Dentro del grupo de los ContemporĆ”neos āal que, dicho sea de paso, se sumĆ³ poco y tardeā Jorge Cuesta habĆa sido una presencia borrosa. En 1928, cuando firma la AntologĆa de la poesĆa mexicana moderna, no faltĆ³ quien declarase su inexistencia ni quien lo degradase en la escala biolĆ³gica: alguien lo acusĆ³ de ser chivo expiatorio; otro (Abreu GĆ³mez) lo llamĆ³ āel perro de presa del grupo al que pertenecĆa; era una debilidad suya de la cual no pocos abusaron con mala feā.1 Hasta la polĆ©mica de 19322 y hasta que comienza a editar Examen, el sinuoso Cuesta se empecina en conservarse al margen. Publica poco, escribe muy lentamente su trabucada poesĆa, no frecuenta los mentideros literarios y parece prepararse para la agitada vida pĆŗblica que comenzarĆ” con su revista.
En todo momento, Cuesta asumirĆ” la responsabilidad del debate pĆŗblico con un inflexible sentido de la responsabilidad intelectual. Resumo un comentario sobre su persona que ya he publicado antes: interesado en nadar contra la corriente en una cultura propensa a la molicie, al acriticismo y al consecuente uso interesado de la actividad intelectual, Cuesta era un heterodoxo regido por una inteligencia batalladora y adversa a cualquier concesiĆ³n. Dice Cardoza que āsu perspicacia herĆa su orfandad desmesurada. ViviĆ³ la agonĆa de entender y no aceptar; de no aceptar sin entender […] su cultura fue el infierno de comprender y de crear o no esa cultura elaborada con tesĆ³n y tedioā.3 El retrato colectivo coincide en presentar a un hombre cortĆ©s, amable y modesto, celoso de su independencia. Ermilo Abreu GĆ³mez, a quien Cuesta testereĆ³ sin indulgencia durante sus polĆ©micas, escribe que la intimidad de su adversario āestaba siempre oculta bajo la nublazĆ³n brillante de su inteligenciaā.4 Y su inteligencia, que era un mito ya en sus aƱos, aparece siempre como un aƱadido fĆ”ustico, el punto de luz del carĆ”cter en el retrato. Se le recuerda como un contrincante preciso, dueƱo de una memoria perfecta, que pasaba velozmente cualquier idea por el cedazo de una lĆ³gica inmisericorde, antes de refutarla o enriquecerla. Novo, ese monumento a la duplicidad, lo desdeƱa, ya muerto, pero preserva su ambigĆ¼edad: āCuesta era un muchacho genial, un desequilibrado, o dueƱo de un equilibrio tan propio que hacĆa perder el suyo a quien lo oĆa.ā5 El mejor retrato es el de Octavio Paz (uno de sus dos discĆpulos, Samuel Ramos el otro). Un dĆa de 1934 lo abordĆ³ ācon insolencia confesaā en la preparatoria de San Ildefonso, a la que Cuesta acude a observar de cerca el problema universitario sobre el que estĆ” escribiendo. Paz evoca al hombre āalto, delgado, elegante, vestido de gris, rubio, ojos de perpetuo asombro, labios gruesos, nariz ancha, extraƱa fisonomĆa de inglĆ©s negroideā, ese hombre sĆ³lo diez aƱos mayor que, sin hacer caso a la soberbia del joven de veinte, lo invita a comer:
Esas horas fueron mi primera experiencia con el prodigioso mecanismo mental que fue Jorge Cuesta. Al hablar de mecanismo no pretendo deshumanizarlo; era sensible, refinado y profundamente humano. En su trato conmigo fue siempre atento, generoso y hasta indulgente. Pero su inteligencia era mĆ”s poderosa que sus otras facultades; se le veĆa pensar y sus razonamientos se desplegaban ante sus oyentes con una suerte de fatalidad invencible, como si fuesen algo pensado no por sino a travĆ©s de Ć©l. He conocido a personas muy inteligentes y casi todas ellas se servĆan de su inteligencia para esto o aquello (por ejemplo el escritor espaƱol JosĆ© BergamĆn) pero Jorge Cuesta era un servidor de su inteligencia. Mejor dicho: de la inteligencia.6
Y agrega poco despuƩs:
Jorge Cuesta estaba poseĆdo por un dios temible, la inteligencia. Pero inteligencia es una palabra que no designa realmente a la potencia que lo devoraba. La inteligencia estĆ” cerca del instinto y no habĆa nada instintivo en Jorge Cuesta. El verdadero nombre de esa divinidad sin rostro es RazĆ³n. La gran tentadora: sĆ³lo la RazĆ³n endiosa.
