Castro, principio del fin

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Programa Todos Cubanos
Oswaldo JosƩ PayƔ SardiƱas

El domingo 9 de julio salimos de la casa, mi esposa, nuestros tres hijos y yo, apurados, para llegar temprano a la Iglesia del Cerro, a la que vamos desde siempre, no importa si ha habido persecuciĆ³n, miradas agresivas, burlas, vigilancia o indiferencia. Mis dos hijos varones siempre se adelantan en bicicleta, para llegar antes y ponerse las albas de prisa para alcanzar al sacerdote que ya sale para la misa sonriendo, pero mirando de reojo a los monaguillos impuntuales. Mis tres hijos son la cuarta generaciĆ³n de mi familia en esa comunidad cristiana.

Al regresar de la iglesia vimos cĆ³mo frente a mi casa y la de mis padres y la de mis tĆ­os, todas en los alrededores del Parque Manila, en el humilde Barrio habanero del Cerro, las autoridades habĆ­an colocado altavoces y situado a decenas de “ciudadanos”. Estaban allĆ­ policĆ­as uniformados, connotados colaboradores-delatores de la zona y agentes de Seguridad. DespuĆ©s supimos que muchos militantes del Partido Comunista eran los “espontĆ”neos” congregados. La mayorĆ­a tenĆ­an brochas en las manos, otros tenĆ­an pinceles y pintaban aceleradamente carteles. Cuando yo pasaba frente a ellos (y lo hice varias veces) me seƱalaban y decĆ­an Ć©se es PayĆ”, no con mucho cariƱo, por cierto, y algunos me tomaban fotos en forma provocadora. Parece que el gobierno decidiĆ³ trasladar la guerra de carteles desde los alrededores de la Embajada de los Estados Unidos en La Habana, a mi humilde casa, tratando de intimidar a mi familia y al barrio. Colocaron un cuadro, con caricaturas del presidente Bush y un gusano y, muy cerca, pintaron dos letreros de grandes dimensiones que dicen respectivamente: “En una plaza sitiada la disidencia es traiciĆ³n” y “Socialismo o muerte”. Veredicto y sentencia. Mentira y muerte.

Ɖstos son los recursos del terror, en el mismo estilo, de fascistas y comunistas. En eso son iguales los pogromos contra los judĆ­os y los “actos de repudio” o las “ferias del terror” contra los disidentes. No pedirĆ© disculpas por hablar asĆ­, aunque sĆ© que en ciertos ambientes artĆ­sticos, polĆ­ticos e intelectuales es de mal gusto hablar del terror y los crĆ­menes del comunismo. QuizĆ”s por eso, el monumento de Praga a las vĆ­ctimas del comunismo es tan modesto y pequeƱo. Yo creo que la sencillez de ese monumento es una protesta a la hipocresĆ­a y a la moral hemiplĆ©jica de un mundo que no quiere reconocer que las injusticias no se deben considerar por los colores del verdugo o de la vĆ­ctima, sino por el dolor humano que causan. Los pueblos necesitan del perdĆ³n, como camino de reconciliaciĆ³n, y Ć©sta no se lograrĆ” sepultando una parte de la verdad. Pero, se me olvidaba, que Ć©se tampoco es el tema de este artĆ­culo.

La fecha de esta “feria” de carteles y cuadros instalados en los alrededores de mi casa, coincide con el quince aniversario de otro pogromo. El 11 de julio del 1991, mi esposa y yo tenĆ­amos sĆ³lo dos hijos nacidos, el tercero estaba en camino. HabĆ­amos convocado a los ciudadanos para que fueran a mi pequeƱa casa para apoyar, con sus firmas, un proyecto de DiĆ”logo Nacional que Ć­bamos a presentar a la Asamblea Nacional del Poder Popular, apoyĆ”ndonos en el ArtĆ­culo 88 de la ConstituciĆ³n. ProponĆ­amos una vĆ­a pacifica, reconciliadora y cubana para los cambios que Cuba necesitaba tal como los necesita ahora. Una turba organizada y trasportada por la Seguridad del Estado realizĆ³ un “acto de repudio”. Asaltaron mi casita, destruyeron muebles, robaron las firmas ciudadanas, voltearon camas, rompieron armarios y finalmente pintaron letreros con pintura negra en la fachada: “PayĆ” Gusano” “PayĆ” agente de la CIA” y “Viva Fidel”. AsĆ­ se mantuvo mi fachada durante unos siete aƱos.

