Ese mosquito que maté
–y que vos bautizaste Psycho Killer,
por la acritud de su aguijón y la temeridad
con que logró eludir las palmas de la muerte
en la hora lenta en que la noche se recorta
inmóvil en su cima
antes de despeñarse con callada furia
contra la madrugada
y nos sopló al oído el cuerno del insomnio
hasta dejar, al fin,
sobre el revoque blanco de ese cuarto prestado
una gota escarlata– era el vehículo
para un pacto de sangre
que prometía que
–a pesar del nomadismo,
el pánico a deshoras,
la alergia desgranada entre las sábanas,
los ciclos del deseo,
la división social del trabajo doméstico,
los breves ramalazos
de la felicidad– habría para nosotros,
en la deriva del amor, un techo,
unos tabiques:
límites precisos
donde apilar en sucesión los días. ~
(Buenos Aires, 1981) es poeta y traductor.