No habĆa para Ć©l debate secundario. Una vez provocada, su inteligencia se apasionaba tanto con su objeto como con el deleite de someterlo a escrutinio intelectual y moral. Paz opina que su inteligencia llegĆ³ a convertirse en una tentaciĆ³n, la de la ārazĆ³n divinaā, y que la consecuencia fue una āintoxicaciĆ³n racionalā que lo llevarĆa al suicidio (a los treinta y ocho aƱos de edad). Su lema podrĆa haber sido el que JosĆ© Bianco adjudica a Julien Benda, una de las figuras tutelares de Cuesta: āContra el odio a la inteligencia y contra la confusiĆ³n mĆstica.ā7 Curioso que este hombre, ācondenado a la cadena perpetua de la lucidezā como escribe su amigo Gilberto Owen,8 terminase por encarnar una personalidad tan angular y delirante. Ante su complejidad, los amigos y los adversarios recurren al retrato por comparaciĆ³n: Luis Cardoza y AragĆ³n escribe que la vida de Cuesta corriĆ³ āen el surco abierto por Abelardo y Edipoā;9 ElĆas Nandino es mĆ”s prolijo y menos arquetĆpico: āParecĆa estar hecho del Ć”nima de varios difuntos: Baudelaire, Rimbaud, quizĆ” tambiĆ©n Nietzsche, Voltaire y Lutero.ā10 O por las valoraciones sumarias: Xavier Villaurrutia dice āera el escritor mĆ”s inteligente de mi generaciĆ³nā;11 y Octavio Barreda: āera endiabladamente inteligenteā.12
ā
MĆ”s que la AntologĆa de la poesĆa mexicana moderna (1928)13 la revista Examen muestra la vertiente del quehacer pĆŗblico mĆ”s combativo de Cuesta como miembro del grupo. El Ćŗltimo nĆŗmero de la revista ContemporĆ”neos habĆa aparecido en diciembre de 1931, cuando ya eran evidentes cierto desgano, el castigo de la rutina y la ausencia del vigor y el rigor de sus primeros tiempos (habĆa nacido en junio de 1928). De hecho, conscientes de su debilidad, apenas a un aƱo de haber aparecido esa revista, JosĆ© Gorostiza, Villaurrutia, Owen y Enrique GonzĆ”lez Rojo le insistĆan a su director, Bernardo Ortiz de Montellano, que habĆa llegado la hora de cerrarla. Cuesta habĆa colaborado con algunos ensayos, pero deja de hacerlo luego de que Ortiz de Montellano āhombre no especialmente brillanteā le pide que ācorrija en su formaā un enĆ©rgico comentario contra La rebeliĆ³n de las masas de Ortega y Gasset (en el nĆŗmero 33, febrero de 1931). Cuesta se negĆ³ a corregir (nada lo desesperaba tanto como el reproche de āoscuridadā āescribe Villaurrutiaā āacaso porque Ć©l sabĆa que a pensamientos complicados difĆcilmente corresponde una expresiĆ³n sencillaā14), y no publicĆ³ mĆ”s ensayos, aunque sĆ algunos poemas. La negativa era interesante: el contenido del ensayo ātiene que ver con mi arbitrio y mi deseo de perfecciĆ³nā, contesta, y su forma obedece a āmi naturaleza, que estĆ” de por medioā.15 Que a partir de ese desencuentro Cuesta haya pensado en hacer su propia revista es una conjetura que fortalecerĆa su interĆ©s por conservar activo a su grupo de amigos. La decisiĆ³n de crear una revista en la que nadie podrĆa reprocharle su arbitrio ni su estilo, podrĆa tener una explicaciĆ³n agregada: en 1932 Cuesta tiene 28 aƱos de edad, cinco menos, en promedio, que Ortiz de Montellano, Jaime Torres Bodet y Enrique GonzĆ”lez Rojo, fundadores y primeros responsables de ContemporĆ”neos. Era su turno para crear una revista que se alejara del eclecticismo de la Ć©poca y que exigiera nuevas responsabilidades al ya maltrecho esprit de corps del grupo. Lo hizo con dinero propio, de Samuel Ramos y de Villaurrutia, sus amigos mĆ”s cercanos, pero sin subordinarles su autoridad. De los ContemporĆ”neos fundacionales colaboran en Examen sĆ³lo JosĆ© Gorostiza y Carlos Pellicer, siempre reticente a ser agrupado. TambiĆ©n participan Villaurrutia y Novo, los ContemporĆ”neos de segunda promociĆ³n. Por otro lado, Cuesta suma tres colaboradores que no pertenecen, sino tangencialmente, al grupo: Samuel Ramos, RubĆ©n Salazar MallĆ©n y Luis Cardoza y AragĆ³n, reciĆ©n instalado en MĆ©xico.
