Ilustraciรณn: Diego Chacรณn

Un gorila responde

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El gorila, desparramado sobre una piedra, observa el trapeador dentro de la cubeta que olvidรณ el empleado del zoolรณgico. De ser mรกs temprano, de estar frente a un grupo de niรฑos, el gorila los golpearรญa con el trapeador, pero ya es tarde. Ademรกs, hace tiempo que los niรฑos tienen prohibido acercarse a su jaula. Bajo la cubeta, una rama seca. Exhala. Observa el trapeador, la rama seca bajo la cubeta. Exhala. Lento baja de la piedra. Avanza hasta la cubeta, la desliza con la precisiรณn de un viejo que mueve una pieza de ajedrez, toma la rama y regresa a la piedra. Dรญas atrรกs, el gorila lanzรณ esa rama contra un minรบsculo hombre que lo fotografiaba. El hombre tratรณ de vengarse arrojรกndola de nueva cuenta, apenas regresรณ la rama dentro de la jaula. El gorila detesta a los hombres de baja estatura. De ser un anciano, por la calle golpearรญa con su bastรณn a los diminutos, golpearรญa a todos los cortos de estatura sin distinciรณn alguna. Al poco tiempo de entrar al zoolรณgico, le lanzรณ una piedra a un niรฑo, lo descalabrรณ. Hubo, de inmediato, un escรกndalo en la prensa. Los padres del niรฑo, junto con otros padres, exigieron que se colocara una placa en la entrada del zoolรณgico prohibiendo a los niรฑos acercarse a esa jaula. Si fuera un viejo, habrรญa narrado entre risas, una y otra vez, la anรฉcdota del niรฑo herido. Echado en su piedra observa las tres, cuatro jaulas frente a รฉl, al tiempo que mastica la rama. De ser un anciano, de estar con su hijo en un auto estancado en el trรกfico, recordarรญa en voz alta sus historias en esa calle. Esa, la de la rama bajo la cubeta, no le causarรญa gracia a su hijo, pero รฉl, desde el asiento del copiloto, se reirรญa solo. Parpadea. Cada vez mรกs lento parpadea. No percibe movimiento en las otras jaulas. Oscurece. El zoolรณgico estรก vacรญo. Parpadea mรกs lento, mรกs pesado parpadea. Comienza a quedarse dormido, saliva con la rama en la boca, como un abuelo que se queda dormido en el sofรก con las pantuflas puestas.

El empleado del zoolรณgico, desparramado en el sofรก, mira la televisiรณn cuando oye el timbre del telรฉfono. De ser mรกs temprano, balbucearรญa al limpiar una jaula, maldecirรญa a su exmujer, de ser posible le lanzarรญa una piedra, pero esto no pasa por su mente, en realidad la extraรฑa. El timbre suena de nuevo, desea que sea ella. Contesta. Es ella, baja el volumen de la televisiรณn con el control remoto, se acomoda, cambia de postura en el sofรก, como si su voz anticipara que saldrรญa de la cocina secรกndose las manos en la falda, como solรญa hacerlo. Escucha mientras la imagina en una casa mรกs grande, en una cocina mรกs grande, al lado del hombre por el que lo dejรณ. La mujer le avisa que pasarรก al dรญa siguiente por la secadora de cabello, al parecer lo รบnico que olvidรณ en la gaveta del baรฑo. Aprovecharรก la visita, dice, para dejarle las llaves. ร‰l se altera, le reclama el haber olvidado la secadora. Olvidaste mรกs cosas, dice, y le sale un gallo en la รบltima palabra. Ella interrumpe, le pide que se calle, no quiere escucharlo, dice, y cuelga. Sabe que no volverรก a llamar. La conoce, cree conocerla, lo mejor serรญa decir que creรญa conocerla. Ahora se siente como un simio, pero, a diferencia de uno en peligro de extinciรณn, sabe que a diario nacen muchos como รฉl. Imagina, sabe casi con seguridad que el hombre que ahora vive con su mujer es mรกs grande. ร‰l es como cualquier simio. Acaso libre, sรญ, pero un simio como cualquiera. El hombre que estรก al lado de su mujer es acaso como un gorila protegido por el zoolรณgico, atendido por una fundaciรณn, admirado por la prensa, fotografiado por los visitantes. Imagina, sabe casi con seguridad que ese hombre gana mรกs dinero. Entonces, ¿por quรฉ no le compra una secadora nueva, una menos escandalosa, una con mรกs botones de colores? A รฉl le gustaba todo de ella, piensa, todo exceptuando su ocasional copete. Un cilindro de cabellos rรญgidos, estilizados con fijador. De manera que regresarle la secadora contribuye a la conservaciรณn del copete. El hombre que lo sustituye merece conocer los defectos de su exmujer, ese en especial. Aunque su mujer tiene otros defectos, รฉl apenas puede pensar ahora en ese. Asรญ que estรก dispuesto a entregarle la pistola de aire, pero se niega a recibir las llaves. No le gusta la idea. Quisiera pedirle que se quede con las llaves, que, por favor, al menos, que por lo menos se quede con eso. Como un recuerdo, piensa, algo que recuerde todos esos aรฑos juntos. Estรก bien, piensa, que deje las llaves pero que se quede con el llavero, uno que compraron juntos a un vendedor ambulante durante un paseo por el centro de la ciudad. Ese fue un buen domingo, recuerda. De ser un gorila, de poder hacerlo, raptarรญa a su exmujer, treparรญa con ella a la cima de un rascacielos, amenazarรญa con soltarla si no se queda con el llavero, pero no tiene otra salida mรกs que deglutir las decisiones de su exesposa como una banana. Lo mejor es imitarla. No buscarla. No encontrarla, no verla en su departamento, a la maรฑana siguiente. Postrado en el sofรก, planea llegar al trabajo mรกs temprano de lo habitual, regresar al departamento mรกs tarde de lo normal, encontrar las llaves sobre la mesa, desea, sin el llavero. No quiere encontrarla, no quiere verla, no quiere saber mรกs. Sube el volumen de la televisiรณn. En realidad, la extraรฑa.