Es posible que la feria del 10 de julio del 2006 celebrara la “valiente gesta” realizada contra mi hogar el 11 de julio del 1991. Aquella vez fue contra el Proyecto del DiĆ”logo Nacional. DespuĆ©s, en el aƱo 2002, cuando entregamos el Proyecto Varela apoyados en 11,020 firmas de ciudadanos, el gobierno convocĆ³ a una ridĆ­cula y forzada recogida de firmas para cambiar la ConstituciĆ³n, pegĆ”ndole frases que establecen como “irrevocable” al sistema polĆ­tico, social y econĆ³mico que rige en Cuba, sentenciando asĆ­ a los cubanos a vivir eternamente sin derechos. SĆ³lo unos meses despuĆ©s, en marzo del 2003, la Seguridad del Estado detuvo y sentenciĆ³ a altas condenas, en juicios sumarios, a decenas de lĆ­deres del Proyecto Varela y a otros disidentes y periodistas. AĆŗn cumplen prisiĆ³n injusta y son sometidos a trato cruel, sĆ³lo por defender los Derechos Humanos. El 10 de mayo de este aƱo 2006, proclamamos el programa Todos Cubanos, despuĆ©s de realizar un diĆ”logo en el que participaron miles de cubanos.

El gobierno ahora reprime y amenaza a nuestros activistas y despliega sus carteles, aprovechando el argumento que le ofrece un informe de una ComisiĆ³n del Gobierno de los Estados Unidos, sobre una posible transiciĆ³n en Cuba. Es paradĆ³jico que nuestro Movimiento no ha estado de acuerdo con esta ComisiĆ³n y ni con la realizaciĆ³n de este informe, y sin embargo el gobierno cubano nos reprime a nosotros, hablando pĆŗblicamente del informe norteamericano, pero sin decir una palabra sobre nuestro programa Todos Cubanos. ¿Por quĆ©? Porque este programa Todos Cubanos, para lograr los cambios pacĆ­ficos, producido en Cuba y entre cubanos, propone un referendo, para que en un ambiente de reconciliaciĆ³n, se institucionalicen los derechos humanos, se conserven la salud y educaciĆ³n gratuitas, se les respeten a los cubanos los derechos econĆ³micos y sociales y no se les excluya en su propio paĆ­s. Que se transformen las leyes para establecer un Estado de derecho. Todo esto, sin intervenciones extranjeras y sin corrimientos hacia ningĆŗn extremo de capitalismo salvaje, y sin piƱatas como las ocurridas en Rusia y en Nicaragua.

Es decir, el programa Todos Cubanos propone el proceso que quisieran todos los cubanos, una verdadera alternativa pacĆ­fica en medio de tantas sentencias sobre el pueblo de Cuba y de tantos presagios de sucesiones, continuismos, caos, intervenciones y confrontaciones. No se puede ocultar, porque es pĆŗblico y notorio, que un reducido sector de cubanos, que no representa la mayorĆ­a del exilio, usa su poder desde Miami para silenciar este programa Todos Cubanos, y restar apoyo y solidaridad en el mundo a todos nuestros esfuerzos, tal como lo hizo contra el Proyecto Varela. Este fuego cruzado contra nosotros es contra las posibilidades de un cambio pacifico en Cuba, especialmente ahora que el gobierno parece querer cerrar las puertas del futuro, aumentando asĆ­ el peligro para Cuba.

Sabemos que la mayorƭa de los cubanos, cuando vayan conociendo el programa Todos Cubanos, lo apoyarƔn. El gobierno que nos persigue y los otros que nos boicotean tambiƩn lo saben. Mientras unos tratan de ahogarnos con terror y carteles y otros con su silenciamiento, seguiremos sembrando la esperanza y construyendo la posibilidad de un cambio pacifico. Y Ʃste es el tema del artƭculo, el de la esperanza para Cuba. Por sembrar esa esperanza permanecen injustamente en la cƔrcel centenares de cubanos.

