Berlioz, hijo del romanticismo

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Héctor Berlioz nació en Côte-Saint André, Francia, el 11 de diciembre de 1803, y murió en París, el 8 de marzo de 1869. Berlioz fue y es uno de los grandes de la música. Innovador, cuestionador, explorador de sonidos y efectos, poseedor del don de la melodía y glorioso orquestador, representa el significado del término romántico. El cabello rojo que lo distinguía de los demás en su pueblo provinciano era la corona de un espíritu rebelde. Su padre insistía en convertirlo en un médico rural, pero defendió su libertad y salió del tiránico hogar para ingresar al Conservatorio de París. Tuvo pleitos y discusiones con Luigi Cherubini, entonces director del Conservatorio. Cherubini hasta lo perseguía alrededor de las mesas de la biblioteca para propinarle un golpe después de discutir intensamente. La originalidad de sus ideas juveniles —que incluían metales que rugían, experimentos armónicos y la revelación de intimidades personales— resultaba de mal gusto para el arrogante Cherubini, que lo puso en lista negra durante tres años antes de que Berlioz obtuviera el codiciado Prix de Rome. Cherubini casi lo vio morir de hambre por sus fracasos y jamás levantó la mano para auxiliarlo.
     Durante esos años estudiantiles, Berlioz se enamoró locamente (y la palabra es la única que se aplica aquí) de una presumida actriz inglesa que le llevaba algunos años, Harriet Smithson. Cuando lo rechazó después de muchas “escenitas”, amenazas de suicidio y arranques emotivos, se vengó de ella al concebir su célebre Sinfonía Fantástica. Hizo época en lo que a composición orquestal se refiere. Era música narrativa, altamente descriptiva, con notas interpretativas escritas por el compositor. Fue un nuevo sendero. Sus melodías eran atrayentes y nunca antes se había escuchado una orquestación semejante. Los timbales y los metales eran un reto a su amada y al oído del público. En 1833, Harriet finalmente levantó el guante pero Berlioz, al ganar, resultó perdedor. El matrimonio fue infeliz y terminó en divorcio.
     Gracias a la admiración y apoyo de Franz Liszt y a la Sinfonía Fantástica, Berlioz obtuvo el Premio de Roma, pero no soportaba estar lejos de París. Se encontraba mal emocionalmente; sin embargo, su aguda inteligencia le permitió escribir una cáustica crítica musical, con lo que aumentó sus ingresos.
     Vino el éxito y el reconocimiento, pero fuera de París. Obras de la talla de Romeo y Julieta, Benvenuto Cellini y La Condenación de Fausto fueron repudiadas en casa y aplaudidas en el resto del mundo. Viajó a Rusia, Inglaterra y Alemania. Mendelssohn, Schubert y Liszt representaron apoyos en Alemania, y se hizo amigo de Federico Chopin, en París. Posiblemente reconocieron en este hombre singular la culminación de la música romántica en Francia. Era un artista con un inmenso poder creativo, que tenía el don de la grandilocuencia. Subrayaba y aumentaba todo, y lo aplicaba en interés de la más alta expresividad. En su famoso Tratado de la instrumentación, sugirió como orquesta ideal la integrada por quinientos músicos, en vez de los ochenta usuales; pero también propuso cambios prácticos en la creación de una orquesta sinfónica lógica.
     Sus años finales fueron infelices. Su segunda esposa murió repentinamente en 1862. Su único hijo, Loïs —de quien escribió: “nos amamos como si fuéramos gemelos”—, se perdió en alta mar. La prensa atacó sus obras, y su última ópera Los Troyanos fue abucheada en París, en 1863. Escribió: “¡Estoy solo!… en cada hora le digo a la Muerte: ¡cuando dispongas!” Hizo un último viaje a Rusia en 1867 y volvió a París para morir.
     En 1838 Niccolò Paganini, al escuchar su Haroldo en Italia, escribió: “Beethoven ha muerto y sólo Berlioz lo podrá revivir.” Paganini estaba convencido de que el sucesor de Beethoven era Héctor Berlioz. Al igual que él, rompió las barreras de la música sinfónica obteniendo mayor flexibilidad y espacio; ambos eran también subjetivos, y hacían tonos de la voz humana y las experiencias poéticas. Pero Beethoven fue la transición del clasicismo al romanticismo, mientras que Berlioz fue el hijo crecido y maduro del movimiento romántico, el Delacroix o Victor Hugo de la música, como se le describía.

