Las manos atadas de Pemex

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El “puente” de principios de mayo nos regaló la imagen perfecta de la crisis que enfrenta Pemex: el mandamás del sindicato petrolero mexicano, Carlos Romero Deschamps, paseando por Las Vegas con un reloj de oro macizo, valuado en un millón de pesos. Todo sonrisas, todo ostentación. El alarde vergonzoso de Romero Deschamps se quedaría sólo en el terreno de lo ridículo de no ser porque, exactamente al mismo tiempo en que el líder sindical jugaba con fichas de gran apostador en Nevada, la industria petrolera se reunía en Houston para discutir los últimos descubrimientos en la exploración y explotación en aguas profundas y someras. Ahí estuve junto con un pequeño grupo de compañeros periodistas.

En el salón de exposiciones del Reliant Center no había un metro desocupado. Aquello era un frenesí sin pausa, con todas las empresas de servicio imaginables —de exploración, explotación y transportación mar adentro— tratando de atraer la inversión de otras compañías, privadas o estatales. Aunque en México la vida empresarial parece provocar más urticaria que entusiasmo, no imagino cómo alguien con un mínimo de criterio pudiera presenciar la Offshore Technology Conference sin admirar lo que ahí ocurre. Esta es, en la práctica, la vida en el primer mundo; donde la obsesión de todos los involucrados es lo que Stephen Covey, el gurú estadounidense de la cultura de negocios, llama “ganar-ganar”: el beneficio mutuo de los involucrados.

La primera visita fue al enorme espacio ocupado por Petrobras. Me llamó la atención la sonrisa unánime de los representantes de la empresa brasileña. Razones les sobran. Gracias a las complicadas pero necesarias reformas que implementaron hace ya más de una década, Petrobras se ha convertido en una compañía de primer mundo. “Perdimos el monopolio pero ganamos muchos socios”, me dijo Sergio Gabrielli, presidente de Petrobras. Una de esas sociedades, con Repsol, le acaba de rendir extraordinarios dividendos a Petrobras y al pueblo brasileño: el descubrimiento, hace un mes, del campo de exploración conocido como Carioca (en aguas profundas), que podría contener más de 33 mil millones de barriles de crudo, una cantidad tan extraordinaria que podría modificar el equilibrio geopolítico. Cuando le pedimos su opinión sobre lo que ocurre en México, Gabrielli optó por la discreción: “No voy a hablar de México, esa es una decisión de los mexicanos”. Unos minutos después, Izeusse Braga, director de Comunicaciones Internacionales de la empresa brasileña, fue más contundente. Sus opiniones sobre Pemex revelan una evidente impaciencia y frustración. De acuerdo con Braga, México necesita con urgencia evaluar su empresa petrolera no como una entelequia —“una diosa intocable”, como de manera memorable describiera el presidente Lula a Pemex— sino como una empresa que necesita ajustarse para seguir creciendo. ¿La solución? “Que se salgan los políticos”, recomienda Braga de inmediato: “No saben nada de esto, esto es un negocio. Que aprendan de nosotros: es más barato aprender de los errores de los demás.”

Un par de horas más tarde visité el área de exposiciones de la compañía noruega BW Offshore. BW es una de las muestras más claras de a qué grado tiene razón Izeusse Braga. Después de ganar un contrato con Pemex el año pasado, BW opera, con talento mexicano, el buque de producción, almacenamiento y descarga “Señor del Mar” en la reserva de Ku-Maloob-Zaap. La historia de la colaboración entre Pemex y BW es significativa: una empresa privada de altos vuelos es contratada por una compañía estatal para modernizar sus procesos de extracción y almacenaje; un ingeniero noruego se encarga de operar y, paulatinamente, reclutar mano de obra local y, al poco tiempo, convierte al proyecto conjunto en una máquina de hacer dinero para Petróleos Mexicanos. ¿En qué riesgo financiero incurre Petróleos Mexicanos? Ninguno. ¿Qué porcentaje de la renta petrolera se entregó a los noruegos? Cero. ¿Cuántas gotas de petróleo se llevan a Noruega? Ni una. Se trata sólo de un proyecto empresarial que hace sentido para todos los involucrados.

Como éste, Pemex podría establecer numerosos contratos. Otra empresa noruega (concentrémonos en los escandinavos, que no tienen la carga cultural de esos legendarios vampiros de la mexicanidad, los españoles, reconocida por su capacidad para la innovación industrial), es Aker. La compañía tiene poco menos de 30 mil empleados en todo el planeta y comprende diez actividades, concentradas espacialmente en la producción, transportación y transporte de crudo. En palabras de la gente de Aker, México es un mercado con enorme potencial, pero una escasa capacidad de ejecución. Y es una pena, porque Aker podría, de contratarse con Pemex, ayudar en al menos dos áreas fundamentales para el futuro de nuestra empresa: reactivación de pozos en declinación y exploración en aguas profundas. A través de Aker Oilfield Services, los noruegos podrían reexplorar el considerable porcentaje de pozos que Pemex ha dejado en el olvido. El riesgo, por supuesto, lo correría Aker. Lo mismo se puede decir de la exploración en aguas profundas. Aker no vende esa tecnología (¿y por qué habría de hacerlo, cuando ha invertido cantidades enloquecidas para descubrir las más de tres mil patentes con las que ahora cuenta?), pero está lista para establecer contratos por desempeño o, si Pemex prefiere, contratos en efectivo sin tomar en cuenta riesgos o rendimientos. Esto último, nos explican ellos mismos, no convendría a Pemex. El cálculo del riesgo es fundamental, aunque sea poco entendido en México. Cualquiera que tenga un mínimo sentido práctico sabe que es mejor que otros corran los riesgos en un proyecto de resultado incierto. Sólo nuestros políticos, enamorados de sus obsesiones atávicas y sus proyectos personales, ignoran esta verdad incontrovertible.

Después de escuchar a los representantes de Aker Solutions, decidí recorrer la exposición entera. Mi intención era encontrar el espacio contratado por Pemex. Esperaba hallar un grupo de ingenieros mexicanos analizando nuevas opciones tecnológicas, relacionándose con sus colegas, consolidando el lugar de Petróleos Mexicanos en el siglo XXI. Por desgracia, Pemex decidió no contratar ni un centímetro en el encuentro tecnológico, sólo Jesús Reyes Heroles estuvo en Houston para dictar una conferencia sobre —¿qué más?— los problemas de la empresa. Al resto de los empleados de Petróleos Mexicanos hay que entenderlos. Después de todo, alguien tiene que atender el sufrido changarro para financiar los relojes de Romero Deschamps.

– León Krauze

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(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.


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