En cuanto a la situaciĆ³n que se vive en estos dĆ­as, tras conocer que ha habido una transmisiĆ³n temporal de poder, consideramos que es un asunto serio, pero no debe llevarnos a la especulaciĆ³n. Y mucho menos debe ser usado para provocar que el orden y la serenidad sean alterados. Hacemos un llamamiento a la calma y de apoyo para evitar un escenario de violencia. Sobre la eventualidad de un cambio democrĆ”tico en Cuba, decimos que este proceso debe ser conducido por los propios cubanos.

En estas fechas veraniegas muchos visitantes extranjeros –inclusive polĆ­ticos y otras personalidades– llegaran a la Isla. OjalĆ” que esta vez no sea como tantas otras, en las que esos “ilustres vi-sitantes” se mueven, dentro del programa oficial, entre palacios, casas de protocolo, balnearios y actos preparados para que se aplauda mucho y hasta lloren de emociĆ³n. Es como si quisieran sentir el placer morboso de poderse parar frente a una multitud que puede aplaudir y gritar consignas, pero no votar ni decidir libremente. AlgĆŗn dĆ­a esas multitudes darĆ”n gritos de liberaciĆ³n. Los sentimientos verdaderos de la mayorĆ­a que forma esas multitudes, y de la mayorĆ­a de los cubanos, no se manifestarĆ” hasta un dĆ­a, en esas plazas y esos actos, sino en los barrios marginales y poblaciones rurales, hambrientas y llenas de pobreza, en las iglesias, en los camiones atestados de personas que son transportadas como ganado, en los bordes de las carreteras, exhaustos de esperar, en las calles de las ciudades mirando hacia los lados por si los estĆ”n vigilando, en las cĆ”rceles donde la crueldad se aplica sobre presos polĆ­ticos y comunes.

OjalĆ”, por el bien de ellos, que estos visitantes tengan el valor de acercarse a la Cuba real.

En nada ayudan al pueblo cubano los que justifican la opresiĆ³n, o los que niegan el camino del diĆ”logo y la reconciliaciĆ³n para lograr los cambios hacia la democracia que Cuba quiere y necesita.

 

Mirando el panorama mundial, de guerras y tensiones, pregunto: Si antes de estallar los conflictos sangrientos y los que llenan de calamidad a las comunidades humanas, en vez de optar por una u otra parte, todos optĆ”ramos por ser puentes de diĆ”logo sincero y de entendimiento para buscar soluciones justas: el resultado, ¿serĆ­a la guerra o la paz? Todos tenemos la responsabilidad de optar por ser puentes de diĆ”logo hacia la paz.

Y yo pregunto: ¿Se levantarĆ”n voces entre los ciudadanos del mundo para pedir la libertad de los prisioneros polĆ­ticos cubanos, y para apoyar el camino de la reconciliaciĆ³n y la paz hacia la libertad, que quiere recorrer el pueblo de Cuba? ~

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Cuba seguirĆ” enloqueciendo
a Estados Unidos

MoisƩs Naƭm

Mientras el bloqueo estadounidense siga impidiendo prĆ”cticamente cualquier interacciĆ³n con Cuba, Estados Unidos no tendrĆ” ninguna influencia real en la isla y Hugo ChĆ”vez seguirĆ” siendo el personaje mĆ”s influyente en ese paĆ­s. SĆ­: aĆŗn mĆ”s influyente que RaĆŗl Castro. Quien controla el presupuesto controla el Estado. Y de ChĆ”vez depende que la economĆ­a cubana siga artificialmente viva.

Hay paĆ­ses que enloquecen a otros. Los llevan a actuar irracionalmente y con torpeza. A veces hasta los hacen actuar de maneras que van en contra de sus propios intereses. Ɖste es el caso de la cuba de Fidel, la cual lleva dĆ©cadas haciendo que los gobernantes estadounidenses actĆŗen irracionalmente. Nada le habrĆ­a hecho mĆ”s daƱo a Fidel que una Cuba sin obstĆ”culos para interactuar con Estados Unidos, por ejemplo. ¿CĆ³mo explicarĆ­a Fidel la bancarrota de su paraĆ­so socialista sin la excusa que le han dado los gringos con su bloqueo econĆ³mico? Y no es el Ćŗnico ejemplo. Los ha hecho equivocarse con frecuencia: PiĆ©nsese en incidentes con el de BahĆ­a de Cochinos o en la subcontrataciĆ³n del asesinato de Fidel a la mafia, la emigraciĆ³n de Mariel, el caso de EliĆ”n y un sin fin de otros ejemplos. Pero el problema no es sĆ³lo que Fidel tiene una brillante habilidad para poner a Estados Unidos en situaciĆ³n de hacer idioteces; tambiĆ©n induce en los polĆ­ticos de ese paĆ­s un caso agudo de amnesia, que los hace olvidar todo lo que el mundo ha aprendido dolorosamente sobre las transiciones desde el comunismo.

