Chimalpopoca Galicia, enlace entre dos mundos

Faustino Chimalpopoca Galicia. Un intelectual indígena en el México decimonónico

Baruc Martínez Díaz

Universidad Veracruzana/Era

Ciudad de México, 2024, 94 pp.

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La brevedad puede ser una virtud, y Baruc Martínez Díaz nos ofrece en 94 páginas una semblanza de Faustino Galicia Chimalpopoca (1802-1877), conocido sobre todo, hasta ahora, como editor y traductor de numerosas obras y documentos nahuas del periodo virreinal y de su siglo, el XIX. Con este libro de Martínez Díaz, él mismo un hijo de San Pedro Tláhuac, la investigación sobre el personaje se completa: en primer lugar, encuentra, transcribe y traduce del náhuatl varios documentos políticos importantes de Chimalpopoca; descubre y precisa su lugar y fecha de nacimiento, y finalmente presenta un panorama de sus diversas ocupaciones, que resultan reveladoras.

Fray Bernardino de Sahagún, sus informantes y los alumnos del Colegio de Tlatelolco fueron los primeros en poner por escrito, en náhuatl, abundantes textos acerca de la historia y la sociedad nahuas. En el siglo XVI, el mestizo tlaxcalteca Diego Muñoz Camargo fue historiador y nahuatlato. Dos grandes intelectuales indígenas, el tetzcocano Fernando de Alva Cortés Ixtlilxóchitl (¿?-1648) y el chalca Domingo Francisco de San Antón Muñón Chimalpáhin Cuauhtlehuanitzin (1579-1660) dieron el gran impulso, en el siglo XVII, a la recuperación de la historia y de las obras del México antiguo.

Conforme la población indígena disminuyó (a mediados del siglo XVII había descendido un 90%) y el castellano se impuso en el territorio novohispano, las municipalidades y notarías locales redujeron drásticamente la escritura en las lenguas indígenas, que fue extendida en los siglos XVI y XVII. Para el siglo XIX ya eran contadas las comunidades que producían sus documentos legales en sus lenguas originarias. De igual modo la traducción de obras en náhuatl declinó. En ese vacío sin embargo una institución creada por la orden jesuita en el siglo XVI mantuvo hasta los inicios del siglo XIX la enseñanza de niños indígenas y el estudio de sus lenguas: el Colegio Seminario de Indios de San Gregorio.

Faustino Galicia Chimalpopoca provenía de una familia de “principales” de San Pedro Tláhuac. Ser “principal” se refería a pertenecer a una familia de origen noble y que ejercía cargos importantes en el cabildo o ayuntamiento local: don Alejo Galicia, su padre, había sido alcalde y gobernador de la república de indios de esa población. Faustino adoptó el nombre Chimalpopoca para reivindicar una estirpe de príncipes nahuas, pero tenemos que recordar que habían pasado ya tres siglos desde el periodo prehispánico; esas atribuciones salvo los casos más conocidos o evidentes eran dudosas. El joven Faustino destacó en sus estudios, primero en San Gregorio, luego estudiando jurisprudencia en San Ildefonso, y su destino quedó sellado cuando el propio emperador de México, Agustín de Iturbide, fue el padrino de su generación y le otorgó al alumno aventajado una “capellanía laica” de 52 mil pesos.

Chimalpopoca fue un reconocido abogado especializado en la defensa de los indígenas y un incansable promotor de la educación indígena; se dedicó ante todo a rescatar, copiar y traducir del náhuatl documentos y obras antiguas o de su tiempo, desde obras como la Historia de Tlaxcala y códices como el ahora llamado Chimalpopoca hasta numerosos documentos legales: títulos, pleitos por tierras o en defensa de pueblos de indios. Fue profesor, principalmente del náhuatl, en San Gregorio y en la Universidad de México; perteneció al ayuntamiento de la Ciudad de México y a la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística. Su valor fue reconocido por los intelectuales mexicanos de su tiempo, comenzando tal vez con Lucas Alamán, quien lo nombró, en el ayuntamiento mencionado, presidente de la Comisión de Instrucción Pública. Junto con los grandes historiadores José Fernando Ramírez, Manuel Orozco y Berra y Francisco Díaz Covarrubias, participó en la Comisión Científica del Valle de México (1856). Ramírez trabajó largo tiempo con él en la recopilación y edición de multitud de obras nahuas, y se benefició de sus labores de traductor, aunque criticó sus versiones y su prosa; declaró tener que “desconfiar” de sus traducciones y lo calificó de “sumamente aficionado y propenso a las versiones metafóricas”, fama que lo sigue hasta hoy y en la que debió contribuir también, considera Martínez Díaz, su entusiasta adhesión al Segundo Imperio.

