Lleno y vacío

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"Tiempo de aniversarioscentenarios y aun milenarios, podríamos definir el nuestro”, observaba mi maestro Gaos. Fieles a la misteriosa superstición de los números redondos, el centenario del nacimiento de Paz generó en México un frenesí de redacciones y espulgo universal del poeta. No tanto de la obra, por desgracia, como de la persona de Paz. En este momento se cocinan no menos de cinco, seguramente más, biografías del poeta, cinco, de plumas, no de escritores menores, sino de los relevantes del país.

No sé si Paz previó esta apresurada apoteosis, pero ¿qué hubiera pensado, de haberla adivinado? Tal vez se habría encogido de hombros, y habría juzgado que era un equívoco más, porque escribió, a propósito de Michaux, que “más vale ser desconocido a mal conocido. La mucha luz es como la mucha sombra: no deja ver. Además, la obra debe preservar su misterio. Cierto, la publicidad no disipa los misterios y Homero sigue siendo Homero después de miles de años y miles de ediciones. No los disipa, pero los degrada […] La degradación de la publicidad es una de las fases de la operación que llamamos consumo. Transformadas en golosinas, las obras son literalmente deglutidas, ya que no gustadas, por lectores apresurados y distraídos”.

Lectores, apresurados o no, si bien nos va, lectores, al fin, y no como el vulgo espeso y municipal de México, que manifiesta ese enigmático fervor de quienes no han leído un solo poema del maestro y de todos modos lo reverencian.

Dejemos estos enigmas pesimistas.

La mente de Paz corría en movimiento perpetuo. Voy a mostrarlo, no en poemas o reflexiones sustanciales y graves, sino en alguna observación ocasional de esas que le iban despertando los más variados y azarosos estímulos. Su agilidad es impresionante. Capta algo, trampolinea, explicita el asunto o tema literario, y lo comenta iluminando. A veces, el brinco llega lejos, como, por ejemplo, con este breve poema de Yeats:

Cincuenta años cumplidos y pasados.

Perdido entre el gentío de una tienda,

me senté, solitario, a una mesa,

un libro abierto sobre el mármol falso,

viendo sin ver las idas y venidas

del torrente. De pronto, una descarga

cayó sobre mi cuerpo, gracia rápida,

y por veinte minutos fui una llama:

ya bendito, podía bendecir.

De este poema, va a saltar Paz hasta la dialéctica del ser y la nada en la mística. La ruta del salto pasa por la poética de la ciudad. No es raro: a Paz lo fascinaban tanto la mística como las ciudades. Aunque el comentario de Paz es chiquito, precisa una más breve introducción.

Sabido es que el Maestro Eckhart sostuvo alguna vez que Dios es la nada. Su paradoja cobra plausibilidad si reparamos en que Dios no puede identificarse con ninguno de los seres que existen. En ese sentido, algunos místicos han sostenido que Dios no existe, esto es, que el verbo existir no puede reflejar la condición de Dios. Luego podemos asentar que Dios no existe; su realidad, su presencia, precisaría otra palabra que no se ha acuñado.

Y ahora, pasemos al comentario de Paz a Yeats, que dice así: “Hay una copiosa literatura, contagiada de pesadez sociológica, que se obstina en ver a la ciudad como teatro de enajenaciones […] Es cierto que la vida en común amenaza siempre nuestra identidad pero también lo es que la ciudad, con sus muchedumbres anónimas, provoca asimismo el encuentro con nosotros mismos y, a veces, la revelación de lo que está más allá de nosotros. Los antiguos tenían visiones en los desiertos y los páramos; nosotros, en los pasillos de un edificio o en una esquina cualquiera. La poesía de la ciudad es, simultáneamente, poesía de la pérdida del ser y poesía de la plenitud.”

Voy a comentar. Ahí está la dialéctica: lo lleno se hace vacío porque está lleno. Como se sabe, el vacío desempeña un papel preponderante en la mística. Simone Weil observa que a Dios no se lo puede buscar, ¿adónde lo buscas?, ¿cómo lo buscas? Lo que puedes hacer es rechazar a todos los otros dioses y esperar. A ese vacío puede llegar Dios.

Huxley expone la dialéctica mística de lo lleno y lo vacío, lleno es vacío y vacío es lleno, más o menos de esta manera: la nada por la que se sintieron compelidos los padres eremitas que se retiraron al desierto no es, en seco, negación; en la ausencia de todo, las cosas se funden y entreveran de modo que las diferencias se trascienden. La luz en estado puro contiene todos los colores del arcoíris, solo que sin delimitar. En el vacío del desierto yacen, indiferenciadas, todas las cosas.

Puede servir otro ejemplo, ya no de Huxley, sino mío: en el bautismo, la inmersión en agua, como se hacía originalmente, supone la disgregación del catecúmeno; el salir del agua, reintegrado en nueva articulación, supone una repristinación o nuevo nacimiento del bautizado.

Por eso a Yeats lo rodea la multitud, el vulgo estruendoso, y a la vez está solo; quedar solo no es previo a la iluminación, quedar solo es la iluminación, llegar a la Clara Luz del Vacío, como dicen en el Indostán.

Ahora, imaginemos a Paz: está leyendo, encuentra el breve poema de Yeats, lo lee, levanta la cabeza, pensativo, y casi instantáneamente, discurre lo que hemos explayado. Ahora imagina tú cómo fue esa persona. ~

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(Ciudad de México, 1942) es un escritor, articulista, dramaturgo y académico, autor de algunas de las páginas más luminosas de la literatura mexicana.


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