Este conocimiento se puede destilar en cinco mƔximas bastante simples:

Primera lecciĆ³n: El fracaso es mĆ”s comĆŗn que el Ć©xito en la transiciĆ³n a una economĆ­a de mercado democrĆ”tica.

Segunda lecciĆ³n: Mientras mĆ”s aislado, mĆ”s centralista y mĆ”s personal haya sido un rĆ©gimen comunista, su transiciĆ³n va a ser mĆ”s traumĆ”tica y va a tender mĆ”s al fracaso.

Tercera lecciĆ³n: Desmantelar un Estado comunista es mucho mĆ”s fĆ”cil que construir su reemplazo funcional.

Cuarta lecciĆ³n: Los brutales mĆ©todos de un partido comunista monopĆ³lico y su criminal captura de las instituciones pĆŗblicas tienden a ser suplantados por los igualmente brutales mĆ©todos de una nueva oligarquĆ­a empresarial, que tambiĆ©n logra la captura de las instituciones pĆŗblicas y tambiĆ©n las usa para sus propios intereses.

Quinta lecciĆ³n: Introducir una economĆ­a de mercado sin un Estado fuerte y eficaz, capaz de actuar con relativa autonomĆ­a de los grupos de interĆ©s mĆ”s poderosos (que son usualmente delincuentes) estimula a los empresarios con imaginaciĆ³n y audacia a crear empresas mĆ”s parecidas a las de Al Capone que a las de Bill Gates. En las economĆ­as en transiciĆ³n, el delito paga; los negocios honestos, mucho menos.

De modo que, cuando finalmente Fidel salga del proscenio, y tarde o temprano ocurra la inevitable confrontaciĆ³n por el control del poder entre sus sucesores, y cuando se dĆ© algĆŗn tipo de apertura, Cuba va a parecerse mĆ”s a Albania que a las Bahamas. Los lĆ­deres del narcotrĆ”fico, del lavado de dinero, del trafico de personas y de armas, aƱadirĆ”n a La Habana –idealmente localizada– a su red de centros operativos. Esto por supuesto tardarĆ” mĆ”s si los precios del petrĆ³leo siguen altos. Mientras ChĆ”vez siga sosteniendo con sus petrodĆ³lares a la economĆ­a cubana, serĆ” menos necesario para los sucesores de Fidel enfrentar la realidad de que su modelo se debe revisar drĆ”sticamente.

A pesar de estas lecciones obvias, los gobernantes estadounidenses suponen, como hicieron en Iraq, que la democracia emergerƔ por arte de magia y que los exiliados serƔn la cabeza de una ola de inversionistas que transformarƔ el paƭs en un paraƭso capitalista.

Pero, si hay apertura, es mĆ”s probable que a Estados Unidos le llegue un tsunami de refugiados cubanos que a Cuba una oleada de inversiones productivas. ¿Casinos, drogas, prostituciĆ³n, turismo y especulaciĆ³n en bienes raĆ­ces? SĆ­, y casi instantĆ”neamente. ¿FĆ”bricas, tecnologĆ­a, agricultura moderna y empleo para todos? No tanto y no muy pronto.

PolĆ­ticamente, las fricciones entre los cubanos de Cuba y los de Miami van a hacer de la polĆ­tica en la isla una actividad tensa, brutal y fragmentada. Y gobernar el paĆ­s no va a ser fĆ”cil. Debido a que el sector pĆŗblico cubano estĆ” irremediablemente entrelazado con el Partido Comunista, su eventual rompimiento de filas va a paralizar el gobierno.

