El olvido accidental de un anarquista

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Ninguna literatura como la francesa para crear escritores raros, ocultarlos y redescubrirlos. Es un perfecto procedimiento de consagración: les dan la Legión de Honor y los guardan un tiempo hasta que aparezca un Foucault para “panteonizarlos”, como a Raymond Roussel. Voy a contar la pequeña historia de cómo recibí, leí y archivé un raro francés en poco más de tres días. El sábado 29 de marzo el poeta Hernán Bravo Varela y yo recorrimos a pie la respetable distancia que separa a Kramer de Prose and Politics, en Washington, D.C. Nos quedamos mucho rato descansando en la segunda librería, un tanto embobados ante el librero de los saldos, en el sótano. El poeta planeaba regresar a Dupont Circle a pie, pero no se atrevía a decírmelo y yo planeaba no hacerlo y esperaba una oportunidad para hacérselo saber sin ofender al andarín que hay en él. En ese lapso y acaso apercibiéndose de mi incertidumbre, Hernán subió a la planta alta y bajó con un regalo, Novels in Three Lines, de Félix Fénéon, publicado por New York Review Books Classics (2007) y traducido del francés, además de seleccionado e introducido, por Luc Sante.

En el avión de regreso al DF, tomado al día siguiente, no sólo subí conmigo el libro de Fénéon en el equipaje de mano sino que descubrí que en el ejemplar atrasado de The New York Review of Books que también llevaba a bordo, venía un adelanto del ensayo de Sante y un par de retratos de Fénéon (1861–1944) pintados en 1890 por Paul Signac y otro por Félix Vallotton en 1896. Odiosamente, nunca había yo oído mentar a Fénéon y durante el vuelo me leí buena parte del libro, cosa nada difícil si se considera que son lo que en francés se llama Nouvelles en trois lignes: a lo largo de las 171 páginas de la novedad neoyorquina aparecen trescientas o cuatrocientas “minificciones” como las llaman ahora los profesores (y yo también, por extensión), al estilo de las siguientes que escojo al azar, pues de otra manera no puede leerse el libro:

Ruffet, a gunner, has escaped from the prison in Brest along with a guard. Only the latter has been caught. [Ruffet, un pistolero, escapó de la prisión de Brest junto con un guardia. Sólo el segundo ha sido aprehendido.]

Fire started last in a Bastille–Montparnasse street-car that quickly was emptied of its riders and flooded by firemen. [El incendio alcanzó al final a un tranvía de Bastille–Montparnasse. Evacuaron rápidamente a los ocupantes y los bomberos inundaron el lugar.]

Many citizens of Dinkirk died in the war. Their monument was inaugurated yesterday under the chairmanship of Guilliam and Tristam. [Muchos ciudadanos de Dunquerque murieron en la guerra. Ayer fue inaugurado su monumento bajo la presidencia de Guilliam y Tristam.]

In Verlinghem, Nord, Mme Ridez, 30, had her throat cut by a thief while her husband attended Mass. [En Verlinghem, Nord, la señora Ridez, de 30, fue degollada por un ratero mientras su marido oía misa.]

Two trains collided at Bretteville-Norrey, Calvados. The resulting fire, which destroyed some cars, was put out by the rain. [Chocaron dos trenes en Bretteville-Norrey, Calvados. La lluvia apagó el incendio, que destruyó algunos vagones.]

Suicide: A 60 year–old–woman, Mme Bavette of Cluny, blind for five years, doused herself with mineral oil and lit a match. [Suicidio: una mujer de sesenta años, la señora Bavette de Cluny, ciega durante un lustro, se bañó de aceite mineral y encendió un cerillo.]

