UNA FOTO
(José Luis Martínez, 1918-2007)
Teníamos que fotografiar a José Luis Martínez para acompañar un texto que íbamos a publicar en Letras Libres. Nuestro fotógrafo de cabecera (además de amigazo, artista, asesor y cómplice) era Pablo Ortiz Monasterio, y yo le dije que lo acompañaba como ayudante, cargador, esclavo o lo que fuera: quería conocer la legendaria biblioteca del gran historiador de las letras mexicanas. No sabía yo que su casa, toda, era la biblioteca, que cada uno de sus tres pisos estaba tapizado de libros de arriba abajo, que muchas de las estanterías contenían dos y hasta tres hileras de primeras ediciones, ejemplares intonsos, libros dedicados por todo el mundo, rarezas, documentos cortesianos, infolios y un invaluable etcétera.
Nos recibió amablemente y de inmediato nos hizo, orgulloso, una visita guiada por su casa-biblioteca que haría las delicias de un Alberto Manguel. Después pasamos a la sesión de fotos y nos topamos con un problema: ese viejo venerable, acostumbrado a vivir con las narices adentro de un libro, no sabía posar (o se le había olvidado, porque de joven había sido un galán de armas tomar). No sabía qué hacer con sus manos, y a la hora del click las movía nerviosamente frente a su rostro. Después de varios intentos fallidos, se me ocurrió la estupidez de proponerle que se pusiera una mano encima de la cabeza, emulando un famoso grabado de Julio Ruelas (llamado “La crítica”) en el que aparece un hombre con una alimaña en la cabeza. Se rió, por supuesto no me hizo caso, pero me dijo que me asomara a un cuartito que estaba ahí, escondido entre tanta erudición. Me asomé. “Prenda la luz, abajo a su izquierda”, me dijo el letrado. Al iluminarse el cuartito, apareció frente a mí el mismísimo grabado de Ruelas, con el hombre y la alimaña mirándome fijamente. Pablo se entusiasmó y, sin pedir permiso, me dijo que lo sacara (“Tráitelo”.) Lo pusimos en el escritorio frente a Don José Luis, la crítica frente al crítico, las manos por fin serenadas. Click.
– Julio Trujillo