La edad de la chingada

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Calcular la antigüedad de las malas palabras es una tarea difícil, porque, a pesar de su costumbrismo, los padres fundadores de nuestra literatura consideraban indecente reproducir en letras de molde los insultos más comunes del habla popular. El hábito burgués de confundir la excelencia literaria con las buenas maneras no ha muerto del todo, pero dejó de ser una ley inviolable desde mediados del siglo XX, cuando el coloquialismo desafió con éxito las reglas de urbanidad en la poesía, la novela y el drama. Octavio Paz dio un fuerte impulso a ese movimiento libertario cuando afirmó, en El laberinto de la soledad, que las malas palabras son "el único lenguaje vivo en un mundo de vocablos anémicos". El capítulo donde analiza el verbo chingar y examina los atributos de la chingada ("la madre abierta o violada por la fuerza") extrajo del subsuelo la enorme riqueza semántica de las palabras malditas. Desde entonces, la visión de la chingada como una herida abierta en el inconsciente nacional ha tenido cientos de adhesiones y refutaciones. Quizá los hijos de la Malinche nunca nos pondremos de acuerdo sobre este punto, pero si queremos discutir sobre una base racional, deberíamos partir de una sencilla pregunta: ¿Cuántos años tiene la chingada? ¿Desde cuándo la invocamos en los recordatorios maternos?
     Según Paz, la chingada tiene una estrecha relación con la Conquista, "que fue también una violación, no sólo en el sentido histórico sino en la carne misma de las indias". De acuerdo con esta premisa, lo más lógico sería pensar que la palabra ya se usaba como insulto durante la Colonia, cuando más fresca estaba la herida de la Conquista. Sin embargo, el historiador William B. Taylor, autor del estudio Embriaguez, homicidio y rebelión en las poblaciones coloniales mexicanas (FCE, 1979) aporta pruebas muy convincentes de que la expresión "hijo de la chingada" todavía no se usaba en México a principio del siglo xix. Taylor examinó la única fuente documental que proporciona datos fidedignos sobre las malas palabras en tiempos del virreinato (las actas de procesos judiciales por asesinatos en cantinas y pulquerías, donde se hacía constar el lenguaje empleado por borrachos rijosos), y, si bien encontró injurias de rancio abolengo como pendejo, cabrón, joto o hijo de puta, no halló la menor huella del verbo chingar y sus derivados. De manera que, al insultarse, los campesinos de aquella época no tenían en mente a ninguna madre violada, ni parecían estar atormentados por una supuesta mancha de origen.
     Al parecer, la chingada nació junto con el México independiente. Según el testimonio de Antonio García Cubas en su deliciosa crónica El libro de mis recuerdos, hacia 1840, Andrés Quintana Roo y otros intelectuales que asistían a las tertulias celebradas en la Librería Andrade ya manifestaban un vivo interés por el origen del verbo chingar, que para entonces se conjugaba a diario en todas las pulquerías. El uso generalizado de la palabra coincidió con el surgimiento de la conciencia nacional, lo que parece confirmar la tesis de Paz; pero una duda sigue en el aire: ¿El resentimiento contra la madre violada estuvo adormecido en los años de la Colonia? ¿Por qué los mexicanos reaccionaron con efecto retardado al trauma de la Conquista? Cuando Paz escribió su ensayo, no tenía a la mano la investigación de Taylor, que le habría ayudado a calcular la edad de la chingada. Por eso tomó la precaución de aclarar: "No sabemos cuáles fueron las causas de la negación de la Madre ni cuándo se realizó esa ruptura." Ahora sabemos con certeza que la ruptura psicológica del mexicano con su pasado no se produjo en tiempos del virreinato, ni en los años de la Reforma como suponía Paz, sino poco después de la Independencia.
     La revolución de 1810 provocó, al parecer, una catarsis de índole machista que buscaba negar los aspectos más oprobiosos del mestizaje. Entre las razas que formaron el mosaico de la mexicanidad, sólo los mestizos podían abrigar rencores contra la madre arquetípica, pues, si nos atenemos a los argumentos del Laberinto, ni los criollos ni los indios puros tenían lazos de familia con la chingada. Engreídos contra sí mismos, los miembros de la raza híbrida inventaron una palabra búmerang que ofendía a sus propias abuelas, pero a cambio les daba una fugaz ilusión de poder. Aunque en la actualidad el insulto hiere por igual a todos los mexicanos, cuando era un neologismo seguramente fue usado en exclusiva por los mestizos, un grupo étnico que no tuvo preponderancia demográfica en los primeros siglos de la Colonia y, por lo tanto, no alcanzó a dejar huella en el habla novohispana. En las décadas posteriores a la Conquista, la mayoría de los mestizos eran hijos naturales. Más que la discriminación racial, pesaba sobre ellos un repudio moral por ser descendientes de la unión ilegítima entre una india y un conquistador generalmente casado con una española. Y aunque, al paso de los siglos, su ilegitimidad de origen se fue diluyendo, todas las instituciones sociales y políticas del virreinato estaban diseñadas para echarles en cara ese remoto estigma. Lo extraño —como advirtió Paz en el hallazgo más trascendental de su ensayo— fue que, al librarse del yugo español, no se identificaron con la madre doblemente vejada, sino con el chingón que los engendró. –

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(ciudad de México, 1959) es narrador y ensayista. Alfaguara acaba de publicar su novela más reciente, El vendedor de silencio. 


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