InverosĆ­milmente, el Banco Mundial, el Banco Interamericano de Desarrollo y el Fondo Monetario Internacional tienen prohibido por Estados Unidos gastar un solo dĆ³lar en preparaciĆ³n del caos venidero en Cuba, y evitar o atenuar algunos de estos escenarios.

Es este el vacĆ­o que el presidente de Venezuela va a ocupar. ChĆ”vez –forrado de petrodĆ³lares– le va a extender inmediatamente la mano franca y generosa a RaĆŗl Castro. Las entregas de petrĆ³leo barato van a continuar, y Venezuela va a seguir siendo el patrocinador oficial de la economĆ­a cubana. La primera prioridad de la polĆ­tica exterior de ChĆ”vez va a ser robustecer la alianza con la Cuba postFidel. En contraste, Bush estarĆ” rebasadĆ­simo –por decirlo amablemente– con la situaciĆ³n en Medio Oriente. ¿Y el embargo estadounidense? Bien gracias: va a seguir. Hugo ChĆ”vez aprovecharĆ” felizmente esta circunstancia, influyendo en Cuba, para asĆ­ seguir sacando de quicio a Estados Unidos. ~

TraducciĆ³n de Ɓlvaro Enrigue

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ChƔvez:
¿Relevo de Castro?

Ibsen MartĆ­nez

La oposiciĆ³n democrĆ”tica dentro y fuera de Cuba llama “transiciĆ³n” al periodo abierto por la incapacidad de Fidel Castro para ocupar sus cargos de Comandante del EjĆ©rcito, Jefe MĆ”ximo del Partido y Jefe del Gobierno. En cambio, Fidel Castro y la nomenklatura cubanas han preferido hablar de “sucesiĆ³n”, como si de una monarquĆ­a se tratase.

Esa escogencia de palabras es triste y genuinamente hispanoamericana, y deja ver mucho del fracaso de la democracia liberal en nuestras naciones, a casi doscientos aƱos de haber logrado la independencia de EspaƱa.

En una regiĆ³n caracterizada por haber dado al mundo una significativa cantidad de novelas de altĆ­sima calidad que versan sobre dictadores longevos y sobre los extravĆ­os del poder absoluto, no resulta irĆ³nico que el caudillo de la Ćŗnica naciĆ³n comunista del continente salga de escena de modo mĆ”s parecido al de Francisco Franco que al del YĆ³sef Stalin.

El dictador Franco, suele decirse, quiso dejar todo “atado y bien atado”. SĆ³lo que un dictador muerto no puede estar allĆ­ para supervisar, paso a paso, su cuidadoso plan de sucesiĆ³n.

Pese a que en La Habana las cosas parecen estar desenvolviĆ©ndose segĆŗn lo dispuesto por Castro –“atado y bien atado”–, la lĆ³gica shakespeareana de toda sucesiĆ³n monĆ”rquica sugiere, de modo natural, que haya mĆ”s de un duque de Gloucester deseando coronarse Ricardo III.

Lo extraordinario es que no todos los duques de Gloucester sean cubanos. El Gloucester venezolano es Hugo ChƔvez.

 

Con seguridad, ChĆ”vez se siente hoy con tĆ­tulos suficientes para ocupar el lugar que dejarĆ” Fidel Castro en la polĆ­tica latinoamericana del siglo XXI y en la atenciĆ³n que Washington brinde, en la era postcastrista, a nuestra regiĆ³n.

ChƔvez ha sido el paladƭn del antinorteamericanismo mƔs estrepitoso que se haya registrado en AmƩrica Latina despuƩs de Bahƭa de Cochinos, y su ascenso al poder en Venezuela, al ganar las elecciones de 1998, ha jugado un importante papel en modelar la creencia, muy extendida entre observadores extranjeros, de que una marea izquierdista radical estƔ por barrer de un modo irreversible la faz polƭtica de nuestros paƭses.

Es natural, entonces, preguntarse si ChĆ”vez tiene, hablando en tĆ©rminos taurinos, “lo que hay que tener” para relevar a Fidel Castro en el liderazgo del antiimperialismo latinoamericano. ¿Tiene ChĆ”vez, efectivamente, el potencial para convertirse siquiera en una “molestia” permanente, en una crĆ³nica piedra en el zapato de Washington, tan persistente e inconmovible en sus posiciones como lo ha sido Fidel Castro? Para responderla con algĆŗn grado de acierto, vale la pena considerar la figura del “convaleciente”.