Y así por el estilo, traduciendo del inglés por no tener a mano el original francés, recopilado con el bonito título de Oeuvres plus que complètes (editado por Droz en 1970 y que se sumaría en ese género de títulos a Obras completas y otros cuentos de Monterroso y a Sombras de obras de Paz). No tengo opinión, en este momento (ni creo que vaya a tenerla después porque ya se sabe que soy textófobo) de estos ejercicios de estilo que a la vez son nouvelles (noticias) y novelitas o historias cortas que aparecían en 1906 en Le Matin de París, como parte de la sección de la nota roja, que los franceses llaman, pudorosamente, “fait–divers”. Lo que me sorprendió es lo idiosincrático que resulta cada olvidado gran escritor menor francés que descubrimos. Y es que a la biografía de F. Fénéon no le falta nada para ser la biografía literaria posmodernistamente estándar que ya debe de estar siendo materia de algunas tesis.

De FF, llamémoslo así, en confianza, como lo hace Paulhan, no sabemos casi nada o, más bien, sabemos lo que él quiso que se supiera para su gloria póstuma entre los raros. No en balde su ejecutor testamentario fue Jean Paulhan, crítico especialista en esta clase de innovadores, a quien debió de acicatearlo el Terror de quebrantar gloriosamente la voluntad de FF, su voluntad de ser “olvidado” y de no ser preservado mediante la hibernación bibliográfica. FF, además, se cuidó las espaldas no publicando un solo libro en vida. Él mismo, insisto, se propuso para el olvido, declarando “Je n’aspire qu’au silence”, aunque lo dijo ruidosamente al oído de Alfred Jarry quien se lo contó a Paul Valéry y éste a Breton, que excluyó a FF de su Antología del humor negro.

En 1948 Paulhan ya lo había obedecido desobedeciendo, recopilando las Oeuvres, prologadas con un ensayo titulado “FF ou le critique”. O qué más.

¡Menardistas de todos los países, uníos!

La no-biografía de FF es asombrosa. Ya la quisiésemos muchos: si ése es el olvido, yo me apunto. A saber: fue un crítico de pintura especializado en los neoimpresionistas, a quienes al parecer bautizó. Fue el padrino de Georges Seurat y desde la Revue Blanche (entre 1893–1904) ejerció un discreto magisterio sobre su época. Como todo escritor menor que verdaderamente se respete, FF se cuidó de cultivar, en la sombra, a Mallarmé, a cuya tertulia no faltaba, y le metió mano, ordenando textos, a las Iluminaciones de Rimbaud… Editó a Jules Laforgue y a Joyce, como discípulo que fue de Édouard Dujardin, el inventor del monólogo interior. ¿Quieren más? Hay más: los nombres de Matisse, de Colette y de Willy, su marido, colorean el tránsito mortal de FF, quien aparece en los diarios de Jules Renard y de los Goncourt. Se presume (y no podía faltar) que el involuntario autor de Novels in Three Times se aficionó en los años veintes al Partido Comunista y no sería sorprendente verlo (a título de galerista y seguramente para salvar a algún amigo judío) entre los colaboracionistas de 1940.

De todo esto me enteré el lunes siguiente de haber participado en la histórica caminata por Connecticut Avenue, tras leer la introducción de Sante. Gracias a Google di con un ensayo sobre FF, aparecido en The London Review of Books (de la que me desuscribí, como otros, en 2001) y firmado por Julian Barnes, el actual príncipe de los francófilos británicos, quien ve la moda FF que se avecina con un poco de escepticismo y recurre, como es propio en él (en Barnes), a Flaubert. Dice el novelista que inspirarse en los “faits–divers” (remember Bovary) es lo más moderno que puede haber y que FF sería un posflaubertiano o un flaubertiano en bruto o mejor aún un proto Flaubert pero póstumo.

Me he guardado de contar lo más atractivo de la vida de FF, una verdadera bomba. Resulta que el modesto no–autor, memorable editor y oportunísimo crítico de arte fue un peligroso anarquista, un tipo peculiar de anarquista de café… No se limitó a colaborar con reseñas pictóricas en las revistas de sus amigos políticos, como la de Zo d’Axa, a quien relevó al frente de L´Endehors, sino que creía en la propaganda por la vía de los hechos. Tras el atentado que le costó la cabeza (uno de los últimos guillotinados famosos) a Ravachol en 1891, hubo otro bombazo (contra la Cámara de Diputados en 1893) que hizo rodar otra cabeza, la del ácrata Vaillant, quien a su vez amenazó a sus verdugos con la venganza, misma que ejecutó en el Café Terminus, cercano a la Gare Saint–Lazare, un joven amigo de FF llamado Émile Henry.