En la jaula estรก el gorila. El empleado, a la distancia, nota que olvidรณ la cubeta y el trapeador. Corre impulsado por el temor, quiere evitar el destrozo de sus utensilios de trabajo. Al abrir la puerta de la jaula piensa en la llamada de su exmujer, piensa en la secadora de cabello que recogerรก su exmujer, piensa en que lo mejor serรญa haber llegado mรกs temprano. Por fortuna, piensa, el zoolรณgico aรบn no abre sus puertas al pรบblico. El empleado cierra los candados cuando escucha a sus espaldas que la cubeta cae. A unos pasos, el gorila estรก con el trapeador en las manos. Intuye que el gorila cederรก el trapeador, pero no sabe cรณmo acercarse. El gorila, sentado en el piso, juega con las mechas mojadas. El empleado imagina las leyes de la montaรฑa, del hรกbitat del gorila, y le arrebata el trapeador haciendo un rugido que, piensa, se parece al de un simio. El gorila responde con el enojo de un viejo al que le arrebatan su periรณdico, hace justicia y se apodera del trapeador de nueva cuenta. El gorila se levanta, impone distancia con su tamaรฑo, consigue alejar al empleado unos metros. El empleado se dirige, de a poco, hacia la puerta. El gorila comienza a trapear el piso, imita con precisiรณn los movimientos circulares, copia el estilo con el que el empleado asea diariamente la jaula. El empleado sonrรญe, se reconoce en los movimientos del gorila. Cree haber ganado su confianza, se acerca a los barrotes. Mira los cรญrculos de agua que el gorila dibuja con el trapeador. El empleado nota que se desdibujan los primeros cรญrculos hรบmedos en el piso. Se pregunta si el animal de ciento ochenta kilos estรก empeรฑado en limpiar toda la jaula. El empleado le acerca la cubeta al gorila, este remoja el trapeador y continรบa. El empleado estรก seguro de haber ganado la simpatรญa del gorila. Se recarga en los barrotes, recarga un codo sobre una mano, recarga la barbilla sobre la otra mano, desea que alguien los mire, quizรกs un visitante, quizรกs una cรกmara de televisiรณn, cualquier cรกmara serรญa รบtil. Una cรกmara de televisiรณn serรญa ideal. Su exmujer lo reconocerรญa en el noticiario que veรญan por las noches, se enorgullecerรญa de haber compartido tanto tiempo con รฉl, tantas cosas con รฉl, le llamarรญa por telรฉfono para felicitarlo por su labor en el zoolรณgico. Pero sabe que nadie observa la escena, sabe que su exmujer no volverรก a llamar. Parece, mรกs bien, estar al lado de un cรณmplice. Imagina, sabe casi con seguridad que estรก al lado de un compadre, de modo que, desde los barrotes, se cruza de brazos al tiempo que le pregunta: “¿Crees que deberรญa haber una placa en la puerta de mi edificio que prohรญba la entrada a las mujeres?” El gorila responde remojando una, dos, tres veces, el trapeador en la cubeta. ~

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