AsĆ pues, Examen suele considerarse, como escribe Octavio Paz, la āĆŗltima empresa comĆŗnā del grupo, la āmĆ”s lĆŗcida y rigurosaā.16 Algo relevante, sobre todo si se considera que ContemporĆ”neos publicĆ³ cuarenta y tres nĆŗmeros y Examen sĆ³lo tres. Ese par de adjetivos, lucidez y rigor, son el blasĆ³n de Cuesta. No se trata sĆ³lo de dos juicios, sino de dos programas: lucidez para entender, rigor para exponer. ContemporĆ”neos fue la revista mĆ”s duradera, pero la menos estricta, sin el sentido de la aventura de Ulises (la que Villaurrutia y Salvador Novo dirigen en 1928) y sin el riesgo intelectual de Examen. Ulises es la mĆ”s little review, juvenil, avezada, irreverente; Examen es la mĆ”s analĆtica. Novo y Villaurrutia se divertĆan con el juguete Ulises; Cuesta entiende Examen como un instrumento crĆtico, como una continuaciĆ³n de las discusiones con sus amigos o consigo mismo. Ulises se dispersa desde su nombre; ContemporĆ”neos expande una agencia de difusiĆ³n cultural y un aula. Examen se reconcentra en el estudio de sus objetos. Ulises curiosea; ContemporĆ”neos patrocina; Examen analiza.
La revista Examen es mĆ”s recordada por sus problemas con la ley que por sus mĆ©ritos literarios y culturales: pero esos mĆ©ritos no dejan de ser responsables, tambiĆ©n, de sus problemas con las inercias sociales y culturales que la ley consagraba. A pesar de su limitado tiraje y su brevĆsima vida, Examen es la primera revista en MĆ©xico que ya no es sĆ³lo moderna, sino contemporĆ”nea. Marca un hito en nuestra hemeroteca y adelanta un estilo que aumentarĆ” su pertinencia con los aƱos: en la medida en la que la politizaciĆ³n se acelera entre las guerras mundiales, la revista literaria se convertĆa cada vez mĆ”s en una revista de ideas y crĆtica. De hecho, Examen anticipa la crĆtica cultural que comenzarĆ” a cumplir la inteligencia en las revistas literarias contemporĆ”neas del paĆs. Es la primera en que la crĆtica de la cultura, de las ideas filosĆ³ficas, polĆticas y sociales, no orbita alrededor de la literatura sino que coexiste y dialoga con ella en un convenio de mutua necesidad. En este sentido, es la publicaciĆ³n paracleta de El Hijo PrĆ³digo (1943-1946) y de su progenie, las revistas que dirige Octavio Paz (Plural y Vuelta) entre 1971 y 1998. Sus ideas y su manera de esgrimirlas inauguraron una nociĆ³n del compromiso crĆtico y de la naturaleza de la responsabilidad intelectual que marcarĆa profundamente a la generaciĆ³n de Barandal y, despuĆ©s, a la llamada āgeneraciĆ³n de (nacidos en) 1932ā. Examen es la revista de Cuesta, pero tambiĆ©n, digamos, es su manifiesto, un manifiesto sui generis. Por su crĆtica del nacionalismo a su revisiĆ³n de Marx, por su crĆtica a las letras y a las artes que se subordinan al interĆ©s colectivo e inmediato, o se deleitan en el uso sentimental de la responsabilidad intelectual, no serĆa exagerado referirse a la primera mitad del siglo XX mexicano como la era de Cuesta. āTodos los que lo oĆmos le debemos algo āy algo esencialā, dice Paz.17 AplicĆ³, e hizo aplicar, la responsabilidad de la inteligencia a la escritura crĆtica; en tiempos propensos a la facilidad, prefiriĆ³ rechazar las ideas recibidas y su conversiĆ³n en tambaleantes catĆ”logos de respuestas simples para las complejas interrogantes culturales. No pocos temas que el pensamiento de este solitario postulĆ³, ordenĆ³ o desarrollĆ³ sobre la poesĆa, la crĆtica, la sociedad, la polĆtica, la educaciĆ³n y la ciencia, continĆŗan vigentes, de manera a veces subrepticia y aun a contrapelo.
