que se publican y los que se escriben.
Y sin embargo, como género, las anécdotas sobre el proceso creativo dan mucho. Nos han dado París era una fiesta o Zen y el arte de escribir, las entrevistas en The Paris Review y algunos fragmentos de los diarios de Kafka, conferencias memorables como las recopiladas en El novelista ingenuo y el sentimental de Pamuk, decálogos del cuento, centenas de reglas y consejos de escritura de entre los cuales mi favorito es de Orwell: “6. Rompa cualquiera de las reglas antes de decir alguna cosa francamente estúpida”.
Para eso están los escritores: para contradecir.
Es profesor de literatura en la Universidad de Pennsylvania, en Filadelfia.