Inserto entre los intelectuales mexicanos de su tiempo, Galicia Chimalpopoca optó por no alejarse de su identidad de indio nahua. Esta filiación lo hizo adoptar la línea política de su gente. Y ¿cuál fue esta? Después de la gran destrucción traída por la conquista, los indios mexicanos permanecieron en sus “repúblicas”, donde ejercían derechos (a sus tierras comunales, agua, ejidos, a defenderse contra tributos y servicios personales excesivos) que eran protegidos por el Juzgado de Indios y en buena medida por las órdenes religiosas. Sin ser perfecto y siendo la depauperación el resultado final para casi todas esas comunidades, este orden funcionaba, ofrecía protección. Las reformas borbónicas que se concentraron en la segunda mitad del siglo XVIII introdujeron profundos cambios que afectaban ese orden: el mayor, de 1798, la “desamortización de los bienes comunales”, que, respecto de las repúblicas de indios, significaba la amenaza de expropiar sus bienes, que podían ser cuantiosos. Semejantes bienes, por ejemplo, mantenían funcionando el propio Colegio de San Gregorio, cuya administración era consecuentemente dirigida en parte por académicos indígenas. No sorprende entonces que, frente a la revolución de independencia, muchas de esas comunidades eligieran apoyar a quien mejor representaba el viejo orden: Fernando VII, el rey depuesto por Napoleón Bonaparte. Recordemos el grito de Miguel Hidalgo: “Viva Fernando VII y muera el mal gobierno.” Don Alejo, el padre de Faustino, figuró entre los muchos funcionarios indios que en 1815 firmaron a nombre de su comunidad su adhesión al Imperio español. Más adelante, la ley Lerdo (1856) buscaría nuevamente expropiar los bienes de las comunidades religiosas y civiles. El resultado fue que muchas repúblicas de indios se opusieron a las reformas liberales y, cuando se habló de traer a un monarca europeo que restablecería el antiguo orden, Galicia Chimalpopoca se puso en primera fila a organizar el apoyo indígena a Maximiliano.

Para ello Faustino gozaba ya de una posición privilegiada como interlocutor y representante de las comunidades nahuas de México. En 1856 el presidente Comonfort lo había nombrado “encargado interino de la administración de bienes y fondos de las llamadas parcialidades” (bienes de comunidad). El enlace que fue construyendo con diversos pueblos le permitió organizar desde el inicio la adhesión indígena a Maximiliano. Como antes en defensa de Fernando VII, esos apoyos fueron concertados y colectivos.

La corriente liberal y la historiografía a ella adscrita hicieron menos esas expresiones políticas: la buena imagen de los indígenas choca aparentemente con su apoyo a un monarca europeo en oposición al propio Benito Juárez, él mismo indígena. Si esta expresión política monarquista de los indígenas mexicanos es vista como poco importante y manipulada, el valor de Chimalpopoca se rebaja a la simple función de intérprete o a una presencia simbólica promovida por Maximiliano con fines políticos. Como dice la etnohistoria hoy en día, esto es sintomático de una visión de los indígenas como objetos, no como sujetos. En realidad, el carácter de Chimalpopoca como “intelectual indígena” alcanzó su entera dimensión en ese proyecto político que él encabezó.

Y se dio el caso que Maximiliano de Habsburgo hizo suya su visión. Chimalpopoca participó en la comitiva que visitó a Maximiliano en 1863 en su palacio de Miramar en el Adriático. El habsburgo siempre pensó que México debía estar representado ante su trono por mexicanos originarios y Faustino era su hombre. El restablecimiento del trono azteca por su conducto, idea peregrina atribuida a Maximiliano, provenía en realidad de Faustino Chimalpopoca, quien en varios discursos formuló en náhuatl, en tanto representante de los indígenas mexicanos ante el emperador, y en tanto traductor de Maximiliano ante ellos, esa visión indigenista sui géneris: “El antiguo trono azteca, gran Maximiliano, te está esperando. La muy verdadera estirpe india no tiene qué ofrendarte, gran gobernante, sino solo el bastón de mando de nuestro gran Moteuczoma.”

Y por cierto que en este carácter original y valioso de nuestro personaje, encabezando tan tarde en el tiempo y tan fuera de contexto un resurgimiento político de los indígenas mexicanos de la mano de un monarca habsburgo, su cuestionado talento como traductor toma una nueva dimensión, pues en realidad reunía en sus traducciones dos aparatos políticos, detalle señalado justamente por Martínez Díaz: en su Proclama de 1863, que repartió entre los pueblos, les hablaba a los nahuas de la “obediencia” debida (itetlacamatiliz) al monarca, mientras que en la versión en español, dirigida a la esfera política mexicana, esa obediencia aparecía como adhesión “libre y espontánea”. Traducción no fiel en términos académicos, pero tan creativa y audaz políticamente. Y Chimalpopoca trabajó con Maximiliano, durante la corta vida del Segundo Imperio, en hacer realidad la protección y el mejoramiento de las comunidades indígenas y los trabajadores mexicanos. En abril de 1865, Maximiliano decretó la creación de la Junta Protectora de las Clases Menesterosas. Su presidente sería don Faustino, quien para entonces ya era también “visitador general de posesiones y pueblos de indios”. Estos cargos le permitieron extender la Junta Protectora en juntas “auxiliares”, con lo que pudo organizar localmente la defensa de las comunidades, comenzando con la suya, Tláhuac. Promovió en particular escuelas en zonas indígenas bajo el esquema de San Gregorio: financiadas por los bienes comunales y dirigidas por los propios principales indígenas.

En su función política como enlace de dos mundos Faustino Galicia Chimalpopoca tiene un parecido con el mestizo tlaxcalteca Diego Muñoz Camargo, a quien editó. Muñoz Camargo interpretó, junto con los principales tlaxcaltecas y los franciscanos locales, la compleja situación económica, social y política de la provincia en la segunda mitad del siglo XVI para defenderla ante la corte y las autoridades virreinales, con efectividad real. ¿Qué otros indígenas y mestizos mexicanos cumplieron una función semejante? Me gustaría poder ampliar esta lista. ~

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(ciudad de México, 1956) es historiadora.


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