Puro humo

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El lunes 8 de noviembre un helicóptero de la cadena noticiosa CBS filmó un cono de humo que se levantaba sobre el mar a unos kilómetros de la ciudad de Los Ángeles. Al publicar el material informó que la cauda emanaba de un “misil misterioso” y que ninguna de las fuentes militares consultadas pudo dar razón sobre su lanzamiento.

En lugar de disiparse, la estela se expandió hasta ocupar una cantidad considerable de pulgadas y minutos en los medios, así como en internet. Más que la figura en el cielo lo que permanecía era la falta de respuestas. ¿Cómo era posible que hubiera un misil a 50 kilómetros de la segunda ciudad estadounidense y nadie supiera nada? La idea de que ni la CIA, el FBI, o el Pentágono pudieran explicarlo resultaba sumamente inquietante para muchos. ¿Qué era entonces? ¿Un ataque enemigo? Un poco de humo, tamizado por el lente de los medios, pronto se convirtió en una posible amenaza a la seguridad nacional.

Aunque casi inmediatamente surgieron opiniones de que la cauda provenía de un avión normal, para entonces ya se había encendido la mecha de la imaginación paranoica. La nube de combustión dejada en el cielo por uno u otro objeto volador se transformó en una mancha de Rorschach a la cual cada quién podía proyectarle sus obsesiones y miedos, dando la razón al proverbio chino de que dos terceras partes de todo lo que vemos está detrás de nuestros ojos.

Algunos ejemplos que van de lo inquietante a lo divertido son esta nota, o los comentarios en esta página. Dos analistas coincidieron que se trataba de un misil balístico intercontinental disparado desde un submarino sumergido, solo que uno aseguraba que tanto misil y submarino eran estadounidenses, y el otro que eran chinos. Curiosamente una de las teorías conspiratorias sobre los ataques del 11 de septiembre se fundamenta sobre la misma disyuntiva: si el ataque al Pentágono se realizó con un avión o un misil, como lo propone este video.

Es natural que ante la incertidumbre se activen los rumores y las teorías conspiratorias. Estudiosos del rumor lo consideran un recurso de información no verificada que actúa como sistema explicativo, una hipótesis que le concede cierto orden a una realidad ambigua. Por otra parte, Campion Vincent y Renard clasifican a las teorías conspiratorias como expresiones de una subcultura de la disensión intelectual, basadas en la sospecha sistemática y que proliferan ante la ausencia de un enemigo externo claro, lo cual ejemplifican con una declaración de George W. Bush. “Cuando yo era pequeño, el mundo era peligroso, y uno sabía exactamente quiénes eran ellos. Éramos nosotros contra ellos, y era claro quiénes eran ellos. Ahora no estamos tan seguros quiénes son, pero sabemos que están ahí.” Para algunos, ante la incertidumbre cualquier definición del peligro es preferible a ninguna.

En un artículo que sigue la presencia de las teorías conspiratorias en la literatura, Gonzalo Garcés menciona que son una actividad mental imposible de evitar. El hombre, por su pasado evolutivo, es un cazador de tramas y patrones: antaño ante una figura sospechosa era mejor prepararse. Si se trataba de un enemigo ya estaba uno listo, si era un arbusto no perdía demasiado. Aunque este imperativo de la supervivencia parece bastante claro, desde que se inventaron las ciudades se ha convertido en una invitación constante a la paranoia y la distracción.

Lo que hace miles de años podía habernos salvado ahora puede contribuir a perdernos. El cono de humo pertenecía efectivamente a las exhalaciones de un avión, de los cuales en cualquier momento hay decenas de miles en el aire. Sin embargo preferimos ocuparnos de figuras en el cielo y misiles inexistentes que de peligros más reales, como las emisiones de gas carbono.

– Gonzalo Soltero

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(Ciudad de México, 1973) es autor de cinco libros de narrativa. Su libro más reciente es la novela Nada me falta (Textofilia, 2014).


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