Esa pequeña píldora anticonceptiva que cumple cincuenta años en el mercado farmacéutico encierra no sólo un cambio social explosivo –una especie de anti-baby boom– sino también varias buenas historias de distintos géneros.
La mecenas
Primero está la del realismo social. Érase una vez una mujer llamada Margaret Sanger, hija de una madre católica irlandesa que tuvo 18 embarazos y 11 hijos. Después de dejar su atestado hogar, Sanger trabajó como enfermera en los barrios marginados de Nueva York. Luego, ella sabía por experiencia que la vida no es como los cuentos de hadas, donde las nupcias triunfales se redondean con aquel eufemismo enigmático: “fueron felices y comieron perdices”. Porque para muchas mujeres el tener pareja sexual significaba más bien dedicarse al embarazo, el parto, y a la crianza de niños durante toda su vida adulta, si es que no se morían en el intento.
Como respondió alguna vez mi abuela cuando sus nietas le preguntamos por qué había tenido tantos hijos: “¿Y qué hubieran recomendado ustedes que hiciera?”
Mi abuela fue de las suertudas: sobrevivió a su propia fertilidad, a diferencia de muchas de sus congéneres, incluyendo a la madre de la propia Sanger. Hay una razón por la cual la literatura decimonónica está poblada de viudos que se enamoran de nanas: porque la muerte de las madres era, pues, un lugar común.
Hasta que Sanger decidió dedicar su vida al descubrimiento y la difusión de alternativas controvertidas que ella bautizaría como “control de natalidad”, y que abarcaban desde el diafragma hasta la eugenesia (aunque después repudiara de esta medida). A sus 70 años ya había juntado 150 mil dólares para fundar una investigación de los laboratorios Syntex aquí, en México, en 1951, que tuvo éxito en su propósito: inventar una receta que desasociaría para siempre el sexo de la reproducción. Este primer derivado de las hormonas sintéticas estrógeno y progestágeno, que impedía la salida del óvulo de los ovarios, se llamaba Enovid, y el mundo –con o sin perdices– nunca sería igual.
Porque desde su concepción la píldora no se trataba únicamente de una liberación sexual, es decir, de tener sexo sin tener hijos. Se trataba más bien de menos hijos, y mejor cuidados. Liberó a ambos géneros para que pudieran dedicarse a algo más que criar a sus vástagos.
Los científicos
Otra buena historia que nace a partir de la píldora –esta vez de “ciencia en la ficción”– es la de Carl Djerassi, un austriaco que emigró en la infancia a Estados Unidos. Después de que participara en el equipo de Syntex en el desarrollo de Enovid, lo cual le ganó no sólo premios sino renombre y un puesto de profesor de química en la Universidad de Stanford, decidió convertirse en escritor. Djerassi se define ahora como autor de poesía, novelas, obras de teatro, autobiografías. Es el inventor no sólo de la píldora sino de un género literario que explora, no de manera futurista sino cotidiana, el impacto de la ciencia en nuestra realidad.
Confiesa, de hecho, en una entrevista filmada que empezó a escribir poesía porque una mujer lo dejó por un profesor de literatura. Celoso, y herido en lo que él describe como su enorme arrogancia de científico, decidió comprobar que él también podía hacer eso. Así que, siguiendo los pasos de su amante, Djerassi dejó la ciencia por la literatura.
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El siguiente miembro del equipo inventor nos brinda la siguiente historia, esta vez con “H” mayúscula: George Rosenkranz era un refugiado húngaro judío, experto en esteroides, que se dirigía rumbo a Ecuador, huyendo de los nazis en Zúrich. Pero se quedó en Cuba después de la entrada intempestiva de Estados Unidos a la segunda guerra mundial. Allí comenzó a experimentar con el uso de vegetales para la producción de cortisona. Fue reclutado por Syntex, que había comenzado a interesarse por las posibilidades de la dioscorea mexicana, también conocida como “cabeza de negro” o “gordolobo”.
Lo demás fue Historia: desde entonces todas nos hemos puesto a tragar camote. Rosenkranz, mientras tanto, sigue viviendo en México y se ha vuelto un jugador de bridge profesional.
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Y de postre nos toca la versión alternativa: todos los miembros del equipo original que inventó Enovid reconocen abiertamente que fue un estudiante mexicano de posgrado, Luis E. Miramontes, quien juntó los elementos necesarios para crear el componente químico clave, noretisterona. No es que no haya recibido el crédito debido junto con sus jefes, Djerassi y Rosenkranz, pero dentro de los medios masivos existe una tendencia preocupante –como suele suceder con los de abajo– de sacarlo de la historia oficial.
El invento
Igual que el tango en Argentina, la píldora fue un invento que tuvo que dar la vuelta por el primer mundo antes de poder volver a casa, porque era considerada demasiado obscena. Desafortunadamente, la Iglesia católica la sigue prohibiendo junto con otros anticonceptivos, declarándola un pecado mortal. Sí, un pecado mortal; es decir, más grave incluso que el aborto.
Ahora que se ha vuelto una cincuentona respetable, a lo mejor ya es hora de que la dejen entrar a misa. ~
(Pierre, EUA, 1969).ย Escritora y artista plรกstica. Es autora, entre otros, de Martรญn Luis Guzmรกn: Entre el รกguila y la serpienteย (Tusquets, 2015) yย A Dozen Sonnets for Different Lovers / Docena de sonetos para amantes distintosย (Ediciones Acapulco, 2015).