Para comenzar, estĆ” la superlativa permanencia de Castro en el poder: 47 aƱos. Doce mĆ”s que el dictador mexicano Porfirio DĆ­az, once mĆ”s que el paraguayo Alfredo Stroessner, diez mĆ”s que Franco y que el dictador venezolano Juan Vicente GĆ³mez. Kim Il Sung, el dĆ©spota norcoreano, sĆ³lo alcanzĆ³ a gobernar 44 aƱos.

Tan prolongado ejercicio del poder omnĆ­modo sĆ³lo es posible en una dictadura totalitaria que no deje espacio alguno a la disidencia. El control de Castro sobre la sociedad cubana encontrĆ³ gran ayuda en las polarizaciones de la Guerra FrĆ­a durante ese medio siglo. Tal control llegĆ³ a ser absoluto y le ha permitido, a lo largo de casi cincuenta aƱos, actuar sin contenciones de ningĆŗn tipo contra sus adversarios internos. Pero la capacidad de Castro para perturbar el vecindario latinoamericano, o siquiera para predisponerlo de modo algo mĆ”s que retĆ³rico contra Washington, se ha sobrestimado durante demasiado tiempo por muchos de sus simpatizantes latinoamericanos, Hugo ChĆ”vez entre ellos.

El prestigio revolucionario de Castro se remonta a los aƱos sesenta, cuando la RevoluciĆ³n Cubana, todavĆ­a nimbada con un aura de juvenil heroĆ­smo, apoyĆ³ abiertamente guerrillas izquierdistas en todo el continente que, una a una, fueron fracasando. Es significativo que el papel de Castro en las aventuras militares soviĆ©ticas en Ɓfrica, durante los ochenta, comenzĆ³ a desplegarse sĆ³lo luego de fracasar en la empresa de promover insurgencias a todo lo largo y ancho del continente. Granada puso fin a esas desmesuras extracontinentales.

Si bien el rĆ©gimen policial de Castro ha podido atrincherarse numantinamente en la isla despuĆ©s del colapso de la antigua UniĆ³n SoviĆ©tica, hace ya mucho tiempo que “exportar la revoluciĆ³n” dejĆ³ de ser una prioridad para Cuba. Esto ha sido especialmente notorio luego del fin de las guerras de AmĆ©rica Central.

Desde fines de los aƱos 80, las ceremonias inaugurales de los presidentes latinoamericanos electos democrĆ”ticamente contaban ya con Fidel Castro como el invitado especial mĆ”s sexy. Era un modo sumamente inocuo y barato de mostrar un quantum de independencia frente a Washington. Tan pronto Fidel Castro, el “pariente problemĆ”tico”, tomaba el aviĆ³n de regreso a La Habana, su anfitriones adoptaban las recetas del “consenso de Washington” en materia econĆ³mica.

ChĆ”vez no parece haberse percatado de la taimada calidad del antinorteamericanismo en nuestro continente. En la Cumbre de las AmĆ©ricas, llevada a cabo en Mar de Plata en noviembre del 2005, anunciĆ³ la “muerte del ALCA”. Sin embargo, muchos gobiernos latinoamericanos que ChĆ”vez dio por enrolados en su cruzada antiimperialista prefieren hoy proseguir discutiendo calladamente con Estados Unidos sobre preferencias arancelarias, tal como lo hace hasta el propio Evo Morales.

Llegados aquĆ­, calza bien una precisiĆ³n sobre el antinorteamericanismo en AmĆ©rica Latina. Esa mezcla de emociones y de ideas adversas a Estados Unidos –algunas verdaderas, otras irritantemente falsas– es muy anterior a Fidel Castro. Hace un siglo, el escritor uruguayo JosĆ© Enrique RodĆ³ acuĆ±Ć³ la palabra “nordomanĆ­a” para fustigar a los latinoamericanos que admirasen los usos estadounidenses.

EstĆ” en la naturaleza de las relaciones histĆ³ricas entre Estados Unidos y sus vecinos del sur el que no haya sido nunca fĆ”cil oponerse a Washington sin pagar duramente las consecuencias.

