Al igual que muchos héroes de la novela rusa, el huérfano Mijaíl Ivánovich Glinka fue criado por su abuela en la finca de la familia, en donde los lujos y una vida ciertamente fácil lo convirtieron en un muchacho semiinválido. Glinka nació en Novospaskói, Smolensk, el 10 de junio de 1804, y murió en Berlín el 15 de febrero de 1857. La tutela de una abuela dominante y manipuladora no pudo evitar que Mijaíl se relacionara con los siervos que habitaban sus tierras, pero los viajes constantes del compositor destruyeron el sabor ruso de sus composiciones.
Su preparación musical en piano, violín y voz fue muy pobre y apenas logró ser un amateur mediocre. A los diez años escribió: “La música representa la totalidad de mi alma.” A los veinticuatro fue enviado a Italia por motivos de salud, pues sufría trastornos nerviosos, y mejoró cuando pudo ampliar su preparación en composición. Anteriormente aprendía las obras básicas memorizándolas, pero en aquel entonces no consideraba una carrera musical. De 1824 a 1828 trabajó en el Ministerio de Comunicaciones. En 1830 llegó a la decisión de convertirse en compositor. Por tres años vivió “en el Continente”, estudiando con Franceso Basili, y absorbió las tradiciones de la ópera italiana. Hizo amistad con Vincenzo Bellini y Gaetano Donizetti, y por un tiempo se vio transportado emocionalmente por la ópera italiana. En 1833 se convirtió en alumno de Siegfried Dehn en Berlín, para estudiar composición.
Después, en un estado más sobrio, reflexionó que esa música era demasiado suave y sensual para servirle de modelo. En búsqueda de mayores conocimientos, viajó a Viena y a Berlín antes de regresar a San Petersburgo, en donde contrajo matrimonio en 1835 con María Petrovna Ivánovna. Fue una unión infeliz desde el principio. María era una arpía y una descocada que le hizo la vida miserable. Pero ni esto lo tuvo alejado de la composición. En 1836 se estrenó su obra maestra, la primera gran ópera rusa La vida por el Zar (o Iván Susanin). Un público integrado por grandes caballeros y damas de la corte imperial dijo que era “la música de un cochero”, a lo que Glinka replicó: “¿Qué más da?, ya que los hombres son superiores a sus patrones.” Debido a que la ópera tenía un héroe típico ruso, un contenido rico en sentimientos patrióticos y música fresca y espontánea, tenía que alcanzar el éxito. De hecho, marcó un sano nacimiento de la genuina escuela de música rusa. Como recompensa oficial, se le nombró director del coro de la Capilla Imperial.
Su segunda ópera, Ruslán y Ludmila, se basó en textos del poeta ruso más grande de aquellos tiempos, Alexandr Pushkin. ¿Qué habría sido de la ópera rusa sin Pushkin? Fue concebida durante un estado intenso de depresión, después de la separación de su esposa, y recibida con indiferencia. El compositor estaba absolutamente molesto y buscó distraerse en otras tierras. En París, Héctor Berlioz hizo buenas críticas de sus obras, y Glinka correspondió difundiendo la música del compositor francés en Rusia.
De cada país asimiló lo más que pudo, sin sacrificar su individualidad, y retornaba regularmente a San Petersburgo para renovar su inspiración nacional. Su legado no es grande, pero es significativo e incluye canciones, piezas para piano, música de cámara, obras orquestales muy atractivas y las dos óperas. En los años finales de su vida Glinka viajó incansablemente y en 1845 llegó a España para una larga estancia. Produjo dos tributos al idioma musical español: su Jota aragonesa y Una noche en Madrid, ambas deliciosas miniaturas orquestales. Estando de visita en Berlín en 1856, para estudiar música eclesiástica, contrajo un mal que lo llevó a la muerte. Meses después sus restos fueron llevados al cementerio del Monasterio Alexandr Nevsky, en San Petersburgo.
El sello especial de sabor ruso contribuyó a que el resto de Europa tomara nota de su genio. Franz Liszt lo llamó “el profeta patriota de la música rusa”.
Durante la etapa de la Rusia Soviética, Glinka se volvió muy popular por su forma de describir los derechos y la felicidad de los siervos y campesinos. Sin embargo, se utilizó el título de Iván Susanin para sustituir el de La vida por el Zar, borrando toda mención del soberano en el texto. ¿No es un tanto estúpido?
Chaikovsky lo llamó “el archipatriarca de la música Rusa”, Rimsky-Korsakov dijo: “Mi máxima admiración fue reservada para Glinka”, y Stravinsky llegó a amar tanto la música de Glinka que lo conducía a la distracción en sus años mozos. No hay compositor ruso posterior a Glinka que no haya recibido de él alguna influencia, y su manejo de la orquestación es digno de un Rimsky-Korsakov, en donde una enorme paleta musical pinta los colores más intensos y los detalles más finos. ~
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Con una vida dedicada a la escritura y la edición, Castañón es una voz impar para desmontar muchos de los mitos que la opinión pública arrastra sobre la situación del libro y la lectura en México.
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