Las primeras películas fueron brevísimas, y descriptivas más que narrativas. El título y las imágenes decían todo: Escena en el jardín de Roundhay (1888) de Le Prince, Estornudo de Fred Ott (1894) de Dickinson, Salida [del personal] de la fábrica Lumière en Lyon (1895) de los hermanos Lumière, Cabalgata del general Porfirio Díaz en Chapultepec (1896) de enviados de los Lumière.
Pero las imágenes no bastaban para una película más larga, todavía muda. El cine narrativo tuvo que inventar las interrupciones con textos explicativos que llenaban la pantalla. Aunque se diga lo contrario, unas cuantas palabras dicen más que mil imágenes.
Los intentos de sonorizar el cine empezaron con Edison (inventor del fonógrafo). Pero ¿cómo sincronizar los labios que se veían hablando con las palabras que se escuchaban? En los años veinte, se encontró la solución: grabar el sonido y las imágenes en franjas paralelas del celuloide. En los treinta, el cine mudo prácticamente desapareció.
El cine sonoro creó oportunidades para los cantantes, las comedias musicales y los actores fonogénicos, no solo fotogénicos. También para el desarrollo del cine en otras lenguas, porque (sin proponérselo) creó una barrera proteccionista. La época de oro del cine mexicano surge entonces con películas como Santa (1932), El compadre Mendoza (1933), La mujer del puerto (1934), Vámonos con Pancho Villa (1935) y Allá en el rancho grande (1936).
El cine mudo había tenido un mercado universal. El mercado de las películas sonoras en inglés, aunque inmenso por la extensión internacional del idioma, fue menor. Para aumentar su penetración, se inventaron los subtítulos que traducían los diálogos. Con una limitación: el público analfabeto. Para superarla, se inventó el doblaje.
A los productores, actores y sindicatos nacionales no les hizo gracia el doblaje. El público capaz de entender una película hablada en inglés era pequeño. El capaz de leer los subtítulos en español era más amplio, pero incomparablemente menor que el gran público, que no sabía leer y ahora disponía de películas extranjeras en español.
Hubo presiones para prohibir la importación de películas dobladas, alegando la protección de la cultura nacional y el absurdo de escuchar a los artistas de Hollywood hablar en madrileño. Todavía hoy, la Ley Federal de Cinematografía (artículo 8) permite el doblaje de películas “para el público infantil” y “documentales educativos”. Las demás “serán exhibidas al público en su versión original y, en su caso, subtituladas”.
Una salida fue hacer el doblaje en México, con tanto éxito que (paradójicamente para el alegato nacionalista) acabó exportándose. Carlos David Ortigoza, locutor de la xew, fue contratado en 1944 en los Estados Unidos para doblar a Gregory Peck. Con esa experiencia, montó en México un gran estudio de doblaje, que alguna vez visité.
La película se doblaba por escenas muy cortas con una traducción que cuidaba no solo la concordancia de significados sino de tiempos de duración (principiar y terminar la dicción al mismo tiempo que en inglés) y hasta detalles prosódicos (las consonantes explosivas son visibles en los labios que pronuncian people, y se ve lo mismo al pronunciar pueblo, pero no gente). El doblaje se hacía con actores y directores profesionales que repetían cada fragmento hasta que saliera bien. Tenían a la vista una pantalla donde se proyectaba la escena, sin sonido.
Los subtítulos resurgieron en los Estados Unidos con la televisión, como un servicio al público sordo. A la película hablada en inglés se le pusieron subtítulos en inglés y hasta explicaciones de ruidos significativos, por ejemplo: (Se escucha un tren). Los devedés enriquecieron esta solución con subtítulos en varios idiomas.
Hay otro aprovechamiento de los subtítulos en el mismo idioma. Abundan las personas que entienden más el inglés leído que escuchado. Poder escuchar y leer al mismo tiempo los diálogos refuerza doblemente el conocimiento del inglés: cómo se pronuncia una palabra leída y cómo se escribe la palabra escuchada.
Si las películas mexicanas tuvieran subtítulos en español, se facilitaría el aprendizaje del idioma en los Estados Unidos, donde abundan los interesados en aprender español. Así como hay un fondo para apoyar la traducción de libros mexicanos, pudiera haber un fondo para subtitular en español las películas mexicanas. ~
(Letras Libres, agosto 2015)
(Monterrey, 1934) es poeta y ensayista.