He aquĆ el Ćndice de los tres nĆŗmeros de Examen (con su clave: e, ensayo, p, poesĆa, n, narrativa, r, reseƱa, v, varia):
NĆŗmero 1 (agosto de 1932):
āCarlos DĆaz Dufoo, Jr.ā, por Julio Torri (e).
āDiĆ”logosā, por Carlos DĆaz Dufoo, Jr. (v).
āMĆŗsica en la nocheā, por Aldous Huxley (e).
āPsicoanĆ”lisis del mexicanoā, por Samuel Ramos (e).
āLa pintura superficialā, por Jorge Cuesta (e).
āSegundo amorā, por Salvador Novo (p).
āCariĆ”tideā, por RubĆ©n Salazar MallĆ©n (n).
āLāU.R.S.S. sans passion, de Marc Chadourneā, por Cuesta (r).
āLo rojo y lo azul, de BenjamĆn JarnĆ©sā, por RubĆ©n Salazar MallĆ©n (r).
NĆŗmero 2 (septiembre):
āLas pasiones polĆticasā, por Julien Benda (e).
āMotivos para una investigaciĆ³n del mexicanoā, por Samuel Ramos (e).
āDĆŗos marinosā, por Carlos Pellicer (p).
āCariĆ”tideā, por RubĆ©n Salazar MallĆ©n (n).
āEl Teatro de OrientaciĆ³nā, por JosĆ© Gorostiza (e).
āMĆŗsica inmoralā, por Jorge Cuesta (e).
āEfrĆ©n HernĆ”ndezā, por Xavier Villaurrutia (e).
āLa luciĆ©rnaga, de Mariano Azuelaā, por Celestino Gorostiza (r).
NĆŗmero 3 (noviembre):
āLa polĆtica de la moralā, por Jorge Cuesta (e).
āLa polĆtica de alturaā, por Jorge Cuesta (e).
āEl raptorā, āCursos veraniegosā, āMujeresā, por Julio Torri (v).
āEl martirio de San Dionisio (segĆŗn la alondra y el caracol)ā, de Luis Cardoza y AragĆ³n (n).
āUn escritor mexicano (Mariano Azuela)ā, por DarĆo Puccini (e).
āLa consignaciĆ³n de Examen (opiniones de Alejandro Quijano, Genaro FernĆ”ndez MacGregor, Enrique MunguĆa, Xavier Icaza, Luis Chico Goerne, Mariano Azuela, Enrique GonzĆ”lez MartĆnez, Bernardo Ortiz de Montellano, Julio Torri, Eduardo ColĆn, Rafael LĆ³pez)ā (e).
āExtractos de la prensaā (v).
āComentarios brevesā, por Jorge Cuesta (v).
No se puede ver en Examen una revista literaria como las que la anteceden, aunque sea la literatura lo que proporcionalmente mĆ”s espacio ocupe en sus pĆ”ginas: su mĆ©dula estĆ” en los ensayos de Huxley, Benda, Ramos y Cuesta, es decir, en la discusiĆ³n sobre la filosofĆa de la cultura.