En dos siglos de espinosa convivencia, ha habido pocos voceros latinoamericanos del sentimiento antiestadounidense tan consistentes como Fidel Castro. Es cierto que el duro embargo de que ha sido objeto la hoy empobrecida isla de Cuba le ha facilitado encarnar al orgulloso David caribeƱo, y obtener de ello sumo provecho polĆ­tico. TambiĆ©n que sus peores enemigos reconocen en Castro una actitud indoblegable y digna de respeto. En esto Ćŗltimo se funda el Ćŗnico consenso que el controvesial Fidel Castro despierta entre los latinoamericanos. ChĆ”vez sencillamente no goza de ese consenso.

A pesar de su prĆ©dica integracionista y de grandes desembolsos, como el que significa adquirir buena parte de la deuda argentina, ChĆ”vez no ha logrado sino ganar enemigos en la regiĆ³n. O perder amigos, como usted prefiera. Basta ver cĆ³mo sus relaciones con el Brasil se han resentido mucho mĆ”s allĆ” de lo que el lenguaje diplomĆ”tico permite ver.

ChĆ”vez ha escarnecido a las naciones vecinas que, calladamente, negocian acuerdos de libre comercio con Washington. Esto, mientras el Presidente de mi paĆ­s disfruta de su propio, informal acuerdo de libre comercio con Estados Unidos: Venezuela, pese a la merma sensible de su producciĆ³n, sigue siendo uno de los proveedores de crudo mĆ”s seguros con que cuenta la economĆ­a estadounidense.

La falta de controles y contrapesos que caracteriza la vida polĆ­tica en Venezuela le permite a ChĆ”vez entenderse con las petroleras extranjeras con el mismo secreto y ausencia de auditorĆ­a con que lo harĆ­a un prĆ­ncipe heredero de la casa real saudĆ­. Antiimperialismo subsidiado por petrodĆ³lares de Chevron-Texaco y Total-Elf: “la tierra es plana”, dirĆ­a a ello Tom Friedman.

Castro llegĆ³ al poder en tiempos en que la descolonizaciĆ³n del Tercer Mundo todavĆ­a no llegaba a su cenit. La suya pudo verse durante mucho tiempo como la Ćŗnica insurgencia revolucionaria latinoamericana que merecĆ­a no fracasar, pese a su crudelĆ­simo jacobinismo. Y el carisma planetario de su lĆ­der es un misterio Ć³rfico que los petrodĆ³lares de Hugo ChĆ”vez no puede comprar.

La Venezuela de ChĆ”vez, en cambio, ofrece un caso de libro de texto de lo que pasa cuando un petroestado populista latinoamericano degenera en lo que Fareed Zakaria describe como una “democracia no liberal”, sĆ³lo que la nuestra, ademĆ”s de corrupta, es militarista.

Desaparecido Castro, es muy razonable esperar que otros lĆ­deres de la regiĆ³n pretendan ser los voceros de la “contestaciĆ³n” ante Estados Unidos. SerĆ” inevitable que AmĆ©rica Latina encuentre pronto al legĆ­timo vocero de su inextinguible querella con el hermano mayor.

Si en verdad Estados Unidos pretende ayudar a que la democracia se instaure eventualmente en Cuba, convendrĆ” que encuentre cuanto antes a un intĆ©rprete oficioso y de buena fe. ChĆ”vez no tiene ni el talante ni la destreza que le permitirĆ­an disputarle a Lula da Silva, o al peruano Alan GarcĆ­a, o al virtual presidente mexicano Felipe CalderĆ³n –¿porquĆ© no?– ese papel. Fiel a sĆ­ mismo, ChĆ”vez muy probablemente cometa el error de pretender ser Ć”rbitro, a su manera desmaƱada y sectaria, en el inevitable y ya inminente conflicto interno cubano.

DespuĆ©s de todo, Castro confiscĆ³ los activos de la Esso Standard en Cuba como respuesta a Playa GirĆ³n, y se plantĆ³ inconmoviblemente durante 47 aƱos de embargo estadounidense. Pese a su retĆ³rica, ChĆ”vez todavĆ­a no deja de hacer tratos con Chevron-Texaco. ~

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