Todo iba a cambiar. Para siempre. Este mes se cumple un año de la llegada de Syriza al poder en Grecia. El triunfo de Tsipras fue saludado por muchos como el despertar de la izquierda, como la venida redentora que enjugaría las lágrimas de una socialdemocracia secuestrada por el neoliberalismo y liberaría al pueblo de la tiranía de los burócratas europeos.
Después, el mago de la teoría de juegos Varufakis, que había puesto en jaque a la troika, salió del gobierno. Luego Tsipras desoyó el resultado del referéndum sobre las condiciones del rescate financiero, y tragó con las más duras exigencias de Bruselas. Subió el IVA y los impuestos indirectos, recortó el gasto militar e impulsó privatizaciones. Más tarde aprobó el mayor recorte a las pensiones que ha conocido Europa. Y ahora trata de negociar un nuevo rescate para Grecia con la participación del FMI.
Tsipras ha hecho exactamente lo opuesto a lo que prometió, incumpliendo punto por punto el mandato popular que los griegos le habían dado. Todo iba a cambiar. Pero no cambió nada. Sin embargo, su popularidad se mantiene alta.
Todo iba a cambiar. Para siempre. En mayo se cumplirá un año de la llegada de Ahora Madrid al ayuntamiento de Madrid. La investidura de Carmena fue saludada por muchos como el despertar de la izquierda, como la venida redentora que enjugaría las lágrimas de una ciudadanía secuestrada por la derecha y llevaría a la gente normal a las instituciones.
Después, la nueva alcaldesa reconoció que no podía paralizar los desahucios, que solo podía aspirar a prevenirlos. Luego, admitió que tampoco tenía competencias para garantizar el acceso sanitario a todo el mundo. Más tarde se felicitó por pagar la deuda, que antes había sido un corsé vulnerador de derechos. Ahora ha revelado que no puede acabar con los Expedientes de Regulación Temporal de Empleo (ERTE) aplicados por las contratas de limpieza, y la ciudad está tan sucia como siempre.
Los madrileños no perciben una diferencia sustancial entre aquel Madrid apocalíptico de Botella que dibujó la nueva izquierda y este otro que corre a su cargo. Todo iba a cambiar. Pero cambió poco. Sin embargo, la popularidad de Carmena sigue siendo alta.
Todo iba a cambiar. Para siempre. En diciembre se cumplieron cien días de la elección de Jeremy Corbyn como líder del partido laborista británico. El triunfo del candidato izquierdista fue saludado por muchos como el despertar de la izquierda, como la venida redentora que enjugaría las lágrimas de una ciudadanía secuestrada por los mercados financieros y daría un impulso social a la Unión Europea.
Después, nos presentó a sus amigos de Hamas y Hezbolá y habló de las víctimas del “antiterrorismo”. Luego, su ministro de economía en la sombra se presentó en el parlamento británico con el Libro Rojo de Mao para citar al Gran Timonel. También lamentó no poder viajar al pasado para matar a Thatcher, y señaló la gran “valentía” del IRA. Más tarde, Corbyn propuso el desarme nuclear unilateral de Reino Unido. Ahora anda metido en jardines con la corona y las Malvinas.
Hoy nadie cree que Jeremy Corbyn pueda ganar unas elecciones, y la única duda es cuándo será derribado por el aparato del partido laborista. Todo iba a cambiar. Pero nada cambiará. Sin embargo, la popularidad de Corbyn entre la izquierda española sigue siendo alta.
Estos tres ejemplos ilustran que lo que muchos han llamado la rendición de la socialdemocracia no es sino la confrontación de la política con la realidad. También sirven para demostrar que los caminos de la disonancia cognitiva son inescrutables: solo así se entiende que la popularidad de ciertos actores de izquierda se mantenga tras el encontronazo de sus expectativas con el límite de lo posible.
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Aurora Nacarino-Brabo (Madrid, 1987) ha trabajado como periodista, politóloga y editora. Es diputada del Partido Popular desde julio de 2023.