La poesĆa es el gĆ©nero con mayor cantidad de aportaciones (Novo, Pellicer, Torri, Cardoza y AragĆ³n). Son textos rigurosos, a veces lo mejor de cada uno (el āSegundo amorā de Novo, por ejemplo) y su homogĆ©nea calidad hace pensar en la que exigĆa y conseguĆa Ulises. Cabe destacar la apariciĆ³n de Cardoza, reciĆ©n llegado de ParĆs, como un āsagitario sonĆ”mbulo disparando lluvias de flechas que descubren blancos impensadosā, como escribiĆ³ Villaurrutia.18 Su āMartirio de San Dionisio (segĆŗn la alondra y el caracol)ā, poema narrativo con resonancias surrealistas y del folklore centroamericano, emparienta con lo que, tambiĆ©n en ParĆs, habĆa intentado una dĆ©cada antes Miguel Ćngel Asturias en sus Leyendas de Guatemala. El texto debiĆ³ asombrar con su flujo asociativo y lĆŗcido de imĆ”genes telescopiadas, su radical hiperestesia y sus disparos de humor histĆ©rico.
ā
Uno de los motivos por los que Paz puede considerar a la revista como la empresa āmĆ”s lĆŗcida y rigurosaā del grupo es el que se deriva de su actitud ante el problema del ādesinterĆ©sā, es decir, de los usos del sentimentalismo. La polĆ©mica entre ānacionalismo y cosmopolitismoā se habĆa reducido al previsible rosario de lugares comunes, pero Cuesta y Reyes la habĆan graduado a problema intelectual serio. Hay en Examen dos ensayos de Cuesta que se antojan secuelas a la polĆ©mica de 1932 y forman parte de la mĆ©dula de la publicaciĆ³n: ninguno de los dos se refiere a literatura o a filosofĆa, sino a la pintura y a la mĆŗsica, obviamente porque en estas artes āha sido una exigencia todavĆa mĆ”s imperiosa y mĆ”s tirĆ”nica la exigencia nacionalista que ha esclavizado a nuestras artesā. Ambos ensayos continĆŗan y ahondan el tema del āinterĆ©s y el desinterĆ©sā que se habĆa iniciado desde el artĆculo de Cuesta sobre Ortega y Gasset en ContemporĆ”neos.19
En una dĆ©cada agobiada por el partidismo y la carga de las ideologĆas, Cuesta propone criticar al arte en tĆ©rminos que no estĆ©n gravados por realidades subordinadas (la realidad social, la mexicana, la moderna, etcĆ©tera):
Es por esto por lo que el arte se ha convertido en abastecedor de realidades, como si la realidad nos hubiese fallado de repente. Es el arte lo que nos ha faltado desde entonces. Incapaces de vaciar en sus obras las ideas y los sentimientos que alimentamos, al arte le pedimos ideas y sentimientos que suplan nuestra miseria interior. Y, abandonada nuestra propia realidad, a la obra de arte exigimos que nos traiga aquella otra de la cual podamos despojarla, para atribuirnos aunque sea momentƔneamente, aunque sea para abandonarla tambiƩn en seguida.20
Los ensayos de Cuesta en su revista continĆŗan esa discusiĆ³n: āLa pintura superficialā (sobre AgustĆn Lazo) y āMĆŗsica inmoralā (sobre Higinio Ruvalcaba) discuten la āsuperficialidadā y la āinmoralidadā, que prevalecen sobre sus contrarios convertidas en nuevas, inesperadas, virtudes. Ser superficial o inmoral en arte, opina Cuesta, equivale a ādecepcionarā las expectativas que el poder (cuya moralidad siempre es interesada) espera de formas de arte de las que espera utilidad. āMĆŗsica inmoralā cuestiona la contradicciĆ³n inherente a la expresiĆ³n āarte popularā (con razones que se adelantan, por cierto, a las que un lustro mĆ”s tarde los poetas espaƱoles ācomo Luis Cernudaā habrĆ”n de esgrimir ante las exigencias de los ideĆ³logos republicanos). Para Cuesta es imposible: buscar un tono āpopularā accesible o un tono ānacionalā supone la subordinaciĆ³n de la moral individual del artista a la moralidad colectiva de la sociedad o el Estado. TambiĆ©n le parece una āmoralidadā el enaltecimiento de cualquier contenido en teorĆa del arte, pues conduce al pĆŗblico a fijar su atenciĆ³n en los efectos bienhechores de esa moralidad mĆ”s que en el āsentidoā propio del arte. El mĆŗsico puede llenar su obra de tales efectos bienhechores pero, al hacerlo, privar a su auditorio del superior enigma musical. Una usurpaciĆ³n que va mĆ”s allĆ”, pues toca en lo Ćntimo al artista que, en lugar de escribir ālo que oyeā, escribe ālo que deberĆ” ser oĆdoā, lo que desvirtĆŗa su labor en tanto que no pretende otra cosa que Ć©sta: que los mejores oĆdos son los que oyen mejor: no los que oyen lo mejor con el fin de comunicarlo a quienes no tuvieron el privilegio de oĆrlo originalmente. Ninguna dignidad, ningĆŗn valor imparte a la realidad oĆda; ninguna significaciĆ³n real.
