Así de sencillo

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O tilo o manzanilla desde hace dos semanas,

cumplidas: puré de papas

(nuevas) par de huevos

duros (clara) agua filtrada

en piedra porosa en vez

de vino, una fruta: un

pedazo de pan integral

(artesanal) la naranja de

tamaño mediano, la

manzana asada, el

plátano manzano de

las islas.

 

Eliminados los lácteos, azúcares, carne roja, y

la gallina que puede

volver a su estúpida

condición apenas

volátil: nada de

bebidas espirituosas,

refrescos nunca, café

sólo de mañana en

taza tamaño medio:

pez una vez por semana,

legumbres todos los días,

ensalada verde tres veces

cada diez días, ya es

acopio: medio turrón a

compartir con Guadalupe

una vez al mes. Afeitarme

y ducharme un día sí y

otro no, limpiarme los

fondillos con agua de la

pila tras la defecación

(mejor para el culo y

para el bolsillo). No

volver, en años, a

comprar ropa. Reducir

al mínimo la ingestión

de vitaminas (una múltiple

y una C, ésta por si me

hago marino para combatir

el escorbuto). Pelarme al

rape cada mes y medio,

nada de champú ni de

suavizante, no usar

desodorante, y en vez

del costoso Listerine

para el lavado bucal, agua

oxigenada. Retrasar los

pagos en todo lo posible.

Y no hacer nada que no

deje un rédito por pequeño

que sea.

 

Un envilecimiento generalizado las grasas.

 

Identificar todas las supersticiones modernas que le

abren un hueco al presupuesto,

eliminarlas (tajante) tomar por

ejemplo manzanilla a diario

en vez de los antiácidos que

cuestan un ojo de la cara más

un riñón, y destrozan el sistema

urinario y digestivo: fuck Merck.

 

Sentado en cama comiendo unos puñados de maní

que he ido descascarando

a mano, combato el poder

armamentista, la industria

del enlatado: las pequeñas

acciones, cual un germen

invisible, una espora asesina,

acabarán por minar al sistema.

 

De lo poco íntegro que por ahí queda (a contracorriente)

exaltar la taza caliente de tilo,

la portañuela desabrochada

del anciano sentado a la

mesa o en un parque público,

el anciano ya no se percata

de su elegante desaliño: está

pelando un segundo plátano

manzano, y el día a la una

precisa le lleva temblón a

la boca la sombra de una

guanábana: un alimento

que otrora sustentara en

su mente monasterios,

refectorios, música

gregoriana, bestiarios y

emblemáticas figuras,

partituras complicadas,

Libros de Horas: fue

asiduo y por ende, feliz.

El haz de luz que renueva

el henil, es de propia (ida)

construcción. Y quiebra

panes ácidos recién salidos

de las tahonas de Jerusalén.

Boronas de los hórreos que

una vez contempló en Galicia.

Brotan de sus aguados ojos

estanques de piedra oriunda

(toda piedra lo es) donde hasta

hace poco se sentaba, capa de

hule, sombrero puntiagudo de

bambú, a leer a Wang Wei,

mirar láminas de sus cuadros,

a coger (librea, pescante,

postillón y castillos en el

aire) las carpas de los

chinos, de las mesas

ortodoxas de los judíos,

y de los mares (bahías)

(ensenadas) de su

juventud, sacar a

puñados el pececillo

nacional denominado

majúa. ~

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