Archivo Vuelta: Recuerdo de México

En 1938 Breton permaneció en México por cuatro meses. Las impresiones de su viaje quedaron plasmadas en un ensayo que se publicó en la revista Minotaure en 1939, junto con unas fotografías de Manuel Álvarez Bravo. La traducción de ese texto apareció en el número 148 de Vuelta, en marzo de 1989. Esta sección ofrece un rescate mensual del material de la revista dirigida por Octavio Paz.
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¡Tierra roja, tierra virgen impregnada de la más generosa de las sangres, tierra en que la vida del hombre no tiene precio, dispuesta siempre, como el agave que hasta donde alcanza la vista es su emblema, a consumirse en una flor de deseo y de peligro! Queda por lo menos un país en el mundo donde el viento de la liberación no ha amainado. En 1810, en 1910, ese viento bramó irresistiblemente, voz de todos los órganos verdes que se alzan allá bajo un cielo de tormenta: una de las primeras apariciones fantásticas es en México la de ese cacto gigante de la familia del candelabro tras el cual surge un hombre, fusil en mano e incendiados los ojos. Esta imagen romántica no se presta a ser discutida: siglos de opresión y de una enorme miseria le han conferido en dos ocasiones una manifiesta realidad, y nada podría evitar que esa realidad se mantenga latente, que siga incubándola el aparente sueño de las extensiones desérticas. El hombre armado sigue allí, con sus harapos espléndidos, como solo él puede resurgir súbitamente de la inconsciencia y de la desgracia. Y volverá a emerger de los siguientes matorrales del camino, e impulsado por una fuerza desconocida saldrá al encuentro de otros más, y por primera vez habrá de reconocerse en ellos. Pero quede descartado que la consecuencia de tales aventuras sea la sin duda rígida formación de una jerarquía militar: en México puede ostentar el título de general quienquiera que haya sido o sea todavía capaz de movilizar, por iniciativa propia, a cierto número de hombres reunidos uno por uno en los campos. Puede pensarse que los grandes impulsos son cosa del pasado, que las aldeas entregadas al pobre trueque de pimientos por vasijas de barro cerraron ya sus párpados, y que la corrupción ha penetrado, lo mismo allá que en todos lados, gran parte del aparato estatal; sin embargo, no por ello es menos cierto que en México brillan todas las esperanzas que, sucesivamente puestas en otros países –la URSS, China, España–, se vieron dramáticamente desbaratadas durante el último periodo histórico –aunque sepamos que esas esperanzas acabarán por triunfar sobre las fuerzas que hoy terminan con ellas; que son inherentes al móvil humano en lo que este tiene de más misterioso, de más vivaz; y que lo propio de su naturaleza es volver siempre a florecer, así sea de entre las ruinas de la misma civilización.

México, con sus pirámides formadas por diferentes capas de piedras que corresponden a culturas apartadas en el tiempo pero allí superpuestas y oscuramente compenetradas, nos urge a entregarnos a esa meditación sobre los fines de las actividades del hombre. En sus exploraciones, los eruditos de la arqueología tienen la oportunidad de hacer conjeturas acerca de las diferentes razas que pudieron haberse sucedido en aquel suelo imponiendo por turno sus armas y sus dioses. Pero un gran número de monumentos permanecen todavía ocultos bajo la hierba y, tanto de lejos como de cerca, se confunden con los montes. El gran mensaje de las tumbas, que aun indescifrado llega a difundirse por insospechables caminos, carga de electricidad el aire. Ese poder de conciliar a la vida con la muerte es sin duda alguna el mayor atractivo que México posee y un campo en el que ofrece un inagotable catálogo de sensaciones, que van desde las más benignas hasta las más insidiosas y cuyos polos opuestos nos son revelados de una manera que me parece insuperable por las fotografías de Manuel Álvarez Bravo. Vemos entre ellas un taller donde se fabrican ataúdes para niños: la relación entre la luz y la sombra, la pila de cajas a escala infantil y la reja, así como la imagen de brillante efecto poético obtenida mediante la introducción de la bocina de un fonógrafo en el ataúd de la parte inferior, evocan insuperablemente la atmósfera de la que todo el país está empapado. Y cuando se trata, finalmente, de la imagen de una adolescente o de una mujer, nunca falta algún elemento dramático introducido en pleno sol: un sombrero blanco tirado, el desconchamiento de un muro, el sentimiento de suspensión del tiempo provocado por la manera graciosa en que unos pies se alzan sin esfuerzo, o bien la forma en que un velo negro y cortante se eleva bruscamente sobre un glaciar de ropa tendida a secar. De un arte semejante, todo azar parece excluido para que destaque en todo su sentido esa fatalidad, única apertura de vislumbres divinatorias, que ha inspirado las más grandes obras de todos los tiempos y de la que México es hoy el único depositario. ~

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