La novela punk de Maiakovski

Prohibido entrar sin pantalones, novela del zerezano Juan Bonilla presenta a un Maiakovski gamberro, azotado, gandalla. 
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Algunos necesitamos, a veces, una sacudida recordatoria de que ya no estamos en el siglo XX y que hay otra manera de narrar sus historias sombrías y brillantes. Esa temblorina me provocó la lectura de Prohibido entrar sin pantalones (Seix Barral, 2013), la novela que el xerezano Juan Bonilla (1966) le dedicó al poeta Vladimir Maiakovski –primero futurista ruso, luego poeta soviético, finalmente suicida. A los mexicanos que alcanzamos a educarnos entre los vestigios del bolchevismo, Maiakovski (1893–1930) nos recuerda a una perorata célebre de José Revueltas, quien le rogó a las altas potestades del materialismo histórico y dialéctico, un remedio para que “no volviera a suicidarse Maiakovski”. Lo cual quería decir que bajo la dictadura del proletariado hubiera debido imperar  esa libertad artística cuya ausencia provocó el suicidio del autor de La nube en pantalones (1915). Cuando el poeta Maiakovski  empezó a sentir que se le veía encima el realismo socialista, con su mojigatería, decidió matarse.

Esa era la versión de Revueltas y la que yo heredé. La de Bonilla, que con Prohibido entrar sin pantalones, ganó la I Bienal de Novela Mario Vargas Llosa convocada en Lima, es otra. No es que en esta novela cuidadosamente documentada se ofrezca otro desenlace al destino de Maiakovski sino que el orden de los factores altera el producto. O lo alteró para mí. El Maiakovski de Bonilla es, como dirían los peninsulares, un gamberro, y como se decía en México, un azotado, un atacado, un gandalla. Aunque la vida de este rebelde sin causa (es decir, creía tener todas las razones del mundo para rebelarse y al final, quedándose sin causa, se mató) transcurrió entre el zarismo y el sovietismo, durante la Revolución rusa, en cualquier otra sociedad, se hubiese, fatalmente, rebelado. Bonilla lo ha convertido en un anti-heróe punk sin necesidad de cambiar gran cosa de su biografía. Su periplo se confunde, por qué no, con el de Sid Vicious o con alguna otra estrella declinante, autodestructiva y fugaz del rock.

Los ires y venires de Maiakovski entre la poesía y la política, sus esfuerzos por seguir siendo ferozmente antiburgués en una sociedad cuya impredecible novedad era la imposición totalitaria de todas las convenciones y de todos los conformismos, es la materia de Prohibido entrar sin pantalones. Pero el narrador español, a diferencia de lo que yo hubiera hecho en el muy hipotético caso de que alguien me obligase a escribir una novela sobre Maiakovski, no se permite juzgar al poeta ni al comunismo soviético. Siguiendo el sabio consejo de Chéjov, Bonilla no nos cuenta por qué unos ladrones se roban los caballos, sino cómo lo hacen.

Esa distancia en el punto de vista es la gran virtud de Prohibido entrar sin pantalones y por ello la ambigüedad sembrada en el lector es una acertada conquista artística. Ofrezco como muestra esa estampa del Maiakovski de los últimos días: “No, no era un adolescente. Era algo peor aún. Un viejo, o mejor dicho, el mismo chaval de dentadura podrida y energía inacabable en el cuerpo cansado de quien ha recorrido más mundo del que necesita ver y se ha metido en más negocios de los que necesita cursar. Las noches eran largas, interminables. Y le dolían todos los miembros del cuerpo. Sobre todo la espalda. Un mordisco en el hueso sacro extendía un dolor desagradable a lo largo de su pierna izquierda, quemándole la cara externa del muslo y descendiendo precipitadamente hacia el tobillo. Una hernia, es sólo una hernia. Lo mejor era ir al médico. Trató durante la consulta de recuperar su talento para aquellos ante los que estaban se transparentasen, pero no. Vio que el doctor también le esperaba un campo de concentración. Lo vio enflaquecido y derrumbado preguntándose por qué en una celda mohosa, sin que le valiera de nada que les dijera a los carceleros, para que le tratasen con dignidad: yo fui el médico del poeta Maiakovski”.

La vida entera de Maiakovski cabe en esta novela, lo cual no siempre se puede decir de una época como la nuestra donde el biopic ha invadido la literatura y parece que lo más fácil es hacer novela biográfica o biografías noveladas. Contra ese culto a lo real, contra la superstición documental cabría decir que en Prohibido entrar sin pantalones todo está tan bien contado que parece no haber sucedido nunca: el trío entre Vladimir y el matrimonio Brik, los viajes del poeta a Nueva York y a México, los retratos de Trotski, el intelectual convertido en generalísimo, la transformación de Gorki de perseguido en perseguidor, lo cercanas que estaban, en aquellos años veinte del siglo pasado, la policía secreta y la poesía de vanguardia.

Pero no sé si me atreveré a releer a Maiakovski, sobre todo porque tras la novela de Bonilla y una vez que estaba a punto de hacerlo, me topé, casualmente, con un comentario del poeta Gerardo Deniz, en la vieja revista Plural, de marzo de 1972, donde tras cumplir con la encomienda de traducir al ruso, declaró: “El presente traductor no puede quedarse sin declarar que en su opinión Maiakovski es imprescindible en cualquier antología que aspire a incluir lo peor que ha sido escrito en lo que va del siglo. Ya es decir algo. Como había en Maiakovski madera para tres o cuatro poetas malos, consiguió ser catastrófico. Quizá no sea éste el modo de presentar un par de poemas, pero dicen que decir la verdad es bueno y desahogarse de vez en cuando también ”.

Creo que por lo pronto me quedaré tan sólo con Prohibido entrar sin pantalones, de Juan Bonilla. Si se espera de mí que recomiende novelas, la recomiendo con entusiasmo. A José Revueltas, ya lo creo, quizá lo hubiera convencido de que en cualquier circunstancia a Maiakovski no le quedaba otro remedio que suicidarse.

(Publicado previamente en el periódico Reforma)

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es editor de Letras Libres. En 2020, El Colegio Nacional publicó sus Ensayos reunidos 1984-1998 y las Ediciones de la Universidad Diego Portales, Ateos, esnobs y otras ruinas, en Santiago de Chile


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