El argumento de Cuesta radica en una lĆ³gica que emana de una āidealidadā que es imprescindible en un artista individual. Las acusaciones de artepurismo, que no le eran desconocidas, no dejan de fastidiarlo en tanto que surgen de mentes sentimentales, interesadas o morales.
Como complemento a esos ensayos, firmarĆ” otro que surge de la presiĆ³n de la denuncia contra la revista, āLa polĆtica de la moralā. Otro, tambiĆ©n en el tercer nĆŗmero, titulado āLa polĆtica de alturaā, remite indirectamente al problema judicial en que se encuentra involucrado por su revista. Aunque parece enderezado contra el filisteĆsmo polĆtico, el ensayo va mĆ”s allĆ” y critica una de las marcas de agua de la naciente ādĆ©cada rojaā: la idea del compromiso. Cuesta rebate la concepciĆ³n orteguiana del arte ādeshumanizadoā y se pregunta por quĆ© no acusarĆa Ortega a la ciencia, a la historia o a la polĆtica ācomo al arteā de haberse separado de la vida. Demuestra cĆ³mo āhasta la biologĆa es la demostraciĆ³n de la incertidumbre de los instintosā, la reivindicaciĆ³n de la duda y el misterio esenciales. AsĆ un arte o una ciencia cercanos a la vida āāhumanosāā no son sino una ciencia o un arte piadosos, complacientes, aduladores, vulgares y populares, no actividades desinteresadas del espĆritu. En Ćŗltimo tĆ©rmino, deshumanizaciĆ³n y distanciamiento de la vida no significan sino desinterĆ©s y rigor, que no son, por cierto āsostiene Cuestaā virtudes del pueblo. El vulgo comprende lo que le resulta inmediato y le es favorable, no lo que es distante y lo lastima. Su arte, su ciencia, su historia, su polĆtica se deben a su necesidad de satisfacciones āaquĆ y ahoraā. Su enciclopedia es el periĆ³dico, cuya funciĆ³n no es otra que la de poner al alcance de todos, de la mediocre conciencia de cualquiera, cuanto se piensa y cuanto ocurre que pueda impresionar a esa conciencia… La historia (ācuyo objeto no es el hombre sino su especieā) y la polĆtica (alejada de todo desinterĆ©s, de toda ānociĆ³n clĆ”sicaā) son formas falsamente humanizadas (las mĆ”s interesadas) puesto que pertenecen a la burguesĆa, āla clase impolĆtica por excelenciaā, para la que hace mucho dejĆ³ de ser imperativo que āel Ćŗnico poder polĆtico concebible es el fundado en el interĆ©s general, es decir en el desinterĆ©s (distanciamiento de la vida, distanciamiento de los intereses particulares)…ā. La conclusiĆ³n es radical: āSon los artistas vulgares, mediocres, quienes acuden a la vulgaridad del interĆ©s para interesar con sus obras; quienes recurren a los resortes inferiores del alma para conmoverla.ā Cauteloso ante toda absolutizaciĆ³n de valores, Cuesta reivindica la duda y la lucidez del rigor, e insinĆŗa que son los ingredientes del verdadero ideal revolucionario. No obstante, estas ideas se ven reducidas a unas cuantas tipificaciones de las que los adversarios de Cuesta aĆslan frases sulfurosas (como āMĆ©xico es un paĆs de cultura francesa en todos los Ć³rdenesā). Por otro lado, es fĆ”cil percatarse de que estas ideas, sacadas o no de contexto, se encontraban muy lejos del otro ideal revolucionario: el que la sep de Narciso Bassols tiene sobre la educaciĆ³n y sobre el papel que la cultura debe jugar en la sociedad… ~
Hace veinticinco aƱos Guillermo Sheridan terminĆ³ su libro Los ContemporĆ”neos ayer con un epĆlogo que trazaba una semblanza de Jorge Cuesta. Esa semblanza inicia ahora Malas palabras: Jorge Cuesta y la revista Examen, de prĆ³xima apariciĆ³n en Siglo XXI Editores, que desentraƱa aquel legendario agravio del Estado contra la libertad de expresiĆ³n.