Discografía
     La discografía de Berlioz es no sólo amplia sino definitivamente completa. Sir Colin Davis ha sido su apóstol musical más distinguido, y ha dejado testimonios incomparables de cada una de las obras maestras. Philips ha publicado versiones soberbias de las óperas, entre las cuales están: Beatriz y Benedicto, Benvenuto Cellini, Los Troyanos, La Condenación de Fausto, además de composiciones como La Infancia de Cristo, la Sinfonía Fantástica, Haroldo en Italia, el Réquiem, la Sinfonía Fúnebre y Triunfal, el Te Deum, las Noches de verano, con la incomparable Jessy Norman, y una colección de oberturas que incluyen: El Carnaval Romano, El Corsario, Los Jueces Francos, El Rey Lear y Waverley. El apoyo virtuosístico de la Orquesta Sinfónica de Londres es decisivo para el éxito de esta serie, una de las más distinguidas del microsurco fielmente pasada a discos compactos.
     Otro director que le ha dado realce a la música de Berlioz es John Eliot Gardiner, que aporta una interesante versión de la Sinfonía Fantástica con la que busca duplicar el sonido original que escuchó el compositor. La Orquesta Revolucionaria y Romántica hace justicia a su nombre, y sigue puntualmente las ideas de su ilustre director. Estas mismas huestes presentan la única versión de la Messe Solennelle, un hallazgo especial. Todas las grabaciones de Gardiner están en el catálogo Philips.
     Las Canciones de Berlioz reciben interpretaciones notables de François Poillet, Anne Sofie von Otter, John Aler, Thomas Allen y el pianista Cord Garben, en una edición indispensable que publicó la Deutsche Grammophon.
     De todas las óperas completas que hemos visto en DVD, ninguna iguala el impacto y la fuerza dramática de La Condenación de Fausto, captada en el Festival de Salzburgo en agosto de 1999. El trabajo escénico de Jaume Plensa, al lado de Alex Ollé y Carlos Padrissa del grupo La Fura dels Baus, es deslumbrante en su dramatismo y fuerza. Éste es verdadero “teatro del extremo”, en donde la tecnología se aplica a la obra con genialidad increíble. El DVD obtuvo todos los premios importantes de 2001 y el Gramophone dijo: “Un formato cuya claridad de sonido y visión parece hecha a mano para llevar la ópera a la sala sin concesiones”, y así sucede. Con un enorme cilindro en el centro del inmenso escenario todo va tomando forma para subrayar la acción que culmina en uno de los coros angelicales más hermosos jamás escritos. Esto hay que verlo para creerlo. Las actuaciones de Vesselina Kasarova, Paul Groves y Willard Whote son memorables. El Orfeón Donostiarra de San Sebastián y el Coro de Niños Tölzer, así como el Staatskapelle de Berlín, bajo la mano brillante de Sylvain Cambreling, son una maravilla de precisión y emotividad. “Recomendado sin reservas” (Arthaus Musik).
     En México, el Año Berlioz contó con una presentación de Romeo y Julieta, en la Sala Nezahualcóyotl como parte de la temporada de la Filarmónica de la UNAM. Bajo la dirección de Zuohuang Chen, con coros aceptables y solistas dignos, jamás despegó y sentimos falta de ensayos o desinterés del director, que aún no ha hecho nada sobresaliente, al menos para nosotros. El Metropolitan Opera de Nueva York escenificó Les Troyens y anuncia Benvenuto Cellini para la siguiente temporada. Lo que es indudable es que Berlioz, correctamente presentado, es capaz de alturas insospechadas. ~

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