Un poeta snob (cuya silueta aparece en Los raros, de Rubén Darío) llamado Laurent Tailhade festejó el atentado del Café Terminus con la frase famosa (“Qu’importent quelques vagues humanités si le geste est beau?”), famosa porque en el siguiente atentado, el 4 de abril de 1894, fue Tailhade, traductor de Petronio, quien resultó gravemente herido y perdió un ojo, pues la bomba explotó en el restorán donde saciaba sus gustos gastronómicos. (Tómese como se quiera: coincidencia, mala pata o infortunio, el imprevisto no hizo variar las ideas anarquistas de Tailhade, quien murió fiel a la Idea y en su cama de opiómano en 1919.)

El caso es que de ese bombazo (parte de una serie que terminó cobrándose la vida de Sadi Carnot, presidente de la República francesa en 1894 y calle de la Colonia San Rafael en el DF) resultó muy sospechoso FF como autor material. Arrestado tres semanas después del atentado, FF se pasó tres meses en prisión y fue el no-escritor– estrella durante el juicio, llamado De los Treinta, del cual salieron exculpados todos los anarquistas por falta de pruebas y encarcelados en su lugar un par de rateros. No era muy estricta en ese tiempo la burguesía: los amigos de los encausados les mandaban cajitas sorpresa con caca a los jueces y cuando se levantaban a lavarse las manos, él mismo FF, en pleno proceso, los apostrofaba con una perorata testamentaria: Pilatos y Cia.

(En fin, gana el que consiga primero la biografía de FF escrita por Joan Ungersma Halperin, Félix Fénéon: Aesthete and Anarchist in Fin–de–Siècle Paris, Yale, 1988.)

Tal parece, según los testimonios de entonces y los recabados después, que FF puso aquella bomba, lo cual, como lo dije arriba, arrojaría mucha pólvora sobre su escritura. Es decir, que esas noticias de crímenes, de accidentes, de asesinatos, de suicidios, serán leídas como una denuncia del mundo moderno, una anticipación del fin de la historia o del dominio totalitario, que sé yo. O le echarán los exégetas la culpa a la Ilustración. Yo también lo he hecho y sigo tan campante. Y al resultar un terrorista belle êpoque, de esos que al preguntarse si debían volar o no vehículos con niños a bordo, más bien se graduaban para alternar con María Casares en alguna obra de Camus, FF adquiere un encanto académico. Un anarquista que dejaba tuertos a sus compadres en el café. Lo que escribió años después FF en Le Matin y que pasando por la bendición de Jean Paulhan y de Gallimard ha llegado a la editorial del NYRB, será leído como una explicación estilística y alegórica. Nada mal para un escritor olvidado. Y como creo que todos los escritores (los grandes–menores y los menores–grandes junto con los grandes–grandes pero no los menores–menores) se van al cielo, FF debe estar muy satisfecho viendo el perfecto derrotero de su posteridad. Yo doy por cerrada, con nostalgia, mi miniépoca Félix Fénéon, que hubiera querido que durase una minificción pero se prolongó cuatro páginas

– Christopher Domínguez Michael

PD. No es la primera vez que en Letras Libres nos ocupamos

de Félix Fénéon. Ya lo había hecho, ofreciéndonos, una estupenda

selección y traducción, Vicente Molina Foix en 2003.

Retrato de Félix Fénéon (Paul Signac)

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es editor de Letras Libres. En 2020, El Colegio Nacional publicó sus Ensayos reunidos 1984-1998 y las Ediciones de la Universidad Diego Portales, Ateos, esnobs y otras ruinas, en Santiago de Chile


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