1. Abreu GĆ³mez, āJorge Cuestaā, Sala de retratos, pp. 70-73.
2. NarrƩ y documentƩ esa polƩmica en MƩxico en 1932: la polƩmica nacionalista, MƩxico, FCE, 1998.
3. Cardoza y AragĆ³n, El rĆo; novelas de caballerĆa, p. 387 y ss.
4. Abreu GĆ³mez, āJorge Cuestaā, en Sala de retratos, p. 70.
5. Citado por Emmanuel Carballo en Diecinueve protagonistas de la literatura mexicana, p. 10.
6. Octavio Paz, āContemporĆ”neos. Primer encuentroā, Generaciones y semblanzas. Dominio mexicano, Obras completas, pp. 71-72.
7. āDe nuevo Julien Bendaā, en FicciĆ³n y reflexiĆ³n, p. 222.
8. āEncuentros con Jorge Cuestaā, Obras, p. 244.
9. Cardoza y AragĆ³n, Apolo y Coatlicue: Ensayos mexicanos de espina y flor, p. 145.
10. ElĆas Nandino, āRetrato de Jorge Cuestaā, p. 8.
11. Villaurrutia, citado en āCon Xavier Villaurrutiaā, Tierra Nueva, pp. 73-81.
12. Barreda agrega: āPudo ser el Ortega y Gasset mexicano, [pero] como poeta no es muy bueno.ā Citado por Carballo en Diecinueve protagonistas de la literatura mexicana, p. 186.
13. Precedida de un estudio preliminar, publiquĆ© esa antologĆa en la colecciĆ³n āLetras mexicanasā del Fondo de Cultura EconĆ³mica en 1995. La siguiente ediciĆ³n (1998) fue corregida a partir de nuevos documentos.
14. Villaurrutia, āIn memoriam: Jorge Cuestaā, en Obras, p. 848.
15. Cuesta, āCarta a propĆ³sito de la nota preinsertaā, en Obras reunidas (ii). Ensayos y prosas varias, p. 127. Todas las citas de Cuesta remitirĆ”n a esta ediciĆ³n āla mĆ”s confiableā del Fondo de Cultura EconĆ³mica, preparada por JesĆŗs R. MartĆnez Malo y VĆctor PelĆ”ez Cuesta, MĆ©xico, 2004.
16. Octavio Paz, Xavier Villaurrutia en persona y en obra, p. 25.
17 .Octavio Paz, āJorge Cuesta, pensar y hacer pensar. Carta a JosĆ© Emilio Pachecoā, Letras Libres, nĆŗm. 58, octubre de 2003, p. 41.
18. Villaurrutia āLuis Cardoza y AragĆ³nā, en Obras, p. 893.
19. āLa rebeliĆ³n de las masasā, en el nĆŗmero 33, febrero de 1931. El ensayo se recoge en Ensayos y prosas varias, Obras reunidas, pp. 121 y ss.
20. Examen, 1, pp. 11-14.
Es un escritor, editorialista y acadĆ©mico, especialista en poesĆa mexicana moderna.